Comentario del San Juan 14:8-17 [25-27]
Este domingo de Pentecostés nos dirigimos al evangelio según San Juan y su visión del Espíritu (y no necesariamente a la acostumbrada historia del “Día de Pentecostés” en Hechos 2:1-4).
Estamos en la parte del discurso de despedida de Jesús a sus discípulos en la que les asegura que sus corazones no se deben “turbar” aunque pronto ya no estará con ellos físicamente, porque les estará preparando una morada celestial (14:1-4). Un discípulo, Tomás, pregunta sobre el camino que deben seguir para llegar al lugar en donde Jesús se encontrará (14:5). La respuesta de Jesús es bien conocida: Jesús es “el camino, la verdad y la vida” (14:6). Se llega al Padre Celestial a través de Jesús, quien provee conocimiento y visión de ese Padre (14:6-7).
Sin embargo, permanece la duda. Otro discípulo, esta vez Felipe, pregunta: “Señor, muéstranos el Padre y nos basta” (v. 8). Este es el mismo Felipe que al ser llamado por Jesús al discipulado originalmente, da testimonio a otro, diciendo: “Ven y ve” (Juan 1:43-46). Parece que a Felipe todavía le falta ver más. Jesús le responde que para ver al Padre debería ser suficiente conocer a Jesús (v. 9). Si uno ha visto a Jesús, entonces ha visto también al Padre, reclama Jesús. La relación entre “ver” y “conocer” es digna de ser notada. Si los discípulos han podido conocerlo después de tanto tiempo con él, les dice Jesús, deben saber entonces que han “visto” al Padre. ¿Por qué piden más pruebas?1
Ver, Conocer, Creer
Luego Jesús introduce otro tema que se relaciona con “ver” y “conocer,” que es “creer” (v. 10). Los discípulos deben creer que en Jesús se ve al Padre por la intimidad que existe entre Padre e Hijo: “¿No crees que yo soy en el Padre y el Padre en mí?” (v. 10a). Más adelante en su discurso Jesús dirá que la expectativa de unidad en la comunidad debe basarse en la unidad de Padre e Hijo (17:21). Aquí, la fe en Jesús produce conocimiento del Padre precisamente porque ellos operan como uno. Es más, Jesús habla las palabras que el Padre le hace decir (v. 10b). Hay también una conexión entre las palabras de Jesús, que vienen del Padre, y sus hechos. Los hechos de Jesús son los hechos de Dios el Padre (v. 10c). Este es el tema del “Libro de Señales” en Juan 2 al 12, en donde Jesús produce siete milagros, que en este evangelio se llaman “señales” precisamente porque apuntan hacia el poder de Dios en diferentes esferas de la vida humana (poder sobre la naturaleza, la enfermedad e incluso la muerte). Jesús hace estas obras porque el Padre “radica” en el Hijo. Por lo tanto hay que creer, insiste Jesús, sea porque se ve a Dios en Jesús, o porque se ve a Dios a través de las obras de Jesús (v. 11). La persona de Jesús y las obras de Jesús apuntan hacia al Padre.
Obras Mayores
La fe (“creer”) también produce obras aún mayores que las que Jesús hizo (vv. 12-13). ¿Cómo será esto posible? Primero, si tú crees, dice Jesús, que las obras que Jesús hizo fueron por el poder del Padre, las haremos también nosotros y nosotras porque creemos que el Padre radica en Jesús (v. 12a). Más bien, serán mayores porque Jesús intercede por nosotros y nosotras ante el Padre (v. 12b). “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, lo haré” (v. 13a). Bajo la autoridad (“en mi nombre”) de Jesús, de quien más adelante (Juan 18 al 20) aprendemos que será “glorificado” a través de su muerte y resurrección (véase Juan 17:1-5), Dios responde a las plegarias de Jesús por la humanidad porque traen aún más gloria a Dios (v. 13). Con un Cristo glorificado, en su muerte y resurrección, enseña Juan, cuya gloria trae más gloria a Dios, nuestro futuro como creyentes se asegura, y entonces, en esta vida, tal como Jesús, hacemos grandes obras. Si nos fijamos en el factor tiempo (siglos de fe cristiana) y en los números (más y más seguidores y seguidoras), podemos decir que la expectativa del evangelista de que los seguidores y seguidoras de Jesús realizarían “obras mayores” se ha cumplido. El tiempo de Jesús en la tierra fue corto, aunque “la mayor obra” realizada por él fue la de morir por nosotros y nosotras.
El Paracleto
Este pasaje declara que aun en la ausencia de Jesús, sus discípulos y discípulas no estaremos sin compañía. Con amor y en obediencia llevamos a cabo sus mandamientos (otra manera de hablar de sus “obras”) (v. 15), y el Jesús que ruega al Padre que hagamos grandes obras (vv. 12-14), también rogará para que tengamos ayuda. Jesús orará al Padre para que nos envíe “otro Consolador” que estará con nosotros y nosotras siempre (v. 16). El griego de esta palabra traducida en Reina Valera 1995 como “Consolador” es “Paracleto,” que puede significar abogado, ayudador, el que viene a nuestro lado. Al usar la palabra “otro,” se nos está queriendo decir que este Paracleto tiene las mismas características de Jesús: aboga por nosotros y nosotras, nos consuela en momentos de dolor, camina con nosotros y nosotras para que hagamos el bien. Estará con nosotros y nosotras siempre y, por lo tanto, representa al Cristo glorificado en su ausencia física.2
Además, este Paracleto que es “Espíritu,” nos dirige hacia la verdad (v. 17a). “El mundo,” o sea, el cosmos que se organiza en contra de Dios, no puede recibir al Espíritu; sólo lo pueden hacer quienes creen, de acuerdo al pensamiento del evangelista, quien ha relacionado el “ver” y “conocer” con el “creer” (vv. 9-11). Quienes creen pueden “ver” y “conocer” al “Espíritu de verdad” (v. 17b). En Juan 15:18-21 se declara que el “mundo” que no conoce a Dios, “odia” a la persona creyente en ese Dios y a su enviado, Jesús. En cambio, la fe produce una visión y entendimiento de la obra del Espíritu, especialmente para aquellos que vivirán su fe sin la presencia física de Jesús (v. 17c). “El Espíritu es la presencia y el poder de Dios con los discípulos [y discípulas] de manera ininterrumpida; sin embargo el mundo no reconoce la revelación de Dios en Jesús ni la presencia de Dios con los discípulos [y discípulas] a través del Espíritu.”3 Tal ignorancia de la obra de Jesús y la presencia del Espíritu se remedia, por lo tanto, con la fe. De nuevo, creer produce entendimiento.
Espíritu Santo de Paz
Con la frase “Os he dicho estas cosas estando con vosotros” (v. 25, que puede compararse con 13:21; 17:1 y 18:1) se introduce un resumen de los temas principales de este capítulo del evangelio, entre ellos los siguientes dos, que son parte de nuestra lectura para este domingo: (1) el rol del Paracleto, quien ahora es llamado Espíritu Santo (v. 26); y (2) el regalo de Jesús a sus discípulos: la paz (v. 27), que es también aquello con lo que comenzó esta parte del discurso de Jesús, cuando dijo a sus discípulos: “no se turbe vuestro corazón” (14:1), o sea, “tengan paz.”
El Consolador, como Dios, Santo y Espíritu, tendrá también la tarea de enseñar y “recordar” lo que Jesús ha dicho (v. 26). Jesús dijo “palabras” claves (v. 10); el Espíritu sigue enseñándolas y nos ayudará a recordarlas como “enviado” de Dios, tal como lo ha sido también Jesús (17:23, 25). Y Jesús no se va sin dejarnos a sus discípulos, y a nosotros y nosotras, el regalo de la paz, que no es una paz cualquiera, pasajera o “mundana,” sino duradera, eterna, salvífica (paz como “Shalom”). Por lo tanto, estar turbado, atormentado, con miedo, no debe ser nuestra reacción ante la falta de un Jesús físico. El Espíritu de Dios, enviado una vez que Jesús se convierta en el “Cristo Glorificado,” nos acompaña. Es el Paracleto.
Pautas para la Predicación
Este pasaje para el Día de Pentecostés nos invita a considerar las enseñanzas del evangelista Juan sobre el Espíritu Santo (véanse los cinco discursos sobre el Paracleto en Juan: 14:15-17; 14:25-26; 15:26-27; 16:7-11; 16:12-15) y la relación entre Dios, Jesús y Paracleto. También podemos considerar la relación entre ver, conocer, creer y hacer. Jesús, en este pasaje, pide que sus discípulos lo vean con entendimiento para conocer y creer en Dios y hacer su voluntad. Su voluntad incluye traer a otros y otras al conocimiento de Dios en Cristo a través de la obra del Espíritu en nosotros, y llevar paz a un mundo turbado, confundido y temeroso.
Notes:
1. Véase una elaboración sobre el tema de “ver, conocer y hacer” en Daniel Stevick, Jesus and His Own: A Commentary on John 13-17 (Grand Rapids: Eerdmans, 2011), 142-149.
2. Véase 1 Juan 2:1, que se refiere a Jesús como Paracleto (“abogado” es la palabra que usa la versión Reina Valera 1995), que aboga por nosotros y nosotras en favor del perdón de nuestros pecados.
3. Marianne Meye Thompson, John: A Commentary (Louisville, KY: Westminster John Knox, 2015), 313 (traducción mía).
May 15, 2016