Decimotercer domingo después de Pentecostés

“Señor, ¿a quién iremos?”

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August 22, 2021

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Comentario del San Juan 6:56-69



Una característica de los evangelios es que ofrecen un mensaje profundo y a veces complejo, pero lo hacen una manera simple. Son palabras densas y medulares, pero ávidas de ser comprendidas por todos, en particular por las personas sencillas. El pasaje que este domingo nos reúne es un ejemplo de ello. En él encontramos expresiones que nos llevan al corazón de la experiencia humana, a las preguntas esenciales, aquellas que definen la vida de quien se las formula. Y, sin embargo, el texto se ofrece como un pan cálido que alimenta a quien lo recibe y no exige del oyente más que fe y confianza en que el Señor nos ofrece lo mejor de sí mismo.

El texto de hoy es continuación del que leímos el domingo anterior. Como una forma de vincular esta porción con la anterior, el leccionario superpone los versículos finales (vv. 56-58) del pasaje para el domingo pasado con los indicados para este domingo. Es importante que podamos hacer explícita esta continuidad ya que lo que sigue a partir del v. 59 es motivado por el discurso de Jesús sobre su carne y su sangre.

  1. Luego de oír las palabras de Jesús se nos dice que “muchos de sus discípulos” (v. 60) consideraron que sus palabras eran duras y difíciles de aceptar. Debemos aclarar que la expresión “discípulos” no se aplica en los evangelios solo a los doce. Es evidente que llama así a muchos de sus seguidores, lo que sin duda incluía mujeres y personas de diferente edad. La idea de que los discípulos fueran solo doce varones no se condice con este y otros textos de los cuatro evangelios. De hecho, se nos informará en esta oportunidad que a partir de este discurso habrá quienes dejarán de ser parte de quienes lo seguían. Es decir, a partir de su prédica había quienes se sumaban y quienes se apartaban de Jesús.
  2. Al oír Jesús que sus palabras son duras para algunos les pregunta: “¿esto os escandaliza?” (v. 61). ¿A qué refiere esta pregunta? De acuerdo con el contexto literario parece claro que la preocupación de los discípulos y la pregunta de Jesús es motivada por la afirmación de que el “pan del cielo” dado en tiempos del desierto alimentó a sus antepasados, pero igual murieron (v. 58). Esto debe haber sonado como una relativización del maná y de la historia del pueblo en el desierto. Y sin duda que era costoso aceptarla por muchos judíos para quienes aquellas historias daban sentido a sus vidas y fundaban la existencia de Israel como pueblo de Dios. Si la fe en Jesús exigía menoscabar los grandes hechos de Dios en tiempos de la vida en el desierto, los ponía en la necesidad de optar entre uno y otro. Sin embargo, Jesús no predica que las antiguas tradiciones han sido eliminadas; dice en varias ocasiones que él viene a resignificarlas.
  3. Por eso en este punto quienes se retiran parecen no haber comprendido las palabras de Jesús. Él no rechaza la bendición del maná en el desierto, sino que dice que su presencia viene a prolongar aquella bendición y a transformarla en una mucho mayor aún. Recordemos que la idea de la vida eterna no estaba presente en tiempos de Moisés y por eso aquellos hombres y mujeres “murieron.” Ahora hay un nuevo paso en la revelación de Dios. Al enviar a su Hijo, nos muestra que su voluntad es darnos vida que no se consume. Dios invita a un nuevo pacto con cada creyente, y ese pacto no se acaba con la muerte.
  4. Jesús distingue entre la carne y el espíritu. La carne “nada aprovecha” mientras que el espíritu “es el que da vida” (v. 63). Vemos que continúa el tema de la vida como centro del discurso y como invitación a aferrarse a él para acceder a esa vida que ofrece e inaugura. El lenguaje de “carne” y “espíritu” refiere a las cosas perecederas y las cosas que permanecen. Todo lo que en el NT remite a la carne es símbolo de aquellas cosas que no tienen entidad y por consiguiente mueren. No debe confundirse con el placer o con la facultad de disfrutar de las cosas agradables de la vida. Cuando en Génesis 1 Dios hizo las cosas “materiales” las vio como buenas, incluidos el cuerpo y la carne con que nos hizo. Y la palabra hebrea tov (que traducimos “bueno”) también significa bello, hermoso. De manera que la belleza y lo estético es parte de lo bueno de la creación y somos invitados/as a disfrutar de ello. Pero en el lenguaje del pensamiento griego, la palabra carne y lo corporal se utilizan para designar lo perecedero, y el NT y el pensamiento de los primeros cristianos se hacen eco de ese modo de hablar. Sin embargo, en ningún momento se puede encontrar que el creyente deba abstenerse del placer o de reconocer la belleza.
  5. Es preciso dedicar el final de la predicación a los vv. 67-69. Jesús percibe que hay quienes lo abandonan y pregunta a sus discípulos/as (¡y a nosotros/as hoy!) “¿queréis acaso iros también vosotros?” La respuesta de Pedro nos impresiona y nos conmueve: “Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” Los discípulos/as, quizás por ser el grupo que estaba más cerca de Jesús, habían comprendido como nadie hasta ese momento que lo que Jesús traía era una perla única, un tesoro incomparable con cualquier otra realidad. “¿A quién iremos?” significa que no hay otro que pueda salvar.
  6. “Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 69). Este final contradice a quien piense que Jesús busca desvalorizar el maná del desierto. El Dios viviente es aquel que creó el cielo y la tierra, quien oyó el clamor de los esclavos y los liberó, y quien levantó profetas para comunicar al pueblo su voluntad. Esta confesión de fe (como la de Marta en Juan 11:27) resuena en el texto y llega a nuestros días para que también la confesemos tú y yo.