Third Sunday of Advent (Year B)

Al terminar esta semana muchos estaremos contemplando la luz de la estrella de Navidad que adorna nuestros arbolitos navideños.

May those who sow in tears
May those who sow in tears reap with shouts of joy. - Psalm 126:5 (Public domain image; licensed under CC0)

December 17, 2017

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Comentario del San Juan 1:6-8, 19-28



Al terminar esta semana muchos estaremos contemplando la luz de la estrella de Navidad que adorna nuestros arbolitos navideños.

Aunque en algunas tradiciones muy legalistas quizás el uso de lucecitas y árboles de Navidad no tenga lugar, para la gran mayoría del pueblo cristiano son motivo de alegría y esperanza. Hace unas navidades atrás comenzamos a poner una estrella en el techo de nuestra casa al comienzo de la temporada de adviento. Sentí necesario aclararles a mis hijos nuestro motivo para poner luces navideñas; lo hacemos para dar testimonio de la luz que el Salvador trajo a este mundo. Para nuestra familia la estrella sirve para recordar la luz que llegó a la humanidad con la encarnación del Hijo de Dios. Además, es un constante recordatorio de que, así como Juan el Bautista, debemos vivir para dar testimonio de la luz, y con el fin de que otras personas crean por nuestro testimonio (v. 7).

En base a los vv. 19-28 y con Juan el Bautista como ejemplo, podemos reflexionar sobre el testimonio que damos de la luz. Reconociendo la fama creciente de Juan el Bautista, el liderazgo religioso en Jerusalén envió una delegación para averiguar quien decía ser. No está por demás conjeturar que las autoridades religiosas estaban preocupadas por la considerable influencia que estaba adquiriendo Juan el Bautista. ¿Estaban protegiendo sus intereses políticos al alarmarse por la proclamación justiciera del Bautista? No lo sabemos con certeza. Lo que si podemos decir con certeza respecto al ministerio profético del Bautista es que estaba incomodando a quienes detentaban el poder.

En particular, Juan el bautista denunciaba a los líderes religiosos sin importar su rango. Por ejemplo, “al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ‘¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?’” (Mateo 3:7). Pero, según Lucas 3:3-20, el Bautista barría parejo en su prédica. Pobres, publicanos, soldados y reyes debían someterse al bautismo de arrepentimiento en preparación para la llegada del Mesías. Tan fuerte fue su denuncia profética en contra de los poderosos que llegó a perturbar a Herodes el tetrarca. El Bautista acusó a Herodes por su incestuoso adulterio, entre otras maldades, y éste terminó encerrándolo en la cárcel (Lucas 3:19-20). Realmente el testimonio de la luz brindado por el Bautista estaba haciendo un impacto notable en la sociedad.

Es importante entender además que las buenas noticias de la luz incluyen una mala noticia para los enemigos de Dios y su justicia. Vivimos en tiempos en que se hace más y más difícil predicar el evangelio puro de Cristo. Existe miedo a ofender o a ser juzgados/as como ofensivos/as o discriminatorios/as. Existen predicadores del evangelio que por no incomodar a sus feligreses se abstienen de denunciar el pecado y mucho menos a quienes están en el poder y violan las leyes de Dios.

El pasado ciclo electoral que concluyó eligiendo a un millonario para la Casa Blanca a pesar de su comportamiento deplorable en contra de mujeres e inmigrantes debe llamar a la reflexión al 80% de la iglesia evangélica que, según las encuestas, votó por el actual presidente. ¿Cómo fue posible que muchos pastores y líderes evangélicos se quedaran callados y no denunciaran la misoginia y el racismo del candidato presidencial? ¿Cómo pudieron pasar por alto su comportamiento lascivo y endorsarlo como el supuesto candidato cristiano? ¿Dónde estaba la denuncia profética de los líderes religiosos que optaron por aliarse al Partido Republicano sin levantar su voz para defender a la mujer y al inmigrante? Ciertamente ser cristiano/a en Estados Unidos debe significar más que simplemente participar en reuniones y celebraciones religiosas; más que luces navideñas, el cristianismo es un movimiento profético que debe estar dispuesto a correr en contra de la cultura.

Juan el Bautista conocía bien cuál era su rol en representación del Mesías y por lo tanto quién no era. Después de ser interrogado por sacerdotes y levitas, rápidamente confesó no ser el Cristo esperado (vv. 19-22). Tampoco se consideraba un prominente profeta como Elías (v. 21). Quizá el título más adecuado que Juan el Bautista se hubiese dado a sí mismo sería “el vocero de Cristo.” En respuesta a un grupo de fariseos contestó: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto” (v. 23). Su ministerio fue solitario y carente de las luces y la fama que acompañan a ciertos ministerios modernos. Realmente, no estuvo dispuesto a adoptar una manera blanda de decir las cosas ni renunciar a la honestidad critica al hablar con gente con poder político y religioso con tal de ganar amigos.

Hoy necesitamos Bautistas modernos que no se acobarden ni se dobleguen ante el imperio o la presión cultural o política tanto de la derecha como la izquierda. La verdadera voz profética de la iglesia no debe ser vendida a cambio de dinero, fama o prestigio. Como el Bautista, la iglesia debe testificar de quien es la luz y la verdad, y no tener miedo a enfrentar autoridades terrenales cuando entren en conflicto con la luz.

Además, es importante notar la fuerza social de la práctica litúrgica del bautismo de Juan. El Bautista introdujo su ritual del bautismo como un acto de arrepentimiento en preparación para recibir al Mesías (vv. 25-26). Para el Bautista, ser partícipe de este ritual no era un mero asentimiento intelectual; equivalía a una actitud de sometimiento al señorío del Cristo. Juan les estaba exigiendo a pobres y a poderosos, a pecadores y religiosos, a militares y eruditos que dieran frutos de arrepentimiento genuino. ¿Será que como voceros de Cristo nuestro rol profético puede traer transformación verdadera a la sociedad cuando les exigimos a quienes profesan ser cristianos/as que lo sean con hechos y no sólo de labios? ¿Estamos dispuestos como el Bautista a tomar en serio nuestro ministerio como pastores/as y líderes para ser la conciencia cristiana del país y hacer un llamado al arrepentimiento y a una vida que busque el reino y la justicia de Dios? ¿Sólo ponemos lucecitas o de veras deseamos dar testimonio de la luz?