Comentario del San Juan 16:12-15
Antes que nada, debemos detenernos y preguntarnos como iglesia o comunidad de Jesús si realmente vivimos a diario una relación entre nosotros/as mismos/as como Jesús modeló en su relación con la divinidad. Las relaciones dentro de las comunidades cristianas son complejas. Hay quienes las verán desde la uniformidad y querrán que todos/as aquellos/as que buscan esa relación ecuánime puedan tener un mismo pensamiento o forma de creer, mientras que otros/as verán esas relaciones desde la tolerancia y paciencia. Lo que se debe tener claro es que fusionarse como comunidad cristiana no significa desconocer al otro que posiblemente es diferente, tiene una función diferente dentro de la comunidad o quizás está motivado por una intencionalidad completamente distinta a la que a ti te atrae a la comunidad; es decir, en la comunidad cristiana somos una gran diversidad. Pero esa diversidad y a la vez complementación no es solo de nosotros/as. El texto de Juan 16:12–15 nos invita a ver la relación propia en la divinidad como una sombra de las relaciones que los miembros de comunidades cristianas deberíamos tener hoy.
El caso es que se debe saber que algunas veces la comprensión de la diversidad y la práctica de buenas relaciones en las comunidades cristianas se da progresivamente acorde al tiempo en el que van creciendo y elevando su comprensión de Jesús. Lo mismo parece acontecer con la comunidad del discípulo amado. El desafío ayer y hoy es que, entre más va creciendo, más debe ir recordando lo que la llevó a ser comunidad en primera instancia.
Al principio, en la comunidad del evangelio de Juan todo era felicidad y armonía. Eran un grupo de judíos que se congregaban de acuerdo con las enseñanzas y vida de Jesús y mantenían la homogeneidad, pues permanecían en las sinagogas y no deseaban abandonar su fe, y tampoco tenían la intención de abandonar lo que esta nueva forma de comunidad o espiritualidad cristiana les estaba generando. Sin embargo, la dinámica de la comunidad fue permitiendo que otras personas, de otras comunidades, se fueran añadiendo. Y está claro que con la cantidad de personas se suman los conflictos y los problemas, al mismo tiempo que se profundiza el conocimiento sobre Jesús y su voluntad. Entre las nuevas personas tenemos a los samaritanos, con quienes los judíos tenían dificultades sociopolíticas y religiosas. También había judíos rebeldes, que cuestionaban la autoridad del templo y estaban en contra del sistema institucional judío, pues lo veían como sospechoso, sucio y envuelto en las tinieblas. Algunos de ellos posiblemente pertenecían a la secta judía de los esenios, pues vemos la influencia de los esenios en la búsqueda de la comunidad que representa la luz y en la visión de Jesús como alguien que encontró las cosas mayores de las que se habla en las páginas del evangelio de Juan.
Con el paso del tiempo y al final del primer siglo, la comunidad del discípulo amado estaba conformada por una gran diversidad de personas con diferentes contextos sociales, políticos y hasta religiosos. Así se abrió la posibilidad de que algunos de sus integrantes judíos fueran expulsados, algunos samaritanos se sintieran excluidos de la comunidad, y algunos judíos rebeldes entraran en conflicto con ideas de los primeros judíos que conformaron la nueva comunidad. Los líderes de la comunidad del discípulo amado se enfrentaron a distintos conflictos, internos como los descritos, y también externos, pues cristianos de otras comunidades apostólicas veían lo que pasaba en esta comunidad como una amenaza, mientras la comunidad juanina criticaba a otras comunidades cristianas por su falta de amor y por la jerarquización que estaban desarrollando. Al mismo tiempo, las autoridades judías rechazaban y perseguían a los judíos que se cristianizaban.
La hostilidad hacía mella dentro y fuera de la comunidad del discípulo amado. Es entendible que la cuestión fuera: ¿Qué debemos hacer frente a todos estos conflictos? ¿Quién nos ayudará frente a las autoridades judías que persiguen a quienes pertenecemos a la comunidad juanina y nos expulsa de los lugares de reuniones? Si no tenemos a Jesús a nuestro lado, ¿quién vendrá en socorro de los samaritanos que llevan a cuestas distintas situaciones de discriminación dentro y fuera de la comunidad? ¿Cómo debemos posicionarnos frente a la corrupción del sistema religioso de nuestro tiempo?
Esta es la realidad que aparece en nuestro texto de Juan 16:12–15, en el que se promete que el mismo espíritu que acompañó a Jesús en su mayor conflicto, en su peor realidad, la muerte misma, sostendrá a la comunidad juanina, la del discípulo amado, ayudando a confrontar el sistema corrupto que la hostiliza y que esta comunidad llamaba “mundo.” La duda que quedaba alrededor de todo esto era: ¿Cómo enfrentar las actitudes que no representaban las palabras y acciones de amor, aceptación y acogida de Jesús?
A través de este testimonio escrito la comunidad se alentaba, pues no estaría sola enfrentando su dura realidad, sino que Jesús en su despedida les había dejado la compañía de un consolador, un paracleto, que cumpliría funciones de “defensor” y que representaría al mismo Jesús, pues no haría otra cosa que enseñar y guiar a la verdad, la verdad sobre las palabras que Jesús dijo y las acciones que Jesús realizó. En el momento en que podían sucumbir a la persecución y la soledad que sentían luego de la muerte, resurrección y ascensión de Jesús, este les había dejado a quien les defendería y sostendría en las luchas que tenían por delante como comunidad.
Es evidente que ahora entra en escena un nuevo personaje, uno que representa en este texto la herencia o promesa de Jesús, el Espíritu Santo, el pneuma de Dios, “el Espíritu de verdad” (v. 13), pues ante tantas amenazas a la comunidad, necesitaban alguien que los defendiera y los guiara hacia la “verdad,” la aletheía que Jesús les había dejado. Por supuesto que el espíritu tendría una misión: guiar, hodēgēsei, llevarles hacia lo que de verdad Jesús enseñó y realizó. Estas tres palabras griegas son significativas en todo el texto y nos muestran el propósito o misión principal en la que la comunidad debería establecerse, el espíritu que defiende a quien se encuentra solo y desprotegido, y que adquiere la habilidad de guiar y enseñar a quienes siguen a Jesús, conduciendo hacia la verdad, que no es otra cosa que las palabras y acciones que Jesús dijo e hizo.
El espíritu no actúa solo. Aquí se nos muestra algo maravilloso. Por primera vez se nos revela cómo la divinidad misma se relaciona y actúa. Jesús nos indica, en las palabras de la comunidad del discípulo amado, que él envió al espíritu a hablar lo que el padre le enseñó. Es decir, el padre tiene una información y la entrega a su hijo. Jesús se convierte en un mensajero del padre, da lo que el padre le ha dicho que dé, comunica lo que el padre le ha dicho que diga. Y ahora el espíritu será quien deberá guiarnos a las palabras o acciones que Jesús ya dijo y realizó, o sea, no se nos dará otra verdad u otra revelación que la que el padre le dijo a Jesús y Jesús nos dijo. Sin embargo, la guía, hodégos, del espíritu es interpretativa; nos ayudará a comprender lo que Jesús dijo e hizo antes de irse de nuestro lado. Jesús ve esta función del espíritu como una nueva o mejorada labor para nosotros/as, sus seguidores, pues ante la realidad tan costosa que la comunidad está viviendo, su trabajo como hermeneuta de Jesús nos iluminará sobre qué hacer y qué decir en el aquí y en el ahora, es decir, en los desafíos propios de cada época y situación histórica.
Es indudable que las palabras de Jesús nos modelan el nivel de relación y profundidad en la que la comunidad cristiana debería vivir. La trinidad no es doctrina explícita en las enseñanzas de las escrituras, pero este texto de Juan nos indica que hay una unidad divina que se fusiona, se interrelaciona, que vive en una profunda y sincera conexión, que se conoce entre sí, que sabe del otro, de sus palabras, sus acciones y sus verdades, y que a la vez cada uno se distingue del otro en sus labores. Unos y otros son distintos y a la vez los mismos, con la misma intención, la de darnos a conocer la verdad que el padre ya tiene. El proyecto de Dios está en lo que Jesús ha escuchado del padre, y el espíritu retoma ese proyecto y lo perfecciona al ejecutarlo cuando se hace maestro, cuando enseña e interpreta las palabras y acciones de Jesús.
En las relaciones en la comunidad cristiana deberíamos tener esta misma motivación y búsqueda de conexión. La trinidad, el padre, el hijo y ahora el espíritu santo nos modelan cómo las comunidades cristianas deberíamos ser. En nuestras diversas participaciones en la comunidad, debemos buscar la misma interrelación e interdependencia. El padre da, el hijo recibe y acciona, y el espíritu perfecciona, pues guía, enseña e interpreta la verdad que ya Jesús nos dio del padre. Esa complementación de la divinidad debe ser un desafío constante para las relaciones en la comunidad cristiana. El espíritu no actúa como quiere ni como desea. Cumple su misión en función de la misión del otro y es una necesaria complementación. Aunque cada uno tenga diferentes funciones, ninguna misión o función es más importante, sino que la misión o función del primero es necesaria para que el siguiente pueda realizar cabalmente su propia misión o función.
En definitiva, nos encontramos ante un texto apocalíptico, en alto grado esperanzador, pues ante las dificultades y conflictos vividos por las comunidades del discípulo amado, como la persecución, los problemas de convivencia y las diversas situaciones que vivían, la esperanza se encontraba en la compañía que se tendría del maestro de la verdad. Ante la incertidumbre, él guiaría a la verdad misma. Algunos textos incluso dirían que a la verdad “plena,” aunque en manuscritos más antiguos no se encuentre esa expresión griega páse, que significa la verdad completa, como si existiera una absoluta o única verdad.
La muerte de Jesús sería tan confusa, lo más crítico, un verdadero conflicto, pero el espíritu de verdad nos lo hará entender y ver con gloria, como un bello cumplimiento de la verdad, de las palabras de Jesús, la glorificación de Jesús. Con esta acción denuncia al mundo, su opresión y sus actos de injusticia. Jesús defendió, acogió y luchó por el más indefenso y para no dejarnos solos en los diversos conflictos. Nos dejó a alguien, al que llamó el espíritu. Le dio la capacidad de mostrarnos lo que toda comunidad debería decir o hacer, es decir, las palabras y acciones que Jesús dijo e hizo. Hoy debemos invitar al espíritu a que nos acoja, nos ame y nos permita entender su interpretación cuando algo dentro de la comunidad no encaje, cuando ciertas actitudes o prácticas puedan estar fuera de la verdad, es decir, fuera de las palabras y enseñanzas de Jesús.
En conclusión, la invitación es clara. Las comunidades cristianas debemos imitar o reflejar la dinámica de la trinidad. Las actitudes excluyentes y los líderes autoritarios contradicen por completo la manera compacta en la que el padre trabaja de la mano del hijo y el hijo con el espíritu como guiador hacia la verdad. Que nuestras comunidades de fe se conviertan en el espacio donde Dios se hace uno, pero también se hace con todos y cada uno. Que cada uno haga lo suyo en completa armonía y total complementación con el otro y la otra.
June 15, 2025