Comentario del San Marcos 11:1-11
[¿Buscas un comentario sobre San Marcos 14:1—15:47? Fíjate en este comentario del Domingo de la Pasión de Theodore W. Jennings, Jr.]
En este Domingo de Ramos cambiamos de evangelista. Hoy leemos la versión marcana del relato que narra la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de un asno. Lo que está en juego es el tipo de mesianismo que encarna Jesús y lo que eso supone.
El significativo contexto inmediato de este pasaje es la subida a Jerusalén desde Jericó. Allí el relato (Mc 10:46-52) presenta a un hombre ciego que reclamaba la atención de Jesús llamándole “Hijo de David” y pidiéndole ser curado de su ceguera. Una vez recobrada la vista, el narrador nos cuenta que le seguía por el camino. Era ciego cuando llamaba a Jesús “Hijo de David” y una vez curado emprende el camino de subida a Jerusalén, siguiendo a Jesús. Lo que esto supone se irá haciendo evidente, pero quien escucha el relato ya tiene una idea de lo que significa gracias a las tres predicciones de la pasión (8:31-33; 9:30-32; 10:32-34) y a que allí se decía lo que implicaba subir a Jerusalén, lo que justificaba también la mención del miedo de quienes seguían a Jesús (10:32)
Este hombre, Bartimeo, se convierte en paradigma de la ceguera que han mostrado los discípulos en los relatos precedentes, donde han puesto de manifiesto su falta de entendimiento para comprender el mensaje de Jesús, los valores contraculturales que entraña y que el verdadero discípulo debe asumir. Frente al honor, el ansia de riquezas y el poder, se proponen el servicio, el desprendimiento, y la humildad. Este hombre ciego recupera la vista y sigue a Jesús por el camino en su subida a Jerusalén. Pronto quedarán en evidencia las implicaciones de ello. Jesús seguirá “tratando de abrir los ojos” sobre su misión y su persona.
Casi al finalizar la subida de la ladera oriental del Monte de los Olivos, en la aldea de Betfagé, donde terminaba el camino que subía de Jericó, y a punto de ver a Jerusalén y al Templo, Jesús prepara su entrada en la ciudad. A lomos de un burrillo prestado, comienza la bajada de la ladera occidental para, una vez cruzado el torrente seco del Cedrón, entrar en Jerusalén y en el atrio del Templo.
La forma en que Marcos narra la entrada de Jesús en Jerusalén aparece como el reverso de la salida de David, cuando huyendo de su hijo Absalón, tuvo que subir a prisa la cuesta occidental del Monte de los Olivos para esconderse en el desierto (2 Sam 15:13-16:14). La gente que acompañaba a David iba llorando (2 Sam 15:23), al igual que el mismo David, al que el relato describe marchando a pie, con los pies descalzos, llorando y con la cabeza cubierta (2 Sam 15:30), la imagen de un hombre humillado y vulnerable. “Un poco más allá de la cumbre” (donde el relato de Marcos sitúa Betfagé) le sale al encuentro un hombre de nombre Siba, que le da dos asnos aparejados, con comida y bebida (2 Sam 16:1-3). En su camino de huida, David es maldecido por un hombre que le acusa de haber usurpado el reino de Saúl, acusación que acepta como algo que proviene del mismo Yahvé (2 Sam 16:5-13).
Por el contrario, en el relato de Marcos, Jesús baja la cuesta del Monte de los Olivos hacia Jerusalén, entre aclamaciones de quienes también llegan para celebrar la Pascua en la ciudad y que, extendiendo mantos y ramos por donde pasaba, gritaban: “¡Hosana! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosana en las alturas!” (vv. 9-10). Así entra Jesús en Jerusalén.
Como el ciego de Jericó, esta muchedumbre le relaciona con David y al reino que ha proclamado como aquel otro reino davídico idealizado que algunos esperaban que volviera a implantar un descendiente de David, identificado con el Mesías, un Mesías poderoso, guerrero, dominante, que les libraría del yugo romano. Era el tipo de esperanza mesiánica más habitual en aquel momento, aunque no la única.
Quienes le aclaman parecen reconocerle como Mesías al estilo de David. Sin embargo, hay dos detalles en este breve relato que niegan la corrección de esta aclamación (como ha sucedido en el relato del “ciego” de Jericó): el primero es la alusión al Salmo 118 “Bendito el que viene en nombre del Señor,” donde aquel que llega es comparado con la piedra desechada por los arquitectos convertida por Dios en piedra angular; el segundo, la indicación de que Jesús iba a lomos de un pollino que no había sido montado aún (v. 2), donde hay una alusión a Zac 9:9, que habla de la llegada de un rey justo, humilde, montado en una cría de asna, que suprimiría los carros de guerra y los arcos, proclamando la paz a las naciones. Los dos detalles desmienten ese tipo de mesianismo davídico y apuntan a un tipo de mesianismo que no coincide con lo que la multitud parece esperar y asignar a Jesús. Estas aclamaciones coinciden con la designación del ciego de Jericó cuando aún estaba ciego: “Jesús, hijo de David” (10:47b.48b).
Esta discusión sobre el tipo de mesianismo y su relación con David vuelve a aparecer en 12:35-37. En boca de Jesús, el evangelista Marcos pone una interpretación diferente a la de los escribas. El Mesías, el ungido por Yahvé para una tarea, el salvador esperado, no puede ser hijo de David, y sus medios no pueden ser los de un rey guerrero, la fuerza, el dominio, el poder. El recuerdo de la pasión y muerte de Jesús, al que el texto de este domingo da paso y que celebraremos durante la próxima semana, nos permitirá meditar sobre esos deseos humanos y la lógica del Dios de Jesús; la distancia entre las aclamaciones del Domingo de Ramos y los gritos desilusionados de la multitud manejada por las autoridades religiosas (15:11-14). Sin embargo, la lógica de Dios que Jesús encarnó no acabará en la sepultura sino en el domingo de resurrección. Esa es la fuerza y el suelo que nos sostiene; esa es la esperanza que nos impulsa.
March 28, 2021