Día de Pentecostés

Pentecostés como milagro de comunicación

Acts 2:6
And at this sound the crowd gathered and was bewildered. Photo by Dave Herring on Unsplash; licensed under CC0.

June 9, 2019

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Comentario del San Juan 14:8-17 [25-27]



Pentecostés como milagro de comunicación

Este domingo celebramos el Domingo de Pentecostés. En muchas congregaciones se celebra con el tema del nacimiento de la iglesia. La lectura típica es el libro de Hechos en el capítulo 2, recalcando la predicación de Pedro y las muchas conversiones. No obstante, Pentecostés anuncia el carácter misional de Dios, en particular la obra del Espíritu Santo en la comunicación del evangelio.

En Hechos 2: 4-8, el texto describe el contexto de la experiencia de Pentecostés en relación con la comunicación: los/as seguidores/as de Jesús son llenos/as del Espíritu Santo y hablan en otras lenguas, y las personas allí reunidas, de todas partes del mundo mediterráneo de la época entienden lo que dicen. Las personas que reciben el evangelio, en este caso personas “de todas las naciones bajo el cielo” (Hch 2:5), pueden comprender, en sus propias lenguas, el anuncio del evangelio. El evento de comunicación llega al extremo de crear asombro ya que “los oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido” (Hch 2:8). La obra del Espíritu Santo hace accesible el evangelio en la lengua vernácula de las personas allí presentes. Frecuentemente se obvia que este pasaje es un milagro de comunicación donde el Espíritu facilita el acceso de todas las personas al evangelio. La obra del Espíritu Santo es un gesto de comunicación para que las personas escuchen el evangelio en sus idiomas de nacimiento, haciendo concreto el mensaje de Dios: el amor de Dios por todo lo creado.

Intimidad y comunicación: La naturaleza de Dios Padre y Dios Hijo

El pasaje bíblico de Juan comienza con una petición que busca una definición final: “Muéstranos el Padre y nos basta” (v. 8). En los versículos anteriores Jesús declara que si lo conocen a él (a Jesús) conocerán al Padre. Con este juego de palabras se expresa un principio cristiano fundamental: quien conoce a Jesús conoce al Padre, y quien conoce al Padre conoce a Jesús. Jesús es la expresión del Padre (del Dios Creador); Jesús es la encarnación del Dios Creador. Tal aseveración fundamenta un principio teológico que une a miles de comunidades cristianas alrededor del mundo: Jesús es la encarnación del Dios Creador, de Dios Padre.

En el texto, Jesús le reclama a Felipe que no reconozca lo obvio: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me has conocido, Felipe?” (v. 9). Quizás Felipe está buscando alguna señal particular. Quizás busca una evidencia sobrenatural que ilustre a Dios Padre. Quizás busca un milagro que asombre a tal extremo que la pregunta quede contestada en la dimensión de hacer posible lo imposible y, por tanto, rotundamente contestada, sin dejar lugar a ninguna duda.

Sin embargo, este no es el caso. En continuidad con el Pentecostés en Hechos de los Apóstoles, este pasaje ilustra la íntima y entretejida comunicación que existe entre el Padre y el Hijo. El Pentecostés ilustra el milagro de la comunicación, la gestión del Espíritu Santo de hacer accesible el mensaje del evangelio. En Juan, tal accesibilidad es coherente con la relación íntima y entretejida entre Dios Creador, Dios Padre, y Dios Redentor, Dios Hijo. Juan indica que Dios—Dios Creador y Padre, y Dios Redentor e Hijo—es uno y que tal unidad se manifiesta en lo que es obvio: “Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras” (v. 11). No hay que buscar señales o acontecimientos sobrenaturales. Lo obvio está en la coherencia de la comunicación íntima y encarnada entre el Padre y el Hijo.

¿Qué comunican el Padre y el Hijo?

¿Cuál es el testimonio de esta coherencia de comunicación? ¿Cuál es el testimonio de la encarnación de Dios en Jesús? EL AMOR. Para el evangelista, la coherencia en la comunicación del Padre (Dios Creador) y del Hijo (Dios Redentor) está en la siguiente declaración: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (v. 15). Esta declaración está en continuidad con la Primera Carta de Juan: “Todo aquel que ama, es nacido de Dios y conoce a Dios… En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios así nos ha amado, también debemos amarnos unos a otros (1 Jn 4:7b.9-11).” Amor es el resultado concreto, el testimonio ineludible de la relación íntima y entretejida entre el Padre (Dios Creador) y el Hijo (Dios Redentor). ¡Amar es el evangelio de Dios!

La bbra del Espíritu Santo: Continuidad con la relación entre el Padre y el Hijo

Guardar el mandamiento de amar a Dios, a nuestro prójimo y a nosotros/as mismos/as no es fácil. Dios no nos ha dejado solos/as en la observancia de este mandamiento. Para poder encarnar el amor de Dios, Jesús ruega al Padre que nos envíe el Espíritu Santo. Somos llamados/as a hacer las obras de Jesús, que son las obras del Padre. Y por medio de la obra del Espíritu Santo recibimos las fuerzas para cumplir con tal misión. Este es el secreto de los versículos 13 y 14: cuando hay coherencia en la comunicación entre Dios y nosotros/as, entonces, si algo pedimos, Jesús lo hará. En Pentecostés, la misión del Espíritu Santo es equipar al pueblo de Dios para comunicar la intención última de Dios, el evangelio: amar como Dios ama a todo lo creado.