Vigésimo primer domingo después de Pentecostés

El poder, una bestia atrayente

Stone crucifix against dark clouds
Photo by Frantisek Duris on Unsplash; licensed under CC0.

October 17, 2021

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Comentario del San Marcos 10:35-45



No existe espacio donde el poder no se encuentre. Se encuentra en todas las esferas de nuestras relaciones y, al parecer, las primeras comunidades cristianas lo vivieron en carne viva mucho antes de que Michel Foucault dijera que el poder es una bestia magnífica. Ciertamente, el poder atrae, convence, moviliza, obnubila, ciega o atonta. No ser conscientes del poder ni verlo es una ingenuidad que puede destruir muchos proyectos lindos y, además, perpetuar la invisibilización a la que hemos estado sujetxs1 muchas personas por no ser hombres, por no ser heterosexuales, por no tener educación superior, por no ser blancxs … El Evangelio es un desafío permanente que no es un barniz de uñas que puede ser retirado. La propuesta de Jesús es estructural.

Pactos patriarcales

Los apóstoles mencionados en el texto, Jacobo (o Santiago) y Juan, han sido registrados por el evangelista en esta ocasión, pero podrían ser otros nombres. Seguro que a más de uno del grupo inicial de Jesús les pasó por la cabeza pedir lo mismo o algo similar. Esto me gusta de muchos personajes del Evangelio. No son gente perfecta por seguir a Jesús; son personas que se encuentran en proceso.

Hacer una pregunta como la de estos dos hombres implica un nivel de confianza con el maestro. En muchas ocasiones esos niveles de cercanía han sido empleados para obtener algo que lxs demás no tienen. Entre hombres y en privado se han decidido muchísimas cosas, y en variadas ocasiones las personas involucradas en las conversaciones no se encontraban presentes. El secretismo y el amiguismo son dos formas concretas con las que quienes han tenido poder han pactado, ya sea aliándose o subordinándose, pero siempre buscando beneficios. Francesca Gargallo repite constantemente que “ahí donde hay un privilegio, hay un derecho negado.” Y claro, de haber accedido Jesús a esa petición de sus apóstoles, hubiese incurrido en lo que ahora llamamos “pacto patriarcal.” De esa manera habría dejado de lado a otras personas, como los otros diez apóstoles no incluidos en el pedido, las muchas mujeres que también seguían a Jesús y le apoyaban con su propio dinero, o lxs niñxs.

Hombres pactan entre hombres, hombres pactan en contra de otrxs, hombres pactan para beneficiarse, hombres pactan para legitimarse. La historia de estos pactos en el cristianismo ha sido casi permanente. Podemos reconocerlo en las doctrinas donde pactan hombres para que mujeres no accedan a ciertos ministerios, pactan hombres que no poseen familia controlando lo que debería ser una, pactan hombres mayores diciendo cómo deben ser las juventudes y las infancias, pactan hombres heterosexuales indicando cómo debe ser ejercida la sexualidad de quienes no lo son. Los pactos patriarcales son antiguos y en la esfera religiosa, especialmente la cristiana, se ha hecho gala de pericia en este asunto.

Es importante que prestemos mucha atención a esto ya que las actitudes patriarcales que se expresan tanto en el querer privilegios como en el anhelar poder son sutiles y pueden estar camufladas de las más encantadoras maneras, algunas de ellas sacralizadas bajo ritos, títulos o vestimentas, otras en tradiciones o instituciones. No está de más enfatizar que esta actitud se encuentra en contra del mensaje de Jesús, de quien leímos en el texto de la semana pasada que coloca a lxs últimxs como primerxs.

Entre ustedes no debe ser así

El poder atrae. No me imagino el enojo de los otros diez por cuestiones éticas, la verdad. Pienso, más bien, que su enojo se debe a la envidia que les surge por la actitud confianzuda de Santiago y Juan o la posibilidad de que ese pedido les llegue a otros. Y no es que les juzgue; simplemente quisiera anotar el proceso que estos seguidores de Jesús viven y cómo son cuestionados por la práctica y palabras de Jesús.

La lógica tiránica descrita por el evangelista coloca en evidencia formas de trato que existieron en su época y en la de Jesús, y que siguen existiendo hasta ahora. Esa misma lógica ha ido cambiando de nombre a través de los siglos, pero no ha cambiado en cuestión de prácticas, especialmente las relacionadas con la verticalidad, la invisibilización y el abuso del poder. Esta situación siempre será una posibilidad en todos los grupos humanos, mucho más los religiosos, ya que en nombre de la Divinidad2 se exaltan personas, instituciones, libros o tradiciones. La alerta que nos da el Evangelio es clara: ¡Cuidado con caer en eso!

La triste realidad es que todos esos pactos patriarcales han sido validados por interpretaciones bíblicas que, obviamente, han favorecido a tan solo unos cuantos. Mucha gente no admitirá que sus costumbres, liderazgos y hermenéuticas han estado al servicio, no de la Divinidad, sino de un grupo selecto de personas y personalidades dominantes. Pienso que una enseñanza que podemos extraer de este fragmento del Evangelio es evaluar constantemente qué significa para nosotrxs y para nuestras comunidades la forma de organizarnos, la forma de nombrar a quienes lideran y acompañan y si en realidad están al servicio o hay quienes se sirven de la comunidad.

En pequeños gestos se hace evidente el poder, que es atrayente y puede jugarnos malas pasadas si no somos conscientes. Estar vigilantes se convierte en un compromiso, ya que, como decíamos antes, pueden camuflarse fácilmente esas ansias de dominio con muchas actitudes piadosas, vestimentas llamativas o rituales. Dejémonos interpelar por Jesús, denunciemos los pactos patriarcales y hagamos de nuestras comunidades de fe espacios seguros donde la libertad y la horizontalidad nos ayuden a vivir como hermanxs.


Notas

  1. El empleo de la “x” en este comentario y en los siguientes es una crítica a nuestra gramática normativa. Sé que muchas personas no gustan de verla, pero les animo a leerla con el género que mejor les parezca, femenino o masculino. O también entrar en la aventura del plural agenérico que se está construyendo con la “e”.
  2. Empleo la palabra Divinidad en lugar de dios, la que asocio con una mirada masculina. A pesar de que nuestros discursos afirman que no tiene género, la representación histórica ha hecho lo contrario.