Los predicadores como poetas sociales: Reflexiones sobre el mensaje del Papa Francisco

Pope Francis waves to crowd outdoors.
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El poeta social crea “esperanza allí donde sólo aparece descarte y exclusión,” tiene sueños en comunidad e imagina creativamente nuevas formas de organizarse juntos en la historia. Estas son algunas de las maneras en las que el Papa Francisco habla de los “poetas sociales” en su mensaje 2021 para los Movimientos Populares, un texto que efectivamente comisiona como discípulos a las comunidades globales de base a las que Francisco no solo ama, sino en las que ve la posibilidad de una nueva humanidad.

Es inevitable escuchar los ecos de las últimas homilías de Oscar Romero en El Salvador, aquel gran predicador que denunciaba y anunciaba desde el altar, y para quien la historia era la realidad en la que Cristo seguía encarnándose en cada lucha por la vida y en contra de la muerte. De hecho, algunas de las declaraciones de Francisco nos recuerdan las icónicas palabras de Romero el 23 de marzo de 1980, cuando “en el nombre de Dios” Romero rogó, suplicó y finalmente ordenó a los militares de El Salvador que cesaran la represión.

Francisco hace una serie de nueve pedidos directos a las corporaciones mundiales, a los gobiernos y a todos los que se benefician de manera clara con la vida y la muerte de millones de personas, reclamándoles que pongan fin a la explotación violenta que hacen de la humanidad. Escribe: “quiero pedirles en nombre de Dios a los fabricantes y traficantes de armas que cesen totalmente su actividad,” “quiero pedirles en nombre de Dios a las grandes corporaciones extractivas —mineras, petroleras—, forestales, inmobiliarias, agro negocios, que dejen de destruir los bosques, humedales y montañas, dejen de contaminar los ríos y los mares, dejen de intoxicar los pueblos y los alimentos,” “quiero pedirles en nombre de Dios a las grandes corporaciones alimentarias que dejen de imponer estructuras monopólicas de producción y distribución que inflan los precios y terminan quedándose con el pan del hambriento.” Aunque Francisco se autodenomina “pedigüeño,” alguien que no para de pedir o molestar, sus peticiones tienen el espíritu de denuncia.

El ruego de Romero y luego la orden a los soldados en aquella homilía del 23 de marzo de 1980, sellaron su destino, y Romero fue asesinado al día siguiente, convirtiéndose en un mártir más y en un cadáver que incluso en la muerte siguió comunicando la verdad. En el mensaje de Francisco hay momentos que se leen como una carta de despedida. Tal vez refleje su conocimiento e intuición de los peligros que conlleva la proclamación de la verdad en un mundo donde la mentira y la post-verdad se han convertido en una forma de vida. Francisco concluye su sentido mensaje haciendo referencia a las propias palabras de Jesús a sus discípulos — “Siempre estaré con ustedes” (Mt 28:20) — y, del mismo modo, Francisco les dice a sus poetas sociales —a quienes, independientemente de que sean cristianos o no, dedican su vida a erradicar los sistemas de muerte— “en este momento de mi vida, quiero decirles también que yo voy a estar con ustedes.” Les agradece que le permitan soñar con ellos lo que podríamos llamar los sueños de Dios.

Si predicar es proclamar la Palabra viva de Dios que sigue encarnándose en la historia, entonces toda persona que intente predicar debe discernir primero dónde se manifiesta particularmente la presencia de Dios en su tiempo. Pero este discernimiento no se realiza de forma aislada, sino en comunidad, en medio de las luchas por la vida. Es ahí donde el Espíritu creador de Dios revela lo que es nuevo, lo que se está convirtiendo y lo que debe ser transformado para que cualquier proclamación sea de verdad de la Palabra viva y no de un mensaje muerto que hace tiempo dejó de mediar un encuentro con la vida.

No podemos dar por sentado que los/as predicadores/as sean poetas sociales, sino todo lo contrario, los/as predicadores/as tienen la difícil pero santa invitación de convertirse en poetas sociales, de servir de vehículo para los sueños de los pobres y los sueños de Dios con el pueblo de Dios. La poesía social de los/as predicadores/as debe surgir de las alegrías y los lamentos de quienes han hecho de las calles su hogar mientras protestan contra el racismo, el patriarcado y todas las formas de injusticia social. Francisco denomina a estos opositores y detractores de la muerte, como el movimiento Black Lives Matter, “samaritanos colectivos,” ya que con su acción recogen a los heridos y muertos que han quedado en el camino sinuoso de las historias de saqueo.

Los/as predicadores/as que se conviertan en poetas sociales transitarán el camino con los movimientos, dejando que el Espíritu de cada movimiento hable en lenguas inesperadas, con una miríada de acentos, y se haga presente y manifiesto en el sacramento del canto y la danza que da a luz a nuevas liturgias.

El/la predicador/a como poeta social hará de la iglesia el lugar de la protesta, el lugar de la denuncia, el pueblo de la anunciación. El/la predicador/a se convertirá en partero/a de los nuevos movimientos del Espíritu, sirviendo de retaguardia que asegure que nadie quede expuesto a las depredaciones de quienes pretenden comprar el Espíritu de la iglesia y la vida del movimiento. Aquellos que sacan provecho de mantener a la fe y la iglesia privatizadas, espiritualizadas, tranquilizadas.

En palabras de Francisco, “pidámosle a Dios que derrame su bendición sobre nuestros sueños,” para que sirvamos como poetas de un mundo nuevo, predicando los mensajes inscritos en las aceras rotas, en las fronteras, en los muros y en todos aquellos lugares donde hay un choque entre lo que es y lo que debería ser. De esta forma, quienes proclamen se habrán convertido también en discípulos/as capaces de “crear, componer, aventurar y arriesgar” en comunidad y en comunión con Dios.


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