La Santísima Trinidad

Representación mutua y comunidad de acción de las tres personas de la Trinidad

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June 12, 2022

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Comentario del San Juan 16:12-15



El domingo pasado de Pentecostés vimos cómo la presentación del Espíritu Santo en San Juan nos hace intuir el misterio de la Santísima Trinidad que celebramos este domingo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo obran de concierto para nuestra salvación y nos revelan al único Dios en acción.

La cortísima lectura de este domingo provee el fundamento de la unidad de la Santísima Trinidad, bajo dos aspectos: la representación mutua y la comunidad de acción.

Observemos primero en estos cuatro versículos de Juan 16:12-15 la representación mutua.

El Espíritu Santo no habla por su propia cuenta, sino que toma de lo del Hijo y lo da a saber, guiando hacia la verdad total. Su discurso no lo representa a sí mismo, sino que refleja e ilumina lo dicho por Jesús, el Hijo. Imaginemos un poco la humildad del Espíritu Santo: no agrega nada de sí y trabaja sin cesar sólo para hacer entender a Jesús. Ningún rastro de individualismo, de glorificación personal; más bien, San Juan nos dice que el Espíritu Santo glorifica al Hijo. El Espíritu Santo tiene todo su ser dispuesto y dedicado a dar a conocer al Hijo; representa al Hijo.

Ahora bien, en otras partes de su evangelio, San Juan nos dice que Jesús tampoco dice nada por sí mismo ni actúa siguiendo su capricho o voluntad, sino que sólo dice las palabras del Padre para darle a conocer (Juan 12:49-50). Jesús tampoco improvisa su misión ni decide actuar según su propio plan, sino que ejecuta lo que el Padre le ha mostrado y mandado hacer (Juan 5:19, 30). De esta manera, el Hijo está totalmente volcado hacia el Padre (Juan 1:18) y glorificando al Padre (Juan 17:4). Así es como Jesús revela al Padre. Por ello osa decir que “el Padre y yo uno somos” (Juan 10:30) y a Felipe le dice que “el que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Juan 14:9). Se podría malinterpretar las declaraciones de Jesús y ver en ellas soberbia u orgullo desmedido, como si él pretendiera ser por sí mismo Dios, pero en realidad Jesús habla así en San Juan porque no queda en él nada de orgullo personal ni de jactancia individual. Lo único que queda en él es la pura obediencia y el vaciarse de sí mismo para mostrarlo sólo a Dios. En San Juan, Jesús es obediencia total y por ende reflejo perfecto de Dios Padre. En ello consiste su misión de Hijo enviado al mundo: representar al Padre con total transparencia.

El Padre no se queda atrás. Siendo Dios creador y soberano en todo, ha dejado todo el juicio al Hijo (Juan 5:22, 27). San Juan nos dice que el Padre le muestra todo al Hijo y ha dejado todo en su mano, dándole el Espíritu sin medida alguna (Juan 3:34-35). El Hijo es ahora quien da la vida eterna (Juan 5:21), no directamente el Padre. El Padre comparte su gloria, para que todo el que quiera honrar al Padre deba honrar al Hijo (Juan 5:23). Después de todo lo que el Padre cede al Hijo, uno podría preguntarse ¿y qué le queda al Padre?… ¡Nada! Pues el Padre ofrece al Hijo unigénito para salvar al mundo entero (Juan 3:16). Para darse a conocer, el Padre envía al Hijo y refiere enteramente a Jesús.

Cuando nos volteamos hacia el Padre, él pone en vista al Hijo, y cuando vemos al Hijo, éste dice que todo viene del Padre, y cuando escuchamos al Espíritu, él nos hace entender al Hijo. No hay manera cristiana de entender nuestra relación con Dios sin pasar por las tres personas de la Santísima Trinidad, pues las tres personas reflejan entre sí al Dios único en todo su generoso y descentrado dinamismo.

El otro aspecto por observar en estos mismos versículos es la comunidad de acción. Jesús no hace nada solo, pues siempre hace la voluntad del Padre y dice las palabras del Padre. El Padre siempre está con él y nunca lo abandona, ni siquiera en la cruz (Juan 8:28-29). El Espíritu Santo tampoco tiene discurso propio, sino que recuerda y profundiza la enseñanza del Hijo, que son las palabras del Padre. Quiere decir que las tres personas de la Trinidad comparten la misma voluntad, el mismo mensaje y la misma obra. Lo de uno es del otro (v. 15). No hay ningún rastro de politeísmo en la Santísima Trinidad: no hay conflicto de voluntades egoístas entre dioses celosos unos de otros, sino un actuar común de las tres personas divinas por el bien de la creación y de la humanidad.

Nuestra esperanza se funda en esta comunidad de acción. Si Dios estuviera dividido, si existiesen dioses en conflicto, el temor de perder el favor del dios vencedor nos llenaría el alma de angustia: ¿cuál de los dioses ganará? ¿A quién deberíamos apostar? No, el monoteísmo judío nos apacigua pues los cielos no están divididos; no hay dios perdedor ni poder que se interponga entre Dios y la realización de su voluntad. Dios es uno y digno de nuestra confianza integral. Sin embargo, la fe cristiana agrega y atestigua que ese Dios único no es un tirano solitario, orgulloso o soberbio, sino que es amor volcado hacia otros, relación perenne y fuerza eficiente que actúa hablando en la primera persona del plural. Amar es un verbo y si Dios es amor, hay más personas en Dios que aúnan sus voces en testimonio común, el testimonio del Dios único: Padre, Hijo y Espíritu Santo.