Cuarto Domingo de Pascua

La entrega de la vida

lamb in green field
"And I lay down my life for the sheep" (John 10:15). Photo by Rod Long on Unsplash; licensed under CC0.

April 25, 2021

View Bible Text

Comentario del San Juan 10:11-18



El pasaje que tenemos para este domingo parece tener como auditorio a los mismos protagonistas de 9:39-41. Los fariseos a quienes se dirige Jesús tienen mayor culpa para el Mesías, por cuanto, creyendo percibir la realidad con exactitud, son en realidad ciegos a la obra divina que se hace delante de sus mismos ojos. La curación de un ciego de nacimiento en el capítulo 9 presenta una agria disputa entre estos estrictos religiosos y Jesús. En ella se da cuenta de que las fidelidades religiosas hacen incapaces a las personas de ver la propia mano de Dios en acción, en este caso en la curación milagrosa de un ciego (9:1-34).

Ahora Jesús, en este contexto de tensión, les habla por medio de una alegoría o comparación (paroimía en el original griego) en la que se refiere a sí mismo como el “pastor,” pero sus interlocutores parecen incapaces de comprenderlo (10:6). La religiosidad que pone las leyes de la tradición por encima de las personas no solo daña a estas en la práctica, sino que peor aún, anestesia y ciega el corazón de las personas a la acción divina.

La sección de Juan 10:1-21 en la que se encuadra nuestro pasaje presenta una compleja simbología que no es fácil de desentrañar a primera vista. Jesús se presenta en primer lugar como el “pastor” de las ovejas (vv. 1-5) que se contrapone al ladrón y al salteador, dos términos muy significativos que Jesús usa para describir a las autoridades religiosas del pueblo. En segundo lugar, tras la incomprensión de los interpelados, como notamos arriba, Jesús se compara con la “puerta” de las ovejas (v. 7-10). Jesús se contrapone así de nuevo a quienes asaltan a las ovejas y no tienen otro propósito que robar, matar y destruir. Jesús, sin embargo, ha venido para dar vida (v. 10). Algunos autores reconocen en este texto duras críticas al sistema sacrificial del templo de Jerusalén. De hecho, por la Mishná sabemos de la existencia de una “puerta de las ovejas” que era la única inútil, sin dintel, en todo el recinto sagrado, es decir, que no tenía uso. Los animales entraban al templo, pero nunca salían de él. Jesús, por el contrario, hace que las ovejas entren y salgan y hallen pastos—toda una declaración de intenciones. La imagen no puede ser más elocuente: un sistema representa la muerte mientras que en el “Yo soy” de Jesús se personifica la vida. Con este contexto en mente estamos en mejores condiciones para entender la tercera comparación en la que Jesús habla de sí como el “buen pastor.”

“Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (v. 11). La imagen del pastor como líder del pueblo es un lugar común tanto en la literatura bíblica como en la extrabíblica. A los reyes mesopotámicos se les denominaba pastores, pues administraban al pueblo como representantes de la divinidad. En Israel esta imagen pastoril está fuertemente atestada: el Salmo 49, por ejemplo, es una denuncia contra los ricos y poderosos que se aprovechan de las ovejas (el pueblo). Dios es el pastor de su pueblo (Salmo 23; Génesis 49:24). El pueblo que no tiene pastor es un pueblo indefenso (Isaías 53:6) y sus profetas denuncian a los malos dirigentes/pastores que no cuidan del pueblo (Ezequiel 34) mientras que Dios sí lo hace, el pastor por antonomasia (Ez 34:11, 23-24). Que Jesús se llame a sí mismo “buen pastor” es una declaración cristológica a todas luces, en esta sección de Juan donde abundan los “Yo soy” que nos remiten al «Yo soy el que soy» de Éxodo 3 cuando el Dios de Israel se aparece a Moisés en una zarza que ardía pero que no se consumía. Pero es también ponerse del lado del Pastor que es Dios, como representante suyo ante su pueblo, su rebaño. Dios no ha dejado huérfano a su pueblo, sino que en Jesús se despliega como el buen pastor que entrega su vida a favor de las ovejas que son las que le escuchan (algo que ya nos ha adelantado en 5:21, 24).

De nuevo, frente al buen pastor que es pura dádiva, nos encontramos al “asalariado,” que hace la labor por la ganancia económica, por el interés personal. Cuando las ovejas se encuentran en peligro, este las abandona a su suerte y huye porque no le importan las ovejas (v. 13). Quizás aquí el autor del evangelio esté pensando en su propio momento histórico, unas décadas más tarde, donde ha comenzado la disensión entre grupos de seguidores de Jesús. Algunos, quizás, solo quieren liderar por motivos egoístas, como fuente de ganancia, pero, frente a estos, se propone un liderazgo-pastoreo a la manera de Jesús, de entrega consciente de la vida en servicio por los demás.

Jesús, además, conoce a las ovejas (por nombre; cf. 10:3-4) y estas le conocen a él a su vez. El símil del pastor-ovejas sirve aquí para mostrar la íntima relación entre Jesús y los suyos, pues no se trata de seguir unas coordenadas teóricas dogmáticas. A veces se interpreta que el discipulado cristiano consiste en aceptar determinadas doctrinas para ser ortodoxo, pero la propuesta de Jesús tiene que ver con la entrega de la vida. El amor se demuestra con acciones y, en contadas ocasiones, con palabras también.

Los vv. 16-18 nos hablan de otras ovejas, de otros rebaños. No sabemos a ciencia cierta a quién se refiere. Quizás se refiere a quienes habrían de creer por la palabra de los seguidores de Jesús. Quizás es una referencia al gentilismo, a los futuros seguidores del Mesías que provienen de las naciones y que, en la mente de muchos judíos, estaban más allá de la posibilidad de experimentar la salvación esperada. Ahora estos también van a ser parte de un único rebaño bajo el atento cuidado de un solo pastor que está dispuesto a dar su vida de forma voluntaria. Y es que cuando Jesús sea levantado, atraerá a sí a todos (12:32).

La esencia de la misión de Jesús es entrega hasta lo sumo, sin limitaciones, sin condiciones. En esto se diferencia de las estructuras religiosas de su tiempo, que dan prioridad a la forma sobre la esencia. Una buena lección que tenemos que aprender de veras quienes nos consideramos creyentes en Jesús, esos/as que oyen su voz y le siguen.