Comentario del San Lucas 13:10-17
Nos encontramos en este 14° Domingo después de Pentecostés ante una narración bíblica exclusiva del evangelio de Lucas.
Jesús entra a una sinagoga en un día de reposo, no sabemos si para participar de la celebración como oyente o para presidirla. Si entra como un simple oyente, sorprende la autoridad con la que llama a la mujer. Pero si está frente a la comunidad enseñando, también desafía la ley y la costumbre de que las mujeres no estén dentro de una sinagoga y llama a la mujer.
Más allá de costumbres y leyes, lo que Jesús logra ver es a una mujer enferma, a una mujer que sufre y que por el tiempo transcurrido con la enfermedad seguramente transmitía con su cuerpo cansancio, fatiga y un dolor que a su vez le provocaban una gran tristeza y desolación, de tal manera que Jesús pudo verla y solidarizarse con ella a pesar de que no estaba muy cerca.
La voz de amor
Seguramente la mujer acostumbraba a estar en las inmediaciones de la sinagoga. Sabía que era difícil que la dejaran entrar, pero podemos pensar en que intentaría escuchar alguna palabra que le diera esperanza y paz.
Y la mujer encontró esa palabra de esperanza y paz en Jesús, pero nunca pensó que esa voz la llamaría, que esa voz la vería y que esa voz la tocaría. Los verbos ver, llamar y tocar nos mueven a la acción. Jesús podría haberla visto solamente, como lo hacían todos los demás, que la veían tal vez a diario.
Pero Jesús no sólo la ve, sino que la llama. No conocía su nombre, pero su voz de amor y autoridad fueron suficientes como para que esa mujer aceptara el reto de pasar en medio de la gente.
Y Jesús de nuevo expresa palabras hacia ella: “Mujer, eres libre de tu enfermedad.” La Biblia da testimonio de cómo las palabras desde el inicio de la creación fueron capaces de dar vida, y lo mismo sucede con la mujer al escuchar las palabras de Jesús. Por años había tenido que andar encorvada, y ahora estaba derecha.
¿Nos podemos imaginar lo que fue para la mujer andar encorvada por 18 años? Tiene que haberle resultado muy difícil ver el sol y a sus seres queridos, tiene que haberle resultado difícil abrazar, comer, sentarse, acostarse. Pero Jesús le dio una nueva visión. Ahora podía ver de frente. Ahora podía mirar a los demás a los ojos, sin pena y con toda seguridad y alegría, pues el Maestro había transformado su vida.
¡Un nuevo horizonte!
Muchas veces nuestras situaciones de vida nos hacen encorvarnos. La tristeza, el fracaso, la situación económica, los problemas familiares, una enfermedad, la desesperación, son factores que encorvan nuestro espíritu y nuestro cuerpo. A veces las cargas que tenemos que llevar son tan pesadas que nos doblegan.
Intentemos caminar por unos minutos encorvados. ¿Es difícil, verdad? Así se sentía la mujer, así como usted se pudo haber sentido en ese breve tiempo en el que estuvo encorvado o encorvada.
Pero había para ella ¡un nuevo horizonte! La libertad estaba frente a ella. Sus ojos ahora podían ver de otra manera su vida y su realidad era diferente. El aire le dio en la cara, el sol lastimó sus ojos, se tuvo que acostumbrar a caminar de nuevo de manera correcta, sus huesos se enderezaron al escuchar la palabra de Jesús y al sentir sus manos de amor que la tocaron.
La acción de Jesús fue ver, llamar y tocar, tres elementos que trajeron nueva vida a una mujer que estaba muerta en su dolor. ¡Qué importaba si era día de reposo! ¡Valía más esta mujer, su vida y su persona, y eso era suficiente para tener misericordia de ella! ¡Qué importaba la ley dura y cruel, que era capaz de tener lástima por un animal antes que pensar en el bien de una mujer!
Un nuevo nombre
De ser llamada simplemente “mujer”, ahora es nombrada como hija de Abraham, heredera de la fe de este patriarca que para los judíos era muy importante. Ya no era más una encorvada y enferma, ahora era una hija de Abraham que podía mirar hacia el frente con toda seguridad.
Jesús nos ofrece la posibilidad de tener nuevas maneras de vivir la vida. Con la ayuda de él, seremos levantados e invitados a ver desde otras perspectivas el mundo y sus complicaciones. Todas las personas somos creadas de nuevo y nombradas para ser bendecidas, y para caminar de su mano, con la esperanza de tener tiempos mejores.
Por gracia entonces nosotros y nosotras tendremos que crear vida para todas las personas que están necesitadas. No sólo mencionarlas en nuestras oraciones o mencionarlas cuando las vemos pasar, sino nombrarlas, regresarles su dignidad y tocarlas.
Al que llora y al que sufre hay que darle amor, hay que verlo, hay que llamarlo y hay que tocarlo. Un abrazo, el amor, la justicia y la misericordia que podamos proporcionar serán capaces de transformar a aquellos y aquellas que están sufriendo.
Busque y vea seguramente que a su lado hay alguien que necesita ser visto, llamado y tocado. Abrácelo, ore por él o por ella, pregúntele en que le puede ayudar. Tal vez sólo unas pocas palabras, un llamado y un toque de amor basten para que con la ayuda de Dios esa persona vea la vida de manera diferente.
August 25, 2013