Comentario del San Lucas 12:49-56
En el pasaje de esta semana, Jesús literalmente hace una declaración incendiaria, amenazando con que “fuego vine a echar en la tierra” (v. 49) y advirtiendo que su objetivo es sembrar división en el mundo. Más aún, se refiere a la unidad familiar como un lugar donde se experimentará dicha división, donde las personas se enfrentarán entre sí de diversas formas. Escuchar a Jesús pronunciar estas palabras con tanta intensidad sin duda puede alarmar a muchas personas en nuestras congregaciones, especialmente si están acostumbradas a un Jesús manso y apacible.
Pero una exploración más profunda de la justa indignación que Jesús expresa en este pasaje revela, no un mero deseo de conflicto y división, sino una evaluación mordaz de lo que está por venir. El fuego que Jesús trae, arraigado una vez más en las tradiciones proféticas hebreas, tiene un poder purificador (véase Malaquías 3:2–3) que entra en conflicto directo con lo que el erudito bíblico Richard Horsley considera las injusticias fundamentales “político-económicas-religiosas” de la época, que no son fáciles de separar.1 Quienes prediquen sobre este texto tienen una oportunidad excepcional para reflexionar sobre los fundamentos y las intenciones de la ira profética de Jesús y lo que podría significar para nosotros/as hoy.
Fuego y bautismo: Símbolos de la renovación del Espíritu Santo en el reino de Dios
Comencemos con el fuego en el vientre de Jesús. Además de ser una metáfora purificadora, el fuego también simboliza la llegada y la poderosa presencia del Espíritu Santo, que Jesús relaciona con una especie de bautismo. Al principio de Lucas, Juan el Bautista presagia esto cuando les dice a quienes bautiza:
Yo a la verdad os bautizo en agua, pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano para limpiar su era. Recogerá el trigo en su granero y quemará la paja en fuego que nunca se apagará. (Lucas 3:16–17).
Aunque no estemos en Adviento, conviene retomar la idea de que Juan el Bautista preparaba el camino del Señor (Lucas 3:5–6). Este camino se basa en una transformación apasionada de las personas y la sociedad, con la mirada puesta en la salvación liberadora del reino de Dios. Las injusticias históricas y sistémicas, arraigadas en regímenes opresivos sostenidos por autoridades religiosas y locales, serán denunciadas y reorientadas. Jesús siente esta directiva profundamente, lo que explica su impaciencia tanto con los discípulos como con las multitudes cuando parecen no comprender su llamado ni cómo interpretar con precisión “este tiempo” (v. 56).
Este fuego renovador del Espíritu Santo también se observa en el libro de los Hechos (que también se cree fue escrito por el autor de Lucas) en la historia de Pentecostés, cuando lenguas de fuego cayeron del cielo, llenaron a quienes estaban reunidos/as con el Espíritu Santo y todos/as se entendieron entre sí a pesar de que hablaban en muchos idiomas diferentes (Hechos 2:1–6). Si bien no hubo agua involucrada, se cree que esto fue una especie de bautismo “del Espíritu,” arraigado en el fuego profético (Pedro hace referencia al profeta Joel en Hechos 2:16–21). El fuego es un símbolo constante del poder santo que perturba para lograr la transformación individual y colectiva.
Por otro lado, la presión bajo la que Jesús expresa que está también es una oportunidad para que quienes predican exploren su profunda humanidad, incluso en medio de su divinidad y su misión divina. El verbo traducido como “me angustio” que Jesús usa en el v. 50 (en griego es synechomai) describe un gran sentimiento de presión, restricción y/o aflicción. Jesús puede estar expresando una combinación de sentimientos: impaciencia, frustración, agobio y una sensación de rabia por la forma en que son las cosas, y pensando en el resultado final de su ministerio—su muerte.
Ampliando los límites de la familia humana
Manteniendo esta justa conmoción, Jesús aborda la estructura familiar básica en estos versículos con mucha fuerza. Pero ¿por qué? Muchos/as en nuestras congregaciones encontrarán estos pasajes desafiantes. Ya sea a nivel de la familia nuclear, que es la norma en la cultura estadounidense dominante, o en una comprensión más amplia de la familia en la mayoría de los contextos latines que incluye a tíos, tías, primos y, a menudo, compadres y vecinos cercanos, estas conexiones relacionales son profundamente importantes para nuestro sentido de pertenencia y, en algunos casos, incluso para nuestra supervivencia.
Al mencionar el enfrentamiento entre los miembros de la familia, Jesús no pretendía eliminar la unidad familiar, sino llamar la atención sobre la necesidad de una perspectiva más amplia para vivir la fe y cumplir el reino de Dios. Los sistemas familiares antiguos tendían a ser insulares. En nuestro contexto estadounidense actual, esto también puede ser así. ¿Cómo participamos en un amor expansivo que incluya pero que vaya radicalmente más allá de nuestros familiares más cercanos?
Esta cuestión de los límites percibidos del amor se convirtió en tema de conversación nacional e internacional recientemente cuando el vicepresidente estadounidense J. D. Vance afirmó, basándose en su comprensión de la teología agustiniana, que el ordo amoris (el orden del amor) priorizaba la familia nuclear, luego la comunidad local, luego la nación y, quizás, si aún quedaba amor, la atención a los demás. Lo dijo en el contexto de una conversación sobre inmigración y la política de línea dura del gobierno contra los miembros indocumentados de nuestra comunidad. El papa Francisco, justo antes de su fallecimiento, intervino en esta conversación y afirmó una noción amplia del amor en el contexto cristiano:
Los cristianos sabemos muy bien que, sólo afirmando la dignidad infinita de todos, nuestra propia identidad como personas y como comunidades alcanza su madurez. El amor cristiano no es una expansión concéntrica de intereses que poco a poco se amplían a otras personas y grupos. Dicho de otro modo: ¡La persona humana no es un mero individuo, relativamente expansivo, con algunos sentimientos filantrópicos! La persona humana es un sujeto con dignidad que, a través de la relación constitutiva con todos, en especial con los más pobres, puede gradualmente madurar en su identidad y vocación. El verdadero ordo amoris que es preciso promover, es el que descubrimos meditando constantemente en la parábola del “buen samaritano” (cf. Lc 10:25–37), es decir, meditando en el amor que construye una fraternidad abierta a todos, sin excepción.2
Jesús, en su justa indignación y su crítica a los antiguos sistemas familiares, expande los límites del amor y la inclusión, y nos manda que amemos a nuestro prójimo, especialmente a los más vulnerables por quienes Dios tiene preferencia. El fuego en su interior es, sin duda, una advertencia, no sobre la muerte y la destrucción, sino sobre las consecuencias de la inacción, de no amar lo suficiente o de limitar nuestro amor a quienes no nos causan incomodidad. El amor de Dios exige más de nosotros/as, lo máximo de nosotros/as, cueste lo que cueste.
Notas
- Richard A. Horsley, Jesus and the Powers: Conflict, Covenant, and the Hope of the Poor (Minneapolis: Fortress Press, 2011), 7.
- Papa Francisco, “Carta del Santo Padre Francisco a los Obispos de los Estados Unidos de América,” 10 de febrero de 2025, https://www.vatican.va/content/francesco/es/letters/2025/documents/20250210-lettera-vescovi-usa.html.
August 17, 2025