Decimoctavo Domingo después de Pentecostés

Como una Campana que Redobla: Jesús Instruye a sus Discípulos “en el Camino”

Helping Hands
"Helping Hands" image by Antonella Beccaria via Flickr; licensed under CC BY-SA 2.0.

September 23, 2018

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Comentario del San Marcos 9:30-37



Como una Campana que Redobla: Jesús Instruye a sus Discípulos “en el Camino”

Para leer con mayor provecho el relato evangélico que se nos propone este domingo hay que tener en cuenta que Jesús está en camino hacia Jerusalén, donde se consumará su pasión y resurrección. La frase “en el camino” o “por el camino,” que se repite a menudo en la sección del evangelio que narra el viaje (Mc 8:27–10:52),1 tiene un doble significado, ya que “el Camino” es también el primer nombre que recibe la fe cristiana, como lo atestiguan los Hechos de los Apóstoles.2 Ser discípulo/a es seguir a Jesús que marcha delante; es él quien marca la pauta, “el Camino.” En este sentido, la ruta que conduce a Jerusalén se presenta como el contexto ideal para abordar el tema del discipulado.

De hecho, Jesús realiza pocos milagros durante este viaje. En cambio, con un tono solemne, semejante al de una campana que redobla,3 les repite una y otra vez a sus discípulos una verdad que no parecen ser capaces de entender, pero que necesitan escuchar: Que el Hijo del hombre debe padecer, morir y resucitar (Mc 8:31; 9:31; 10:33) y que esto determina su vocación de discípulos (Mc 8:34-38; 9:35-37; 10:42-45). En otras palabras, que seguirlo a él es asumir las exigencias del “Camino” que lo conduce—y los conduce a ellos también—a Jerusalén.4

Las Paradojas del Discipulado: Una Cuestión de Fe

Los discípulos necesitan continuar escuchando a Jesús mientras van de camino. Ya la voz que Pedro, Santiago y Juan habían oído en el momento de la transfiguración les instaba en ese sentido: “Este es mi Hijo amado; a él oíd” (Mc 9:7). Algo esencial en el seguimiento del maestro escapa todavía a su comprensión, como lo ilustra el episodio que precede al texto que nos ocupa y en el que se muestran incapaces de liberar a un joven poseído por un espíritu (Mc 9:14-29). Jesús les interpela (v. 19: “¡Generación incrédula!”) y les revela que, para realizar este tipo de exorcismo, necesitan centrarse más en Dios: “Este género [de demonio] con nada puede salir, sino con oración” (v. 29).5 En otras palabras, que todo se resume en una cuestión de fe. Como alguien lo ha observado, en el evangelio de San Marcos, la oración y la fe van de la mano:

Jesús relaciona explícitamente la oración con el “poder de la fe”… Orar es aprender a creer en la transformación de uno/a mismo/a y del mundo, lo que parece tan imposible como “mover montañas” (Mc 11:23). ¿Qué es la falta de fe sino la desesperanza, dictada por los poderes dominantes [y por nuestra propia lejanía de Dios], de que nada puede realmente cambiar…?6

Jesús no desespera, a pesar de que los discípulos parecen ser cada vez más un caso perdido, a medida que se acercan a Jerusalén. El segundo anuncio de la pasión7 pone crasamente al descubierto, no solamente su incomprensión, sino también su insensibilidad y su rivalidad. Todo lo que les interesa es determinar cuál de ellos sería el más grande, el líder del grupo, cuando el maestro fuera eliminado. En lugar de intervenir de inmediato, Jesús espera a estar en casa, en Capernaúm, para preguntarles: “¿Qué discutíais entre vosotros por el camino?” (v. 33), una interrogación que corta “como espada de dos filos” (Heb 4:12), pues Jesús no los “sermonea” sino que los remite a sí mismos.

De hecho, no es una simple coincidencia que, en repetidas ocasiones luego de cada anuncio de su muerte y de la reacción que esta provoca, Jesús los confronte con lo íntimo de sus propios deseos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mc 8:34), les había enseñado en Cesarea de Filipo; “si alguno quiere ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos,” les dice en Capernaúm (Mc 9:35); “el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos” (Mc 10:43-44), les recordará de nuevo ya cerca de Jerusalén. Cada una de estas palabras contiene una paradoja que invierte de manera radical los valores comúnmente aceptados y que solo tiene sentido desde la fe. Ciertamente, el discipulado se juega en el corazón y en lo íntimo de sus deseos más profundos, allí donde se pone al descubierto manifiestamente en quién esperamos o, como le había dicho Jesús a Pedro, si nuestra mira está puesta en las cosas de Dios o en las de los hombres (Mc 8:33).

El Último de Todos y el Servidor de Todos (v. 35)

Jesús les asegura que el más grande, el primero, es el último de todos y quien está a la disposición de todos. En otras palabras, la verdadera grandeza se asimila a la humildad y al servicio: “difícilmente la receta del éxito en nuestra cultura, en la cultura rabínica o en la de los lectores griegos del evangelio de Marcos.”8 Por eso, Jesús elije a un niño y lo pone en medio, como parábola viviente que personifica lo que acaba de decir. Desprovisto de estatus social en tiempos de Jesús, el niño representa a los últimos, a quienes carecen del más mínimo signo de grandeza a los ojos de los seres humanos.9

Cabe preguntarnos cómo resuenan en nosotros/as estas palabras de Jesús. ¿Por qué tipo de grandeza nos afanamos cada día? O lo que es lo mismo, ¿cuáles son los deseos más íntimos de nuestros corazones? Al final, todo se resume en una cuestión de fe, de sopesar hasta qué punto nos dejamos realmente transformar por la palabra de Jesús, mientras lo seguimos “en el Camino” que lo conduce—y nos conduce—a Jerusalén.


Notas:

1. Mc 8:27; 9:33-34; 10:17.32.52.

2. Hch 9:2; 18:25; 19:9.

3. Morna D. Hooker, The Gospel According to Saint Mark. Black’s New Testament Commentary (Peabody: Hendrickson Publishers, 1991), 226.

4. Otros escritos del Nuevo Testamento van a hacerse eco de esta misma convicción: Ro 6:8; 2 Ti 2:11; Mt 10:24; Jn 14:5.

5. Al traducir “con oración” en lugar de “con oración y ayuno,” me aparto de la versión Reina Valera 1995 para privilegiar en su lugar el texto griego del evangelio establecido por Nestle-Aland (Novum Testamentum Graece, edición 28), que está disponible en línea.

6. Ched Myers, Binding the Strong Man. A Political Reading of Mark’s Story of Jesus (Maryknoll: Orbis Books, 1988), 255. Citado por Marie-Noël Keller, “Opening Blind Eyes: A Revisioning of Mark 8:22-10:52,” Biblical Theology Bulletin 31-4 (2001), 155. Mi traducción libre.

7. Consideramos que este es el segundo anuncio de la pasión, en el sentido de que es la segunda vez que Jesús comunica este mensaje al grupo de los discípulos en pleno. Jesús había hecho previamente un anuncio similar (Mc 9:9-10), pero en ese momento se había dirigido exclusivamente a los tres discípulos que habían presenciado su transfiguración.

8. Paul Achtemeier, “An Exposition of Mark 9:30-37,” Interpretation 30-2 (1976), 178-183.

9. En ese sentido, Jesús se identifica e identifica indirectamente al Padre con la figura del niño (v. 37: “El que reciba en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió”) pues, en la cruz, Dios se hace efectivamente el último y el servidor de todos: “En su ejecución, Jesús manifiesta los estándares de Dios (Mc 15:1-37): Él es el último en la sociedad, como un ser humano ridiculizado y rechazado; él ha renunciado a ejercer su poder y pierde su vida al servicio de la Buena Nueva en beneficio del mundo. En Getsemaní, Jesús teme morir, pero su oración revela la orientación de su vida – “no lo que yo quiero sino lo que tú quieres” (Mc 14:36). Jesús es lo contrario del ser humano centrado en sí mismo. Él está plenamente centrado en Dios para los demás.”  Véase David Rhoads, “Losing Life for Others in the Face of Death: Mark’s Standards of Judgement,” Interpretation 47-4 (1993), 362-363. Mi traducción libre.