Día de la Reforma

La Reforma es la historia del traspaso y la conversión de una cosmovisión teológica a otra.

Luther crest, Eisleben, Germany
"Luther crest, Eisleben, Germany." Image by Christopher Manke, 2015. Used by permission.

October 25, 2020

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Comentario del San Juan 8:31-36



La Reforma es la historia del traspaso y la conversión de una cosmovisión teológica a otra.

[Este comentario también puede ser leído en inglés aquí.]

Empezó hace más de 500 años y continúa a través de nosotros y nosotras cada vez que proclamamos la verdad de Jesucristo.

En el texto para el domingo de la Reforma 2020, somos espectadores/as y oyentes junto con otras personas creyentes. Adoptamos una posición inquisidora y de asombro, tratando de entender cómo importa Jesús en nuestras vidas y en nuestra cotidianidad. Jesús nos ve y sabe que cuando nos agobia el mundo a nuestro alrededor, con frecuencia ignoramos la palabra en la que está enraizada nuestra fe. Nos olvidamos de quiénes somos como hijos e hijas bautizados/as de Dios y de que estamos llamados/as a seguir a nuestro maestro por excelencia. Es entonces cuando Jesús nos recuerda que si permanecemos en su palabra, seremos verdaderamente sus discípulos/as. Nos recuerda que el discipulado no llega como resultado de la membresía en una congregación o en una denominación, sino cuando obedecemos y permanecemos en la palabra viva y dinámica de Dios. No se trata de que la memoricemos ni de que la utilicemos para beneficio personal o colectivo, sino de que habitemos y pasemos tiempo con esta palabra que revela lo que nuestras almas tan desesperadamente anhelan: libertad.

Jesús nos ve y nos habla como a personas que estamos impedidas de actuar en libertad, pero que no sabemos que somos esclavos/as del pecado. Jesús observa que permanecer en su palabra y ser sus discípulos/as conduce a una nueva conciencia, a un nuevo conocimiento. Garantiza la realización de la verdad del evangelio de Jesucristo para uno/a mismo/a y para la creación. Garantiza la promesa de liberación y transformación, la promesa de libertad.

La libertad importa. Importa para una persona, para un pueblo, para un sistema. Importa que ningún miembro de la familia humana esté sometido al mal sistémico, a construcciones socio-políticas que niegan la dignidad a muchos y otorgan privilegios a otros. Importa que la gente y las comunidades no estén teológica e institucionalmente esclavizadas a una forma de ser, pensar y actuar oprimida y opresora. Importa que quienes dicen creer en Jesús no caigan en la trampa del enemigo y confundan al Dios del universo con un Dios que pone condiciones para el amor, la gracia y la salvación. Así es que en este Domingo de la Reforma escucho la palabra de Jesús que nos dice “permanece en mi palabra, sé mi discípulo/a y conoce la verdad… porque la libertad importa. Importa que tú, tu pueblo, la creación y los sistemas sean puestos en libertad—mi verdad te hará libre.”

En la primavera de 2005, estaba en mi segundo semestre en el seminario en el que estudiaba entonces, el Seminario Teológico Luterano en Philadelphia. Yo me había criado en la iglesia pentecostal, confiaba en mi teología y era lo suficientemente obstinada como para no dejarme afectar por la enseñanza luterana que se impartía en el lugar. Pero fue entonces que Dios sucedió de una manera que no pude rechazar.

Estaba participando en una clase de Confesiones Luteranas, después de tres semanas en que había entregado reflexiones escritas que siempre me venían de vuelta con marcas rojas y caritas tristes junto a cada párrafo que oponía resistencia y rechazaba el amor y la gracia incondicionales o cada vez que yo era el agente de mi propia salvación. Estaba muy ofendida y frustrada. Me preguntaba por qué estaba ahí y si debía quedarme. Estaba convencida de que conocía a Jesús y a la Biblia y de que tenía una teología sólida. También estaba convencida de que mi profesor no sabía nada acerca de una “verdadera relación” con Cristo. Estaba muy equivocada en todos los aspectos.

Ese día en particular, el profesor estaba hablando acerca de la justificación por la fe a través de la gracia, una idea que yo conocía, pero que nunca había entendido del todo. Mientras el profesor hablaba, yo tomaba apuntes. Entonces lo vi dejar de lado su manuscrito y hacer gestos en mi dirección. Dijo: “Cuando entiendas que Dios te eligió para darte la salvación y que tú no elegiste tu propia salvación, entonces entenderás también la gracia sublime de Dios.” Estas podrían parecer palabras muy simples, pero ese día perforaron mi corazón como una espada. Nunca había escuchado algo igual. Sin embargo, recuerdo de manera patente que pensé: “Eso que acaba de decir es verdad.” Mi espíritu supo que esas palabras tan “simples” contenían la verdad. Había sido formada en la creencia de que debíamos buscar y elegir a Cristo a diario. Vivía en la esperanza de que mi búsqueda sería suficiente para capturar la atención de Dios y salvarme así de la condenación eterna. Creía que el amor y la gracia de Dios eran para mí, siempre y cuando hiciera ciertas cosas y me comportara de cierta manera. Estaba sujeta a interpretaciones teológicas e institucionales erróneas de la Biblia, de Dios y de nuestra relación con Dios. Una vez que escuché la verdad dicha a mí en una frase inspirada por el Espíritu Santo, fui puesta en libertad. Comprendí instantáneamente que pasaría la vida predicando esta palabra de gracia. Desde entonces, mi devoción a Cristo ya no sería el resultado del miedo a la perdición, sino el resultado de una verdadera gratitud por una salvación elegida para mí y no por mí.

Con frecuencia recuerdo ese momento en el aula como el momento de mi conversión, como el momento en la teología luterana se convirtió en mi propia teología de la liberación. Sobre todo porque mi espíritu experimentó la verdad del evangelio que se convirtió en mi libertad y liberación, en el vehículo de mi traspaso y conversión de una cosmovisión teológica a otra.

Esto es lo que hace la palabra de Dios. Esto es lo que hace el evangelio de Jesucristo. Esto es lo que resulta del encuentro con la verdad propiamente dicha, es decir, Jesucristo.

Querido/a predicador/a, nuestros hogares, nuestra gente, nuestra iglesia, nuestro país, nuestro mundo… nuestros espíritus anhelan la libertad que sea el fin de la servidumbre y de la esclavitud al pecado y al mal sistémico, de la tergiversación de la Escritura, de Dios y de la relación de Dios con la creación. Necesitamos que la verdad se imponga y nos haga libres. Necesitamos liberación y transformación. Necesitamos a Jesús.

Quiera Dios que permanezcamos en la palabra de Dios. Que seamos discípulos/as de la verdad propiamente dicha, Jesucristo. Y que conozcamos la verdad y que la verdad nos haga libres… con la ayuda Dios y en el nombre de Jesús. Amén.