Comentario del San Marcos 9:30-37
Este texto se encuentra en la sección que se está leyendo estos domingos, de 8:27 a 10:52, en la que Jesús va por el camino que lleva a Jerusalén y les habla ya abiertamente a los discípulos de la cruz y las implicaciones que tiene seguirle por este camino.
Literariamente, la sección está jalonada por los tres anuncios de la pasión (8:31; 9:31; 10:33–34). En los tres casos, los discípulos no comprenden lo que Jesús les enseña, y Jesús debe insistir en lo que significa la cruz para sus seguidores (8:34–38; 9:36–37; 10:41–45).
En el texto que hoy estudiamos se subraya el tema del camino: “caminaron por Galilea” (v. 30); “¿Qué discutíais entre vosotros por el camino?” (v. 33). El camino tiene un profundo sentido simbólico y teológico en Marcos ya desde el inicio (1:1–3), y esto se hace especialmente claro en la sección que nos ocupa: 8:27 (“Y en el camino preguntó a sus discípulos”) y 10:52 (Bartimeo “recobró la vista, y seguía a Jesús por el camino”). Es el camino de la cruz, que implica una forma alternativa de ver la realidad y de vivir.
Los anuncios de la pasión y muerte se dirigen a los discípulos. Aquí dice expresamente que no quería gente alrededor “pues enseñaba a sus discípulos” (9:31). Es claro que reserva la enseñanza de la cruz a los discípulos confiando en que la acogerán después de tanto tiempo de convivencia con él.
Sin embargo, los discípulos no entendían las palabras de Jesús, pero “tenían miedo de preguntarle” (v. 32). Tienen miedo a la verdad. Tenemos que preguntarnos si no es esta también nuestra actitud muchas veces: la de un cómodo “no saber”; tener miedo a presentarnos sinceramente ante Dios porque cuando la luz entra a fondo en nuestra vida no podemos eludir las exigencias de cambio.
“Ser el servidor de todos”
Llegan a Capernaúm, localidad base de la actividad galilea de Jesús, y entran en “la casa” (el texto griego se refiere a una casa determinada), sin duda la de la familia de Pedro (cfr. 1:33–34). Pero, con toda probabilidad, “la casa,” en la intención del evangelista, está aludiendo al lugar donde se reunían las comunidades cristianas de su tiempo para rememorar a Jesús y sus palabras. En “la casa” Jesús va a impartir dos enseñanzas de máxima importancia, expresiones del comportamiento alternativo de quienes le siguen por el camino de la cruz. Las palabras son directas y penetrantes, y van acompañadas de un gesto de máxima expresividad.
Los discípulos iban discutiendo por el camino “quién había de ser el mayor” (v. 34). Son los pensamientos de los hombres, totalmente opuestos a los valores que Jesús propone. Aspirar a ser “el mayor” en un grupo es aspirar al poder y al honor. Cuando esto sucede, surgen inevitablemente las rencillas y divisiones, y se hace imposible el ideal de fraternidad que Jesús propone al Israel que acepta el reinado del Padre.
Jesús se da cuenta y adopta la postura de los maestros cuando enseñaban (“se sentó” y “llamó a los doce”) porque va a decir unas palabras muy solemnes: “Si alguno quiere ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos” (v. 35).
Estas palabras son centro y resumen de toda la sección. Nos recuerdan otra enseñanza que se reitera en los evangelios: “el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mt 23:12/Lc 14:11; Lc 18:14). Dichos semejantes a este se encuentran en numerosas literaturas populares, porque reflejan una experiencia bien contrastada.
“Servir” implica ver las necesidades del prójimo, ponerse en el lugar de los más necesitados, no pasar de largo, ayudar eficazmente. Es la actitud básica de los/as seguidores/as de Jesús, que se reitera en los evangelios, como tendremos ocasión de comprobar.
La frase “primero de todos” es una promesa escatológica. Pero es muy probable que los lectores de Marcos estén también pensando en cómo hay que organizar la comunidad una vez que Jesús haya desaparecido. Así lo interpretó el Evangelio de Tomás 12. Digamos simplemente que la forma de entender la autoridad, de elegir a quienes la detentan y de ejercerla tiene que regirse en la comunidad cristiana por criterios muy diferentes a los vigentes en el mundo.
Recibir a los niños
Jesús desarrolla su enseñanza y la acompaña de un gesto profético:1 “Y tomó a un niño, lo puso en medio de ellos y, tomándolo en sus brazos, les dijo: —El que reciba en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió” (vv. 36–37).
Este texto de Marcos se interpreta inadecuadamente con mucha frecuencia. No se pone al niño como ejemplo de actitudes morales (inocencia, falta de maldad). Así lo interpreta Mateo, que introduce un versículo que no está en Marcos (cfr. Mt 18:3–4). Esta idealización moral de los niños es frecuente hoy en día, pero no se daba en absoluto en el judaísmo porque se consideraba que los niños no eran capaces de cumplir la ley.
En el mundo greco-romano la situación de los niños era, con frecuencia, muy penosa. El aborto era una práctica habitual y más corriente aún el abandono a su suerte de niños/as al de poco de nacer (lo que se llamaba la expositio). Eran presa habitual de quienes les reclutaban como esclavos para los trabajos más duros o para el mercado sexual.2
El niño en este dicho de Jesús es el prototipo de lo vulnerable, de lo desvalido, de lo que no cuenta, de lo que está expuesto a todos los peligros. A quienes aspiran a ser los mayores en prestigio y honor, les pide que se hagan los últimos y los servidores de todos, representados por el niño que tiene en sus brazos.
La hospitalidad era muy importante en la literatura greco-romana.[3] En La Odisea, Zeus es protector de los huéspedes y podía hacerse presente como un forastero. En la Biblia la hospitalidad adquiere la máxima importancia (Rom 12:13; Heb 13:2). Los justos se llevan una enorme sorpresa porque cuando acogieron a los hambrientos y sedientos, a los desnudos, enfermos y encarcelados, estaban acogiendo al Hijo del hombre (Mt 25).
Acoger a un niño significa solidarizarse con lo tenido por lo último. El evangelio de hoy nos exige comportamientos, en buena medida contraculturales:
- La denuncia de la pederastia fue durísima en el cristianismo de los orígenes. La denuncia y la lucha contra los abusos sexuales a menores, especialmente en el seno de las iglesias, debe ser una tarea prioritaria, exigente y transparente de los seguidores de Jesús.
- El número de víctimas infantiles en guerras actuales es especialmente numeroso. Al mismo tiempo la hambruna y el trauma de unos sufrimientos indecibles marcan para siempre a las actuales generaciones de niños. En estos niños se nos revela Jesús crucificado, y nuestra obligación es que la eficacia de la resurrección les libere de esa situación.
Notas
- B. Vawter, “Introducción a la literatura profética,” en R. E. Brown, J. A. Fitzmyer, R. E. Murphy (eds.), Antiguo Testamento. Comentario Bíblico San Jerónimo (Estella: Editorial Verbo Divino, 2004), 307–308. Aquí se mencionan otros gestos proféticos como el matrimonio de Oseas (Os 1–3), la desnudez de Isaías (Is 20:1–6), el celibato de Jeremías (Jer 16:1–4) y su adquisición del campo de Janamel (Jer 32:6 ss).
- Un texto de San Justino nos da una idea de la penosa situación de los niños: “Nosotros … profesamos la doctrina de que exponer a los recién nacidos es obra de malvados. En primer lugar, porque vemos que casi todos van a parar a la disolución, no solo las niñas, sino también los varones; y al modo como de los antiguos se cuenta que mantenían rebaños de bueyes, cabras, ovejas o de caballos de pasto, así se reúnen ahora rebaños de niños por el único fin de usar torpemente de ellos”: 1 Apología 27,1.
- R. Aguirre, “El extranjero en el cristianismo primitivo,” en AA.VV, El extranjero en la cultura europea de nuestros días (Bilbao: Universidad de Deusto, 1997), 475–482.
September 22, 2024