Comentario del San Mateo 28:1-10
Olvidados de las promesas de resurrección, los discípulos varones mastican su desilusión y su impotencia en un encierro obligado por el miedo a ser reconocidos y tratados como fuera tratado el maestro crucificado.
[¿Buscas un comentario sobre Juan 20:1-18? Aquí tienes un comentario sobre el evangelio para la Vigilia Pascual por José Luis Avendaño Manzanares.]
Son las mujeres las que marchan hacia el sepulcro, no porque las moviera la esperanza de la resurrección, sino porque asumen el rol de honrar a quien ha muerto, el ritual de no-olvido de aquel a quien amaron y siguieron y sirvieron con sus dones.
Todo el capítulo refleja una fe nublada por el dolor, por el miedo, por la incertidumbre, por otras preocupaciones y hasta por la duda (28:17, “aunque algunos dudaban”). Las que no dudan son las dos Marías, que temprano en la mañana del día tercero apuran sus pasos para ir a visitar a un muerto. Sin embargo, quienes son mencionados “como muertos” son aquellos que atestiguan los hechos epifánicos que anteceden a la resurrección de Jesús. Luego de la tierra que tiembla, de los relámpagos, de un ángel que se sienta sobre la piedra que es movida de su sitio, el texto dice en el v. 4 que los guardias que custodiaban la tumba “quedaron como muertos” (hōs nekroi en el original griego). Quienes se sienten con el derecho de quitar la vida, quienes pretenden mantenerla encerrada en una tumba, los enemigos de la vida, son quienes se sienten morir al ser testigos de este hecho dramático.
Es posible que, para el tiempo en que Mateo redacta su versión del Evangelio, el relato que inventaron las autoridades políticas de ocupación y las elites religiosas complotadas ya corriera como reguero de pólvora (cual moderna pos-verdad), sembrando dudas sobre la verdadera y real resurrección física de Jesús (Mt 28:11-15). Por eso la insistencia en la redacción final que conocemos en el hecho de “ver” a Jesús vivo. Eso no aparece en el primer relato de Mateo, que va del versículo 1 al 8. Pero se agrega en los vv. 9-10. Y vuelve a aparecer en los controvertidos vv. 16-20, de los cuales no nos toca ocuparnos hoy.
Si bien ya hacía décadas que la naciente comunidad cristiana confesaba la resurrección real de Jesús, en tiempos de Mateo podemos suponer que el tema al menos era cuestionado por una parte de quienes se acercaban a la fe del movimiento de Jesús. Pablo lo expresa con claridad en su primera carta a la comunidad de Corinto. Allí, en 1 Co 15:3-4, dice que la enseñanza que él recibió fue que Jesús había sido muerto, sepultado y que al tercer día se había levantado (egēgertai en el original griego) de la muerte. Es decir, realmente se había puesto de pie y salido de la tumba en la que pretendieron encerrar su vida revestida de eternidad.
Otro tema interesante para aproximarse al texto, si se desea hacerlo desde el ángulo de la misión, es la mención al lugar de encuentro de Jesús con sus discípulos (y discípulas, porque ya es tiempo de dejar de pensar que solo había 12 porque los evangelistas solo cuentan ese número). Mientras para Lucas ese lugar de encuentro era Jerusalén, el centro del poder político y religioso, para Mateo es Galilea, y no cualquier Galilea, sino la Galilea de los gentiles, una tierra nueva que se abre para la vocación misionera a la que son llamadas y llamados quienes deben salir a anunciar la noticia del Jesús a quien han visto vivo, a quien han podido abrazar y a quien han podido adorar luego de su resurrección. El mensaje liberador del Evangelio no debe quedar confinado a un pueblo, por especial que ese pueblo sea o se sienta, sino que debe ser universal.
No tengan miedo, vayan1
Le tememos a la muerte, a los finales,
a lo desconocido, a la soledad, a la falta de horizontes,
a la carencia de proyectos, al abandono.
Somos seres de temor y de angustia
y no pocas veces andamos la vida
con corazones de viernes santos,
abrumados por las pérdidas,
conmovidos por la incomprensible,
enojados con lo inaceptable,
quebrantados por lo injusto,
abatidos ante lo inevitable.
¡Pero hay un tercer día!
Y no hay muerte que pueda arrebatarnos
esa certeza de la vida que perdura,
de la vida que trasciende la muerte enemiga
y todas las traiciones y las negaciones,
las cobardías, los encierros, lo silencios
y todos los complots de los poderes del mal.
La resurrección afirma nuestra esperanza,
una esperanza que abrazamos
como aquellas mujeres abrazadas a los pies de Jesús,
una esperanza que nos renueva y nos anima,
impulsándonos hacia donde la voz resucitada nos envía.
Y hacia allí hay que salir, a las galileas de nuestro tiempo,
a formar la comunidad de aquellos y aquellas “del tercer día.”
Que se nos note en la sonrisa, que se nos vea en las miradas,
que lo noten en nuestros gestos, que se sienta en nuestros latidos,
que nuestros pasos lo dancen y que nuestras palabras lo canten:
ya nada es igual, la muerte ha sido vencida
y la siembra de la vida nueva florecerá en mundos nuevos.
Bibliografía consultada
- Otto Michel, “The Conclusion of Matthew´s Gospel. A contribution to the History of the Easter Message,” en: Graham N. Stanton, ed., The Interpretation of Matthew, T&T Clarck, Edinburgo, 1995 (2° ed.), pp. 39-51.
- José Luis Marín Descalzo, Vida y misterio de Jesús de Nazareth, Tomo III, Sígueme, Salamanca, 1988 (4° ed.), pp. 368ss.
Notas
- El pastor Gerardo Carlos C. Oberman es, como dice su biografía, un reconocido poeta, y por eso le hemos pedido que finalice su comentario con un poema de su autoría compuesto especialmente para esta ocasión.
April 9, 2023