Seventh Sunday of Easter (Year A)

En todo el capítulo 17 del evangelio de Juan aparece Jesús orando para finalizar su discurso de despedida.

The Apostles looking up to Heaven
"The Apostles looking up to Heaven," St. Mary de Castro, Leicester. Image by Lawrence OP via Flickr licensed under CC BY-NC-ND 2.0.

May 24, 2020

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Comentario del San Juan 17:1-11



En todo el capítulo 17 del evangelio de Juan aparece Jesús orando para finalizar su discurso de despedida.

En el siglo XVI el teólogo protestante David Chytraeus llamó a esta oración la “Oración del Sumo Sacerdote,” pues Jesús se presenta al Padre asumiendo el rol sacerdotal e intercede por los suyos antes de su muerte.1 Aunque en los evangelios sinópticos Jesús aparece frecuentemente en oración (Mt 14:23, Mc 6:46, Lc 5:16), sólo en dos ocasiones podemos conocer el contenido de esas oraciones: en el caso del Padrenuestro (Mt 6:9-13) y en este capítulo de Juan. La oración sacerdotal resume el significado de la vida de Jesús.       

Las repeticiones que se encuentran dentro del texto, y que tienen la intención de reforzar los conceptos principales, son comunes en el diálogo y la escritura semita.2 La repetición era un recurso válido para la memorización y la posterior transmisión del mensaje. Vale recordar que la transmisión del conocimiento se daba principalmente a través de la palabra hablada antes que la escrita, pues esto era algo que estaba reservado al grupo privilegiado de gente alfabetizada.

En dos ocasiones (vv. 6 y 11) aparece el nombre (en el original griego ónoma) de Dios. A las personas que le fueron entregadas en el mundo, Jesús les reveló el “nombre” del Padre. Esto quiere decir que les comunicó el conocimiento de Dios, que consiste en darse cuenta del amor que Dios tiene por el mundo, amor que se expresa en el envío del Hijo para dar salvación a la humanidad (Jn 3:16).3 

Conocer el nombre no se limita a saber un nombre propio, sino que se refiere a comprender el carácter de una persona. Por ejemplo, el Salmo 9:10 cuando dice “En ti confiarán los que conocen tu nombre, por cuanto tú, Jehová, no desamparaste a los que te buscaron,” no se refiere a quienes saben las muchas maneras de nombrar a Dios en el Antiguo Testamento, sino a quienes saben cómo es Dios, su naturaleza y su carácter. Esas personas pueden confiar y sentirse seguras.

De la misma manera, Isaías 52:6 al decir “Por tanto, mi pueblo conocerá mi nombre en aquel día, porque yo mismo que hablo, he aquí estaré presente,” nos anuncia que en la era mesiánica ciertamente se sabrá cómo es Dios. Cuando Jesús afirma “he manifestado tu nombre” (v. 6), esas palabras hacen eco con las previas: “el que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14:9). En la vida y el testimonio de Jesús los seres humanos pueden conocer el carácter y el corazón de Dios. El uso semítico del verbo “conocer” implica intimidad y unión.4  

Los/as discípulos/as, que están en el mundo, ya no pertenecen al mundo pues son propiedad del Padre y del Hijo encarnado. ¿Qué será de ellos/as cuando Jesús ya no esté presente para cuidarles? Por eso él ora por ellos/as: “a los que me has dado, guárdalos en tu nombre” (v. 11). Ellos/as van a necesitar de forma especial la protección divina cuando ya no tengan la presencia de Jesús para cuidarles. En esa circunstancia van a experimentar el peligro y la soledad, pero serán fortalecidos/as en la confianza de conocer un “nombre que es sobre todo nombre” (Fil 2:9). Este nombre actuará en las personas creyentes, no para enajenarles de la vida, sino para darles el valor necesario para asumirla con todos sus desafíos y retos. La confianza de las personas creyentes en el nombre de Dios no será una experiencia mágica para librarlas de los problemas, sino una vivencia comprometida de discipulado, resistencia y testimonio.

En la antesala litúrgica de la celebración de Pentecostés, Jesús ora como un sacerdote presentándose a Dios. Intercede por sus discípulos/as y ora por nosotros/as, quienes hemos creído en él por el testimonio de ellos/as (Jn 17:20). En el encuentro del Resucitado con Tomás, también él nos menciona: “bienaventurados los que no vieron y creyeron” (Jn 20:29). Esta identificación de los/as creyentes actuales con la narrativa del texto bíblico es importante, pues formamos parte de la misma trama. 

Así como conocemos el nombre Dios por medio de la vida, muerte y resurrección de Jesús, también somos conocidos/as por él; hemos sido aceptados/as por ese Dios amante y lleno de ternura. Poder gozar de esa relación, de esa reciprocidad, es gracia de Dios, como bien lo expresa Tillich:

Acepta simplemente el hecho de que eres aceptado. Cuando esto nos ocurre, experimentamos lo que es la gracia. Después de semejante experiencia, tal vez no seamos mejores que antes ni creamos más que antes. Pero todo ha quedado transformado. En ese momento, la gracia triunfa sobre el pecado, y la reconciliación supera el abismo de la alienación. Y nada se exige para esta experiencia: ningún presupuesto religioso, moral o intelectual; no se pide más que la aceptación.5 

En medio de la crisis global que se ha presentado por la pandemia de coronavirus, el nombre de Dios está omnipresente no sólo en el discurso de los religiosos, sino también en el de funcionarios públicos, presentadores de televisión y artistas. Este discurso abrumador recuerda aquella canción de Luis Alfredo Díaz:

Ayer hablé con él y le noté un tanto triste, hoy hablé con él y me dijo que está solo. Porque hay muchos hombres que se reúnen en su nombre, pero no le dejan entrar a él. Porque hay muchos hombres que hablan en su nombre, pero no le dejan hablar a él.6

¿Cuál es el contenido que estamos dando a nuestro discurso del “nombre de Dios”?  ¿Cómo transmitimos la ternura y el cuidado que Jesús expresó al orar por sus discípulos/as a la gente que vive temerosa del presente e inquieta por el día de mañana?  

Que el nombre de Dios nos proteja.


Notas:

1. Alfred Wikenhauser, El evangelio según San Juan (Barcelona: Editorial Herder, 1967), 451.

2. Pablo Andiñach, Estudio Exegético Homilético 039 (1º de junio de 2003) (Buenos Aires: Instituto Universitario ISEDET), 1.

3. Wikenhauser, Op. Cit., 457.

4. Raymond Brown, El evangelio y las cartas de Juan (Bilbao: Desclée de Brouwer, 2010), 136.

5. Paul Tillich, The Shaking of the Foundations (New York: Scribner, 1948), 162. (Traducción de L. G. Ñanco).

6. Luis Alfredo Díaz, Baja a Dios de las nubes (consultado: 5 de mayo, 2020).