Comentario del San Juan 17:1-11
En el cuarto evangelio Jesús concluye sus instrucciones a los discípulos con un discurso de despedida (Juan 14:1-17:26).
La lección para este domingo (17:1-11) nos presenta al Señor Jesús intercediendo por sus discípulos. Estos discípulos responden a la enseñanza del Maestro confesando que creen que Jesús es el Enviado de Dios. Esta confesión localiza a los discípulos en el campamento de Jesús quien combate las tinieblas que arropan al mundo. Ya que Jesús pronto partirá de este mundo, los discípulos están en necesidad de apoyo y sostén, por tanto la oración intercesora que sigue.
La predicación de esta sección bíblica ofrece grandes posibilidades pero contiene sus retos. La oración que continúa es reconocida por todos los comentaristas como una intercesión sacerdotal de parte de Jesús por los suyos, y algunos comentaristas elevan la solemnidad de la plegaria al nivel de la oración del sumo sacerdote. Esta valoración se debe a dos factores, ninguno de ellos obvio en el texto ante nosotros. Primero, de acuerdo a Juan 19:23, la túnica de Jesús era semejante a las vestiduras del sumo sacerdote judío, esto es de una costura. Muchos opinan que la referencia al vestuario de Jesús es una referencia velada al oficio sacerdotal de Jesús. Segundo, en la epístola a los Hebreos el desconocido autor identifica a Jesús como el sumo sacerdote de nuestra confesión quien intercede por sus discípulos. No obstante estos factores, los evangelios canónicos no apoyan la identificación de Jesús como un sacerdote de acuerdo a la orden Aarónica. Que el texto ante nosotros es una oración no cabe duda alguna, y eso afirmamos pero no podemos ir más allá de esta declaración.
Todos están de acuerdo que la oración sirve para concluir y cerrar el discurso de despedida pero no existe consenso en cuanto a la función de la oración como parte del discurso. Algunos opinan que es una oración de consagración mientras que otros la identifican como una intercesora. La primera opción enfatiza la solemne consagración del Señor Jesús para glorificar al Padre en los eventos que pronto Él realizará en el monte Calvario. La segunda ve en la oración un acto intercesor de parte de Jesús por los suyos y las dificultades que se enfrentarán al partir el Maestro. Nosotros somos de la opinión que las dos funciones se llevan a cabo en la oración. La consagración prepara al Dios-Hombre para la obra salvífica cual glorificará a Dios; luego Jesús se torna a la necesidad de sus seguidores ya que su consagración resultará en su partida de su presencia, ellos necesitarán bendición divina para cumplir con la misión que se les encargará.
La unidad de la oración (17:1-26) no es debatida y no es difícil subdividir el discursos en sus componentes temáticos. Primero, Jesús ora por su glorificación (1-5); luego intercede por los discípulos (6-19) y concluye con una maravillosa intercesión por aquellos que llegan a creer en Jesús mediante al testimonio de los apóstoles. Sin embargo, si aceptamos las indicaciones formales de la oración (vv. 1, «levantó los ojos»; vv. 9 «ruego por ellos»; v. 20, «no ruego solo por éstos») como señal de divisiones la estructura sería un poco diferente. En los versículos 6-8 Jesús no ora tanto por sus discípulos sino que declara que ha realizado su obra ante los discípulos. Preferimos esta segunda opción ya que es fiel al texto bíblico y los vv. 6-8 tienen más en común con la glorificación del Hijo (1-5) que su intercesión por los discípulos (9-19).
Notas exegéticas
1-5 Basándose en la realización de la tarea encomendada por el Padre, Jesús comienza la oración intercediendo por la glorificación del Hijo y del Padre. Anteriormente el narrador ha subrayado que la hora de la glorificación del Hijo permanecía en un tiempo futuro. Por ejemplo en Juan 2:4 Jesús mismo declara «Todavía no ha llegado mi hora.» 13:1, el comienzo del discurso de despedida, anunció que la hora de la glorificación del Hijo se acercaba, ahora ya no hay más espera. La «hora ha llegado» indica pues que el propósito de la encarnación del Hijo de Dios esta a punto de realizarse–apenas quedan horas para su glorificación en la cruenta cruz del Calvario.
«Las cosas» que Jesús habla se refiere al contenido de 14:1-16:33. Asumiendo una postura de judío piadoso, «levantando los ojos al cielo» Jesús comienza su intercesión. En sus oraciones, los judíos alzaban sus ojos y en voz audible pronunciaban sus oraciones. Los discípulos están presentes durante la oración aunque no hay indicación alguna de su presencia en la pericopa. Pero, su presencia es notada en la perícopa que precede (16.29ss) y la que sigue en 18.1 así que deducimos que están en el intervalo. Éstos están atentos a la oración del Maestro, quizás no entendiendo toda la oración pero conscientes que el Maestro se va de ellos pero les ha prometido que no estarán solos–Él los acompañara hasta el fin del siglo.
Jesús intercede primeramente por si mismo: Él fue enviado por el Padre para dar vida eterna a aquellos que Él Padre, en su soberanía, ha dado al Hijo. Nuevamente Jesús afirma el tema central del evangelio de Dios: conocimiento de Dios-Padre, el único Dios verdadero y conocimiento de Jesús como el enviado de Dios. Es interesante que aquí Jesús explícitamente se refiere a si mismo como «Jesucristo» y no con el típico «enviado de Dios.» Otra vez observamos la igualdad insinuada por el paralelismo. Conocer a Jesús es conocer a Dios, por tanto Jesús es Dios en la carne. La glorificación del Hijo incluye no solamente la crucifixión sino también la resurrección y la ascensión, aquí mencionada en forma indirecta. Aludiendo a su existencia pre-encarnada, Jesús pide que la gloria que le acompañaba antes de su Encarnación regrese a Él. En el versículo 1 Jesús pide por su glorificación con el propósito que Dios sea igualmente glorificado. En los versículos 4-5 esta secuencia (glorificación del Hijo primero, luego la glorificación del Padre) es invertida. Dios es glorificado para que entonces el Hijo sea glorificado. Existe una mutua y necesaria glorificación en la deidad: Dios no puede ser glorificado sin el Hijo, y el Hijo no puede ser glorificado sin la glorificación del Padre.
6-8 Jesús ofrece brevísimo resumen de su interacción con los discípulos. Ellos «han guardado tu palabra… han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti… y han creído que tú me enviaste.» Desde el principio del evangelio, Juan ha declarado que Jesús vino para revelar la gloria de Dios, esto es dar a conocer a Dios (1:18). En el transcurso del tiempo los discípulos han escuchado las palabras de Jesús y han observado su gloria revelada en los signos. En el capítulo 6 los discípulos, junto a la multitud, reciben instrucciones sobre Jesús el pan de vida cual causa que muchos, incluso algunos discípulos, se aparten del Señor pues era enseñanza difícil. Aunque muchos que se consideraban discípulos se aparten de Jesús, los verdaderamente discípulos permanecen aun en su falta de comprensión. Como representativo de todos los discípulos, Pedro pronuncia «Señor ¿a quien iremos? Tú tienes palabra de vida eterna» (6:68). O seas, Pedro admite que él no entiende todo al momento, pero sí está seguro que en Jesús tiene vida eterna y no se apartará de Él, no obstante la dificultad de la enseñanza. Luego en el capítulo 16 los discípulos expresan que por fin entienden ya que Jesús no habla más en parábolas (16:29-30). No obstante estas confesiones de parte de los discípulos, la presente pronunciación de parte de Jesús revela un tono de seguridad y esperanza previamente no evidente en el narrativo joánico. En los capítulos anteriores se nos informa que de los doce que acompañan a Jesús, uno lo traicionará y otro lo negará; el resto abandonará al Señor al éste ser arrestado en Getsemaní. ¿Cómo, pues, puede Jesús decir con certeza que ellos han conocido todas las cosas? La respuesta está en que éstos han reconocido que Jesús es el Hijo de Dios, el Enviado de Dios (17.8) , y esta confesión es mas que suficiente para incluirlos como los escogidos de Dios. Es obvio que «todas las cosas» no se usan en sentido absoluto, aun en el campo de la doctrina cristiana, sino que se refiere a todo lo necesario para preservar la relación con Dios que Jesús ofrece a sus seguidores.
Esta seguridad es punto clave para la predicación de esta perícopa y le ofrece al predicador una excelente oportunidad para confortar a los creyentes aun en medio de sus preguntas, dudas y aun «incredulidad.» La gracia de Dios es revelada en Cristo Jesús y somos salvos por lo que Jesús hizo por nosotros. Lo único que los creyentes han de «hacer» es aceptar la declaración que Jesús es el Enviado de Dios. Esta confesión nos asegura que sabemos todo lo necesario para salvación.
9-19 Esta larga sección contiene el corazón de la oración por los discípulos. Hasta ahora ellos se habían beneficiado fuertemente de la presencia visible y apoyo directo del Señor, pero esta presencia ya ha de finalizar. Tienen la promesa del Espíritu que en breve será enviado, y aunque Jesús ya ha declarado que el sostén y la revelación que el Espíritu proveerá es mas que suficiente para el bienestar del grupo discipular, la realidad es que la partida del Maestro los entristece y los debilita. Consecuentemente Jesús ahora intercede por ellos, pidiéndole a Dios-Padre que cuide de ellos,
En su oración, Jesús distingue entre sus discípulos y «el mundo». El vocablo «el mundo» retiene aquí el peso negativo evidente en otras partes del evangelio. La teología joánica no admite la posibilidad de neutralidad, la raza humana se divide en dos grupos, aquellos que creen que Jesús es el Hijo de Dios, el Enviado (los discípulos) y el grupo que, aun siendo testigo de los signos, no aceptan a Jesús como el enviado de Dios. El hecho que Jesús no ora por el mundo no implica que Dios no ame al mundo. Este evangelio afirma repetidamente el amor de Dios por el mundo (3:16) e invita a todos para que miren al Hijo levantado sobre la faz de la tierra para salvación. Mas adelante en esta misma oración, Jesús intercede por el futuro ministerio de los seguidores–que muchos oigan su mensaje y se tornen a Él. Por tanto Jesús vino para una misión en el mundo, para rescatar el mundo del pecado. Mas, a lo suyo vino, y lo suyo no le recibieron; consecuentemente ahora en el momento decisivo de su misión, Jesús intercede solamente por aquellos que del mundo se han separado y se alinean con Él. Como Él, éstos sufrirán el rechazo del mundo y sufrirán persecuciones y martirios, pero como su maestro persistirán en su testimonio y vencerán. Estos recipientes de la rogativa de Cristo son como Él pues son del Padre, y pertenecen a Jesús porque son del Padre y Jesús es glorificado pen ellos.
En una declaración que aparenta ser pronunciada después de la muerte y resurrección, «ya no estoy en el mundo», Jesús afirma que sus seguidores sí se quedan en el mundo, y por tanto pide a Dios que los guarde en su nombre. El valor de los discípulos se describe en relación con la acción divina–los que me has dado, guárdalos. La intima y única relación entre Jesús como Hijo de Dios y Dios Padre de nuevo se enfatiza con la frase «todo lo mío es tuyo y lo tuvo mío». La primera parte es una declaración que todo ser humano puede decir, pues todo lo que poseemos proviene de Dios y es don de Dios. Pero, absolutamente nadie puede decir que lo que es de Dios es suyo. Solamente Jesús, el Hijo de Dios puede hacer tal declaración sin blasfemar.
Hasta ahora la intercesión de Jesús por los suyos ha sido declarada en términos generales, mas ahora, utilizando la rara construcción «Padre santo» Jesús especifica su petición. Guárdalos en tu nombre ha de entenderse como guárdalos en tu poder con el propósito que demuestren, o sea testifiquen, que son uno. Desde el comienzo de este discurso de despedida Jesús ha exhortado a los discípulos que se amen los unos a los otros. Este mutuo amor ha de resultar en la unidad del grupo de creyentes, esto es la Iglesia. La unidad de los seguidores de Jesús ha de ser semejante a la unidad de Dios Padre con Dios el Hijo, «así como nosotros».
Ideas homiléticas
La historia de la predicación de esta perícopa revela que la gran mayoría de los predicadores sobre todo enfatizan la unidad de la Iglesia. No hay duda alguna que la unidad de la Iglesia es importantísima en la vida cristiana; el capítulo 13 de este evangelio testifica claramente de esta verdad. El predicador moderno puede acudir a este tema para su sermón. Pero ha de evitar la simplicidad de enfatizar una unidad que no admite las líneas de demarcación que son evidentes en la lección entera. Primero el texto claramente declara la vida eterna procede del conocimiento de Dios-Padre tal como Jesús lo revela en su persona. No hay otras alternativas para la vida eterna. Segundo, al confesar que Jesús es el Enviado de Dios, los creyentes se alinean con Jesús y como Él no son del mundo aunque están en el mundo. En otras palabras, la confesión resulta en una discordia con el mundo–lo que el mundo valoriza es rechazado y el creyente anhela andar con Dios. Tercero, la oración intercesora asegura al discípulo de su relación con Dios en Cristo Jesús. Esta seguridad procede del Espíritu de Dios en el grupo discipular, cual capacita a la Iglesia a amarse los unos a los otros resultando en la unidad pedida por Jesús en su oración.
June 5, 2011