Third Sunday in Lent (Year B)

En preparación para la Semana Santa, hoy consideramos esta porción bíblica que en los demás evangelios se ubica en la última semana de la vida de Jesús.

Moses with the Ten Commandments
Rembrandt Harmenszoon van Rijn, Moses with the Ten Commandments, from Art in the Christian Tradition, a project of the Vanderbilt Divinity Library, Nashville, Tenn. Original source. 

March 8, 2015

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Comentario del San Juan 2:13-22



En preparación para la Semana Santa, hoy consideramos esta porción bíblica que en los demás evangelios se ubica en la última semana de la vida de Jesús.

En Mateo 21:12-13, Marcos 11:15-18 y Lucas 19:45-46 el episodio conocido como “la purificación del templo” es presentado como uno de los eventos que provocaron el arresto y la ejecución de Jesús.

La erudición moderna entiende que el episodio de la purificación del templo bien pudo ser el evento decisivo en la última semana de la vida de Jesús. En primer lugar, el hecho de que los cuatro evangelios hablen de este evento nos lleva a considerar la veracidad del mismo. Con toda probabilidad, el evento ocurrió de manera similar a la narrada.

También podemos comprender los motivos que tuvo Jesús para realizar esta acción. El sistema ritual judío del primer siglo se prestaba para la explotación económica y la usura. El templo sólo aceptaba ofrendas hechas con una moneda especial que llevaba impresos los símbolos judíos. Esta moneda del templo sustituía las monedas regulares de los distintos países que, por lo regular, llevaban imágenes de divinidades o de reyes que reclamaban status divino. Por lo tanto, el uso de una moneda especial en el templo protegía al pueblo de caer en el pecado de la idolatría, evitando que llevaran imágenes de ídolos al lugar sagrado.

Estas monedas no sólo se usaban para ofrendar, sino también para comprar los animales y las aves que se ofrecían en sacrificio. Aunque la ley permitía que los devotos llevaran sus propios animales al templo para ser sacrificados, en realidad resultaba muy incómodo hacerlo, particularmente para quienes peregrinaban hasta Jerusalén desde lugares muy lejanos. En este sentido, la venta de estos animales y aves para el sacrificio facilitaba la adoración a Dios.

El problema es que estas buenas intenciones pronto dieron lugar al pecado. Las personas dedicadas al cambio de monedas, los cambistas, comenzaron a aplicar tasas de cambio que iban en detrimento del pueblo. En vez de dar al pueblo la cantidad justa por su dinero, pagaban mucho menos de lo que correspondía.

Esto implicaba que los animales y las aves para el sacrificio se vendieran a precios exorbitantes que la mayor parte del pueblo no podía pagar. Para hacer el caso aún peor, un sacerdote corrupto podía negarse a recibir los animales y las aves traídas por los devotos, obligándolos a comprar animales o aves que se vendían en el templo. ¿Por qué? Porque los animales para el sacrificio debían ser declarados “perfectos” por un sacerdote. Esto daba ocasión al pecado, permitiendo que un sacerdote mal intencionado declarara impuro a un animal en buenas condiciones, y que declarara “perfecto” a otro animal desnutrido, ciego o con una pierna quebrada.

Es evidente que este no era un problema incidental, sino sistémico. Es decir, el esquema de corrupción abarcaba a todo el sistema sacerdotal. Podemos imaginar que las concesiones para las mesas de cambio de dinero y para la venta de animales para el sacrificio se otorgaban al mejor postor. El proceso implicaba sobornos a las familias de los sumos sacerdotes y a la guardia del templo. Y el soborno era continuo, porque los concesionarios daban regalos y donativos a las familias sacerdotales más prominentes con el propósito de mantener sus privilegios.

Es importante notar además que los romanos habían construido un cuartel militar al lado del templo, colindando con la plazoleta donde se encontraba el santuario. Esa plazoleta, conocida como “la explanada del templo” estaba por lo tanto bajo vigilancia continua desde las cuatro torres del cuartel militar, que se llamaba “Fortaleza Antonia.” Su nombre honraba a Marco Antonio, quien fuera general del ejército de Julio César, miembro del segundo triunvirato y jefe militar de la parte del imperio que incluía la provincia de Judea. Marco Antonio murió en Egipto, cerca de Cleopatra, después de perder la batalla de Anzio (también conocida como Accio o Actium) contra Octaviano, quien después se convirtió en Augusto Cesar, el primer emperador de Roma.

La Fortaleza Antonia era tan impresionante que un hombre podía subir a caballo por sus escalinatas y entrar montado por sus puertas. Era desde este cuartel militar romano que los militares supervisaban a la multitud con el propósito de suprimir toda protesta y todo intento de rebelión. Al armar el alboroto en el templo, Jesús se puso en el punto de mira de los militares romanos. No debe sorprendernos, pues, que haya sido arrestado y asesinado tan rápidamente.

El problema es que Juan coloca el evento en otro punto de la historia de Jesús. En lugar de contarlo como un evento relacionado con la pasión de Jesús, ubica la historia a principios de ministerio del Galileo. La pregunta que se impone es sencilla: ¿por qué? Y las respuestas también son sencillas. Por un lado, es posible que Jesús haya ocasionado más de un alboroto en el templo, tratando de denunciar el pecado de los sacerdotes que comerciaban con la adoración a Dios. Por otro lado, es posible que Juan coloque este evento a principios del ministerio de Jesús con un propósito teológico: denunciar la corrupción moral y espiritual del judaísmo normativo en los tiempos de Jesús.

Si esta segunda premisa es cierta, debemos ver la purificación del templo como un “acto profético” similar al de los profetas de antaño. Recordemos que los profetas acostumbraban a generar pequeños dramas que recalcaban puntos importantes de sus mensajes. Por ejemplo, Jeremías llevó a cabo un “acto profético” cuando fue a la casa del alfarero para ilustrar su mensaje, afirmando que Dios iba a permitir la caída de Jerusalén con el propósito de restaurar a su pueblo en un futuro cercano (véase Jer 18:1-17).

Aunque el acto de Jesús es muy distinto al de Jeremías, también es un “acto profético” porque ilustra uno de sus mensajes. Al tomar el azote de cuerdas en la mano y al volcar las mesas de los cambistas, Jesús ilustra el rechazo de Dios al sistema corrupto que implantaron las familias de los sumos sacerdotes de su época.

No podemos terminar sin aclarar que la crítica a “los judíos” en el evangelio según San Juan no debe verse como un ejemplo de antisemitismo ni comprenderse en términos étnico-raciales. El término se refiere al liderazgo político y religioso de Judea en el tiempo de Jesús. En otras palabras, se refiere a las familias de los sumos sacerdotes, a los líderes rabínicos y a la élite política del país.

Sugiero que quien desee predicar sobre este pasaje bíblico presente un sermón expositivo que explique porqué Jesús hizo este acto profético, prestando atención a las referencias bíblicas que aparecen en los vv. 16 y 17. En el v. 16, encontramos una referencia a Jer 7:11, que dice: “¿Es cueva de ladrones delante de vuestros ojos esta Casa sobre la cual es invocado mi nombre?” Y en el v. 17 encontramos una referencia al Salmo 69:9a, que dice: “Me consumió el celo de tu Casa.”

Es posible, pues, desarrollar un sermón que parta de estas referencias a la Biblia Hebrea. Puede establecerse una comparación entre los tiempos de Jeremías y los tiempos de Jesús, afirmando que en ambos hubo corrupción en el liderazgo religioso. Eso necesariamente nos llevará a examinar el estado de la iglesia en nuestro tiempo, a confesar nuestros pecados y a buscar la misericordia del Señor.