Comentario del San Marcos 11:1-11
[¿Buscas un comentario sobre San Marcos 15:1-39 [40-47]? Fíjate en este comentario del Domingo de la Pasión de Ariel Álvarez Valdés]
Un acuerdo previo
Cuentan los evangelios que, cerca de la fiesta de Pascua, se presentó Jesús en Jerusalén montado en un burro. La gente comenzó a vitorearlo y a cortar ramas para darle la bienvenida, mientras lo aclamaban como rey y Mesías. La ciudad entera se convulsionó, y todo el mundo se fue tras de él.
Pero sabemos que Jerusalén estaba controlada por los romanos, que eran muy sensibles a las manifestaciones políticas subversivas. ¿Por qué, entonces, no lo apresaron y ejecutaron inmediatamente? ¿Y cómo es posible que, en los días siguientes, Jesús se moviera por la ciudad libremente, sin que nadie lo saludara como rey y Mesías? ¿Cómo se entiende que la misma gente que le dio una calurosa bienvenida como rey, poco después pidiera a gritos su muerte frente a Pilato?
El problema es que leemos los cuatro Evangelios mezclándolos. Si leemos solo a Marcos, el más antiguo, descubrimos que él cuenta algo sorprendente.
Según Marcos, la escena comienza cuando Jesús: “envía a dos de sus discípulos diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente, y encontrarán un burrito atado, sobre el que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo. Y si alguien les dice: ¿Por qué hacen eso?, digan: El Señor lo necesita»” (vv. 1-3).1 Según esta escena, algunos deducen que Jesús conocía el futuro y sabía lo que iba a pasar. Pero es probable que Jesús hubiera arreglado de antemano con el dueño del burro que sus discípulos pasarían a buscar el animal. Incluso que hubiera acordado una contraseña. Ellos dirían: “El Señor lo necesita.” Así el dueño sabría que quienes buscaban el animal eran los enviados de Jesús.
Los Doce y otros más
A continuación, dice Marcos que los discípulos: “fueron” (v. 4); “encontraron el burrito” (v. 4); “lo desataron” (v. 4); “lo trajeron” (v. 7); “colocaron sobre él sus mantos” (v. 7); “muchos extendieron sus mantos por el camino” (v. 8); “otros pusieron ramas de los campos” (v. 8); y “los que iban adelante y los que iban detrás gritaban ¡Hosanna!” (v. 9).
¿Quiénes hicieron todo esto? Si prestamos atención, el único sujeto al que se refieren esos verbos es “los discípulos” (v. 1). Para Marcos, pues, todas esas acciones las cumplieron únicamente los discípulos de Jesús. Sabemos que él no tenía únicamente doce discípulos (Mc 3:14), sino también una “multitud de discípulos” (Lc 6:17), que lo ayudaban en sus actividades. Estos son quienes lo acompañaron en su entrada, tendieron sus mantos por el camino, cortaron ramas y lo aclamaron.
O sea que, según Marcos, no hubo aclamaciones por parte de los presentes. Nadie lo vitoreó, ni gritó, fuera de sus discípulos. Lo cual es lógico. Porque, según Marcos, la gente de Jerusalén no conocía a Jesús. No sabían quién era. Él no había predicado, ni actuado como maestro en Jerusalén. Siempre había desarrollado su actividad en Galilea, en el norte.
Por lo tanto, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén no consistió en una manifestación masiva, ni espontánea, ni popular, sino en un acto arreglado por Jesús. Él fue quien organizó todo para que, al entrar, los discípulos gritaran saludándolo como Mesías de Israel, ante el asombro de los peregrinos presentes, que no entendían nada, ni sabían quién era el hombre que entraba en el burro. Fue una maniobra llevada a cabo por el círculo de Jesús, para entusiasmar y contagiar de alegría y esperanzas a la gente que se encontraba aquel día en el templo.
Sin entusiasmo posterior
En cuanto a las aclamaciones, según Marcos, los discípulos gritaron dos cosas: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”, y “¡Bendito el reino que viene de nuestro padre David!” (vv. 9-10). En ningún momento lo aclamaron expresamente como “rey,” lo cual habría sido una imprudencia, dada la susceptibilidad de las autoridades romanas. El primer grito: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!,” era un saludo que se empleaba para dar la bienvenida a todo peregrino que llegaba a Jerusalén. Y la segunda aclamación: “¡Bendito el reino que viene de nuestro padre David!,” anunciaba la venida de un reino esperado, a semejanza del que hubo varios siglos antes, en tiempos del rey David; pero Jesús no aparece directamente vinculado con él, ni se dice que él será quien va a reinar.
El relato de Marcos termina de una manera curiosa: “Jesús entró en Jerusalén, en el Templo, y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania” (v. 11). No hay rastros de la algarabía, ni del griterío de los discípulos. El jolgorio se apagó rápidamente, ya que la gente no terminó de entender quién era el personaje que había llegado. Todo se redujo a un fogonazo de entusiasmo, y se extinguió antes incluso de entrar Jesús en la ciudad.
Los vestidos por el suelo
Según Marcos, entonces, si bien Jesús se presentó en la ciudad como rey, fue un acto lo suficientemente discreto como para no provocar a los romanos. En efecto:
1) Entró montado en un asno, porque cualquier judío entendía que era la cabalgadura que emplearon los antiguos reyes al ingresar en la capital (1 Re 1:38; Za 9:9). Pero ningún romano se habría sentido amenazado por un maestro que llegaba en un burrito.
2) Ordenó a sus discípulos que tendieran sus mantos por el camino, porque era la forma como algunos reyes de Israel fueron homenajeados el día de la coronación (2 Re 9:13). Pero era un gesto que los romanos no habrían comprendido.
3) Les pidió que alfombraran su entrada con ramas de árboles, porque así se hacía cuando los reyes llegaban victoriosos a Jerusalén (1 Mac 13:51; 2 Mac 10:7). Pero era algo que no habría despertado sospechas entre las autoridades militares.
4) Mandó que aclamaran la llegada “del reino de David,” porque cualquier judío sabía quién era este rey esperado. Pero para las tropas de ocupación era un ignoto personaje.
Con gran pedagogía Jesús montó una escena ambigua, comprensible para los judíos, pero enigmática para los romanos, para comunicar un magnífico mensaje a los habitantes de Jerusalén: Dios estaba a punto de hacerse presente, estaba por inaugurar su reino, el reino de justicia, de paz y de libertad tanto tiempo postergado, pero que ahora por fin iba a hacerse realidad.
Todos los detalles triunfales que nosotros conocemos (la multitud que lo aclama, las palmas que enarbolan, la gente que lo sigue, la recepción como un Rey) son añadidos de los otros evangelistas, que quisieron completar a Marcos.
El poder y el amor
La gente de Jerusalén andaba triste y desanimada. Y Jesús quiso devolverles la esperanza, anunciándoles que el reino de Dios estaba cerca, pero sin provocar a las autoridades romanas, ni descalificarlas, porque su reino no era violento ni combativo. Él era un rey de paz, y por eso hizo un ingreso modesto, sin llamar la atención ni alterar a nadie.
Hoy vivimos en un clima de permanente agresión, de constante violencia y descalificación de los demás. Lo reflejamos incluso en nuestro vocabulario. Decimos: estoy luchando contra el cigarrillo, estoy luchando contra la obesidad, estoy luchando contra el cáncer, como si la vida fuera una lucha constante. Cuando alguien muere lo recordamos diciendo: “Fue un luchador.” Y cuando hablamos de nosotros decimos: “Aquí estoy, en la lucha de cada día.”
El problema es que, al concebir la vida como lucha, quien opina diferente termina convirtiéndose en nuestro enemigo, en alguien a quien hay que vencer, someter, destruir. Muchas de nuestras actitudes violentas nos vienen de concebir la existencia como un campo de batalla. Somos guerreros y debemos matar para que no nos maten, humillar para que no nos humillen, eliminar para que no nos eliminen. Jesús enseñó que la vida no es un combate sino una convivencia con gente distinta. El mundo es variado, diverso, y debemos respetar la pluralidad de la gente y sus ideas. No hay dos personas iguales. Y quien no piensa como nosotros/as, se viste de manera distinta, educa a sus hijos de otra forma, viaja a otros lugares y se ríe de cosas diferentes, no es nuestro enemigo.
Los/as cristianos/as seguimos a un rey de paz. Y frente a quienes buscan imponerse por la fuerza, debemos ofrecer la tolerancia. Ese debe ser nuestro potencial. Porque como dijo un sabio: “Algunas personas aman el poder, y otras tienen el poder de amar.”
Notas:
- Yo hago mi propia traducción del original griego.
March 24, 2024