Vigilia Pascual

El escándalo de la cruz y la sorpresa de la resurrección

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April 8, 2023

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Comentario del San Juan 20:1-18



Nunca podremos enfatizar lo suficiente el impacto fulminante y devastador que debió tener la muerte de Jesús en su círculo más íntimo, en sus discípulos/as.

[¿Buscas un comentario sobre Mateo 28:1-10? Aquí tienes un comentario sobre el evangelio para el Domingo de Resurrección por Gerardo Oberman.]

Esto es, en aquel pequeño grupo de hombres y mujeres que, habiéndolo dejado todo, le seguía en virtud de la pura autoridad de su palabra y de su persona. En efecto, no se ha tratado aquí de la muerte de un mentor ya anciano que, rodeado de sus discípulos y amigos, fallece entregando sus últimas lecciones y discursos; tampoco de la muerte del portador de un mensaje que les ha puesto en contacto con una ética superior; mucho menos de la muerte de una simple idea, de un proyecto, de un ideal, de un cometido. No, nada de eso, se ha tratado de la muerte, y muerte violenta y maldita de cruz, de aquel que ha osado decir ni más ni menos que él y Dios son uno solo (Jn 10:30); que él es el camino, el único camino para llegar a Dios (Jn 14:6); la puerta, la única puerta para alcanzar la vida eterna (Jn 10:9); el buen pastor de las ovejas, el único pastor capaz de dar su propia vida por ellas (Jn 10:11). En otras palabras, y en la medida en que en Jesús mensaje y mensajero han sido una sola cosa, la muerte de Jesús ha significado la muerte, asimismo, de todo lo que él comunicó, de todo aquello por lo que él vivió y con lo que se comprometió.

Si vamos más allá todavía, la muerte de Jesús ha significado, a su vez, que no fue más que el simple producto de la fantasía de un soñador o, peor aún, de un inescrupuloso embaucador, ese Dios, su Abba Padre, lleno de gracia y compasión, aquel que va en busca de la oveja perdida y no descansa hasta que la encuentra, que se ha acercado lleno de misericordia a todo tipo de pecadores (publicanos, prostitutas, gente impura, gente de mal vivir, gente excluida, en definitiva, gente al margen de la ley), porque ellos, en tanto enfermos, tienen necesidad de médico. ¿La prueba de todo esto? La prueba es que Jesús, aquel que aseguraba ser uno solo con Dios, no solo ha muerto, no solo ha sido ejecutado, sino que lo ha sido por medio de aquella muerte destinada únicamente a terroristas y delincuentes de la peor estirpe, la cruz. ¡Sin duda algo escandaloso para la mentalidad y la sensibilidad religiosa del pueblo judío de la época e imposible de conciliar con cualquier idea de un Mesías judío!

Sin embargo, aquella madrugada, el primer día de la semana, ha visto acontecer algo que no puede ser explicado desde la mera progresión del tiempo lineal, ni desde las posibilidades de la razón instrumental o de las leyes del espacio y tiempo, pero, tampoco, ni mucho menos, desde la fe hace poco desvanecida de los propios discípulos, a saber, la resurrección de Jesús, el Cristo. Respecto a los textos que nos ocupan, valga decir que el evangelio de Juan reproduce, prácticamente sin sustanciales variaciones en relación con los sinópticos, el así llamado “relato del sepulcro vacío” (20:1-10), entre tanto que la aparición del Resucitado a María Magdalena (20:11-18) sólo lo comparte con el evangelio de Lucas. En lo siguiente, pues, intentaremos desentrañar las ideas centrales que ambos relatos, nos parece, contienen.

El sepulcro vacío (20:1-10)              

Signo ambiguo y confuso

¿Ha sido el sepulcro vacío prueba irrefutable de la resurrección de Jesús? A lo mejor no. Probablemente ha sido un signo todavía ambiguo y confuso, cuyo significado se comienza únicamente a esclarecer para los/as discípulos/as cuando recuerdan las palabras antes dichas por Jesús (Jn 11:25) y comparan lo sucedido con los anticipos y promesas de las Escrituras (Jn 20:9).

Ocasión para persistir en la incredulidad y en la cerrazón del corazón

Por otra parte, para quienes la palabra encarnada y proclamada en la persona de Jesús no fue más que escándalo y locura, que muy pronto despreciaron o echaron al olvido, el sepulcro vacío no ha sido más que la última argucia de aquel blasfemo alborotador y de su grupo de sediciosos galileos (Mt 27:64).

Jesús se aparece a María Magdalena (20:11-18) 

De lo ambiguo a lo elocuente, de lo confuso a lo esclarecedor

No obstante, si el episodio del sepulcro vacío ha constituido en un primer momento un signo confuso y ambiguo, ahora comienza lentamente a esclarecerse, no en virtud de las palabras de los dos ángeles (20:13), sino de las mismas palabras del Crucificado Resucitado (20:15-17). Dicho en otros términos, así como la palabra de Jesús ha llamado inicialmente a sus discípulos/as al seguimiento, ahora esta misma palabra en la persona del Crucificado Resucitado ha vuelto a encender la desvanecida fe de sus discípulos/as, volviéndoles a confirmar en el seguimiento: “ve a mis hermanos y diles: ‘Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios’” (20:17).

Las mujeres, primos testigos de la resurrección

No sería posible minimizar el rol fundamental que los evangelios le han asignado desde un primer momento a aquel grupo de mujeres, seguidoras y discípulas de Jesús. Ellas han sido las que han respondido prontamente al llamado de Jesús, las que han cubierto sus necesidades con sus bienes, las que han permanecido junto a la cruz en su crucifixión, y ahora, las que se constituyen en las primeras testigos de su resurrección en la persona, precisamente, aquí, de María Magdalena.

Palabras finales

Finalmente, ¿qué podemos recoger como lectores/as hoy de estos dos relatos concatenados que nos ofrece el cuarto evangelio tocante al sepulcro vacío y la aparición del Crucificado Resucitado a María Magdalena? Precisamente, que nuestra fe y esperanza descansan en las manos de aquel Dios que en Jesús llama a la vida desde la muerte, a lo que es desde aquello que no es, y que siempre cumple sus promesas, aun cuando de momento no veamos en nuestras vidas más que sombras, confusión, tristeza e inclusive la mismísima amenaza de la muerte. La mano del Señor nos sostiene y enciende una y otra vez nuestra débil y dubitativa fe. La misma palabra de Jesús que, en un momento de nuestras vidas, nos llamó a dejar nuestro mundo de seguridades y a seguir en pos de él, es también la que nos habrá de levantar una y otra vez cuando estemos cansados/as, turbados/as, atribulados/as, confundidos/as, y recreará en nosotros/as la esperanza y la fe.