Domingo de la Pasión

Crucificado con dos discípulos

Cross to bear
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March 24, 2024

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Comentario del San Marcos 15:1-39, 40-47



[¿Buscas un comentario sobre San Marcos 11:1-11? Fíjate en este comentario del Domingo de Ramos de Ariel Álvarez Valdés]

Por un trágico destino

Los evangelios cuentan que Jesús fue crucificado junto a otros dos hombres. Según Marcos y Mateo, eran “bandidos” (en griego: lestés). Lucas los llama “malhechores” (kakúrgos). Y Juan solo habla de “otros dos,” sin más explicaciones.

¿Qué delito habían cometido? La tradición siempre los ha considerado “ladrones,” es decir, autores de algún robo, que por casualidad fueron condenados a morir el mismo día que Jesús.

Pero no parece ser eso lo que se deduce de los evangelios. La crucifixión era un castigo que los romanos aplicaban solo a los rebeldes políticos. Durante los años que Roma gobernó Judea, únicamente crucificaron sediciosos o subversivos. Jamás ningún ladrón, pues no era un crimen capital para el derecho romano. ¿Por qué, entonces, aquel día crucificaron a dos ladrones?

El historiador judío Flavio Josefo aporta la solución. En su libro La Guerra de los Judíos, cuenta que a mediados del siglo I la palabra lestés (que las Biblias traducen por “bandido”) había adquirido un nuevo significado: el de sicario (2,254). O sea que, cuando se escriben los evangelios, el término lestés no se refería a cualquier bandido sino a los judíos sublevados contra Roma. Por lo tanto, los crucificados con Jesús no eran ladrones, sino agitadores sociales.

¿Tenían alguna relación con Jesús? Según los evangelios, Jesús fue condenado a muerte por subversivo político (Mc 15:2), rebelde (Lc 23:2) y agitador social (Lc 23:5). Eso no significa que lo fuera. Pero sí que las autoridades romanas lo pensaron. Si aquellos dos hombres también lo fueron, es lógico que tuvieran alguna conexión con Jesús. Resulta poco probable que varias personas condenadas el mismo día, a la misma hora, en el mismo lugar, por la misma causa, por el mismo gobernador y con la misma pena, no estén vinculadas. Por otra parte, tampoco había levantamientos políticos todos los días en Judea como para suponer que eran perturbadores sociales de otra rebelión diferente.

A la luz de una criada

Además, cuando los soldados arrestaron a Jesús en el Monte de los Olivos, este se defendió diciendo: “¿Han venido a prenderme con espadas y palos, como si fuera un bandido (lestés)?1 (Mc 14:48). O sea que Jesús fue considerado un lestés, el mismo título con que se designa a los dos crucificados con él.

Una confirmación indirecta la tenemos en las palabras del llamado “buen ladrón,” cuando le dice al otro crucificado: “¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? (Lc 23:40). Para Lucas, ellos sufrían “la misma condena” que Jesús. Y la palabra “condena” (en griego kríma) no alude solo al castigo, sino a todo el proceso judicial. O sea que los tres habían sido juzgados y condenados por la misma causa.

Esto nos permite sacar una segunda conclusión: los dos condenados debieron de ser discípulos de Jesús, apresados y juzgados por el mismo delito.

¿Por qué entonces los evangelios dicen que, en el momento del prendimiento, solo apresaron a Jesús y dejaron libres a los demás? En realidad, al arrestarlo a Jesús, sus discípulos “lo abandonaron y huyeron todos” (Mc 14:50), lo cual significa que las autoridades también intentaron atraparlos a ellos. También el Cuarto Evangelio afirma que cuando el Sumo Sacerdote interrogó a Jesús, no solo le preguntó sobre sus enseñanzas, sino que también trató de sacarle información sobre sus discípulos (Jn 18:19). O sea que las autoridades también consideraban a estos políticamente peligrosos. Es probable, entonces, que no todos los discípulos huyeran, y que algunos fueran también atrapados.

En efecto, cuando Jesús estaba siendo juzgado, dicen los evangelios que Pedro fue reconocido por una de las criadas del Sumo Sacerdote, y le dijo: “Tú también estabas con Jesús el nazareno” (Mc 14:66-67). ¿Por qué le dice “tú también”? Porque, además de Jesús, en ese momento estaban detenidos y siendo juzgados dentro del palacio otros discípulos suyos. Más adelante la misma muchacha volvió a verlo, y dijo a los presentes: “Éste es uno de ellos” (Mc 14:69). Ahora la mujer no se refiere solo a Jesús sino a un grupo (“es uno de ellos”). Nuevamente la frase tiene sentido si “ellos” son algunos discípulos arrestados con Jesús. Poco después, otros reconocieron a Pedro y le dijeron: “Sí, tú eres uno de ellos” (Mc 14:70). De nuevo el plural (“uno de ellos”) confirma que los detenidos eran varios hombres, no Jesús solo.

Esperanzas poco creíbles

Otro detalle que confirma la relación entre Jesús y los dos compañeros de suplicio es la forma como fueron crucificados. Jesús fue puesto en el medio, y los otros dos “uno a su derecha y otro a su izquierda” (Mc 15:27). La razón para ubicarlos así no parece haber sido caprichosa. Jesús fue puesto en el medio porque los romanos lo consideraron el líder de los otros dos. Sabemos que los asientos de la derecha y la izquierda de un rey eran los de mayor prestigio. Colocando a sus partidarios a cada lado, los verdugos quisieron mofarse de las pretensiones de realeza de Jesús. Este tipo de burlas eran frecuentes. Filón de Alejandría nos relata el caso de cierto loco llamado Carabas, al que quisieron ridiculizar, y lo vistieron como rey, mientras unos jóvenes se ponían a su derecha y a su izquierda, simulando ser su comitiva. 

Una última escena nos confirma esta interpretación. Marcos y Mateo relatan que a Jesús “también lo injuriaban los dos crucificados” (Mc 15:32; Mt 27:44). Si esos dos hombres estaban condenados con Jesús por casualidad, ¿por qué lo insultarían? Pero la escena se aclara si ellos formaban parte de su movimiento. Jesús los había arrastrado a esa situación, y ahora, desilusionados por el fracaso de su líder, protestan indignados.

El primero le recrimina: “¿No eres tú el Mesías? Pues sálvate a ti y a nosotros” (Lc 23:39). Si el hombre era un delincuente común, ¿de dónde conoce a Jesús? ¿Por qué supone que es el Mesías? ¿Y por qué va a esperar que lo salve a él y a su compañero de fechorías? Pero tiene sentido si ese hombre era su discípulo, si había participado de su proyecto mesiánico, y está siendo ajusticiado por haberlo seguido.

Las palabras del otro crucificado son también reveladoras. Le dice a Jesús: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino” (Lc 23:42). Resulta sorprendente la confianza con la que este hombre le habla. Es evidente que lo conocía de antes y tenía cierta familiaridad con él.

¿Por qué los evangelios nunca dijeron que los crucificados con Jesús eran discípulos suyos? La respuesta es sencilla. Cuando, entre los primeros cristianos, se desarrolló la idea de la pasión salvadora de Jesús, y de que su muerte en la cruz había sido redentora, la crucifixión se convirtió en el hecho central de su vida, y se le atribuyó un valor expiatorio único. En este contexto, un Jesús muriendo junto a otros compañeros le hacía perder centralidad y exclusividad. Por eso la tradición olvidó pronto la identidad de esos dos discípulos.

Encendamos entre todos

Junto a Jesús fueron crucificados dos discípulos. Era una práctica romana común acabar no solo con el líder de una revuelta, sino también con sus seguidores. Pero la historia posterior los olvidó, y nunca sabremos quiénes fueron. Solo sabemos que, en aquel momento excepcional, Jesús estuvo acompañado por dos amigos, que habían compartido sus ideales y ahora entregaban la vida por el Reino que soñaron. 

Todos somos importantes, y debemos cooperar si queremos que un nuevo mundo amanezca. Aunque nuestra aportación parezca pequeña, insustancial, y nadie llegue a conocerla.

En 1965, Martín Luther King debía pronunciar un discurso sobre los derechos civiles de los negros en un estadio de fútbol americano de Atlanta. Antes de aparecer en público, pidió que se apagaran las luces del estadio. En medio de la oscuridad y el desconcierto general subió al escenario y solicitó que los que tuvieran un encendedor lo tomaran en sus manos y que, cuando él diera la orden, lo prendieran. Hubo un súbito silencio. Cuando se oyó su voz diciendo “¡Ahora!”, miles y miles de pequeñas llamas aparecieron alumbrando el gigantesco coliseo. Todos podían verse, saludarse y encontrarse. Aunque cada uno había aportado una minúscula luz; el enorme estadio había quedado iluminado. Aquella fue una de las más grandes demostraciones de cómo, cuando cada uno ofrece su pequeño esfuerzo, el mundo entero puede cambiar.

A veces la sociedad en que vivimos entra en un cono de sombra, confusión y desánimo. Entonces buscamos que alguien venga de afuera, de arriba o del más allá, a traer la luz que nos hace falta. Pero nos olvidamos del encendedor en nuestro bolsillo. Es tiempo de aportar nuestra pequeña luz cada día y de unirnos a tanta gente que ya lo hace. Así desaparecerán muchos miedos, angustias e incertidumbres que aún dan vueltas por ahí. O al menos las compartiremos. Porque como dijo María Elena Walsh: “Valen más dos temores que una esperanza.”


Notas:

  1. Yo hago mi propia traducción del original griego.