Comentario del San Lucas 17:11-19
La lepra de algunos enfermos desaparece cuando van de camino
El ponerse en marcha, o “en camino”, le brinda a la persona caminante la posibilidad de encontrarse con gente de diferentes estilos de vida. En el camino, nuestra historia se enriquece con otras historias, y nuestros dolores disminuyen cuando se comparten con los hermanos y hermanas que tienen la misma la fe en el Dios de Jesús. La historia de Jesús -como caminante- no es diferente a nuestras historias y experiencias de vida. También Jesús se encuentra con mucha gente y con muchas situaciones de dolor en su recorrido desde Galilea hasta Jerusalén (Lc 9:51, 53, 56; 13:22; 17:11; 18:31; 19:28). Las personas especialistas en la Biblia designan esta sección como “el viaje de Jesús a Jerusalén.” En el camino Jesús enseña, predica, anuncia el reinado de Dios y cura a personas de todo tipo de dolencias. Estas acciones liberadoras que Jesús realiza en el camino son exactamente las que Jesús requiere y espera de su comunidad alternativa.
Lucas en el evangelio de este domingo nos presenta una sanación exclusiva de su material. En el camino, diez personas leprosas le piden a Jesús que tenga misericordia de ellas. Estas personas leprosas hacen su pedido a distancia, por su condición de “contagio” y de estigma. Las personas leprosas conocen las reglas de pureza y justamente por eso no se acercan a Jesús sino que se quedan a distancia: “se pararon de lejos” (Lc 17:12). El libro de Levítico (13-14) da instrucciones precisas a la comunidad sobre cómo tratar o evitar a la persona con lepra. Para poder comprender este “milagro” de Jesús necesitamos explicar que la palabra “lepra” no tiene en la Biblia el mismo significado que tiene ahora. La lepra fue descubierta en 1874 por el médico noruego Gerhard Armauer Hansen. El término “lepra” proviene del griego y significa “escamoso”. La palabra hebrea que se ha traducido como “lepra” es tsara’at, que puede referirse a “enfermedad grave de la piel” o “enfermedad escamosa.” En este contexto, cualquier mancha o problema de la piel era motivo suficiente para separar a la persona de la comunidad y declararla “impura” (Lev 13,59). Para el historiado judío Flavio Josefo, los leprosos, pobres, ciegos y personas estériles, eran considerados “muertos en vida” (Antigüedades Judías 3.2.3).
Lucas, en el relato sobre la curación de los diez leprosos, a simple vista parece parco en su narración. En Lucas 5:12-15 el evangelista nos narra, con lujo de detalles, la curación de otro leproso. En dicha sanación, el leproso sanado realiza varias acciones: ve a Jesús, se postra con el rostro en tierra, y le ruega a Jesús diciendo que, si quería, podía limpiarlo. Jesús -fiel a Mc 1:40-45- extiende la mano, lo toca, le dice que quiere sanarlo, le dice “sé limpio” y el leproso queda sano. Y una vez que el leproso es sanado, Jesús lo envía al templo. Pero en el evangelio del día de hoy, las diez personas leprosas tienen que moverse en fe, antes de que suceda el milagro. Debemos recalcar que no todas las personas leprosas llegan a la fe verdadera, porque solamente un samaritano recibe la bendición de Jesús: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado” (Lc 17:19). Si comparamos la curación del leproso (Lc 5:12-15) con la curación de los diez leprosos, nos damos cuenta de que en la curación de los diez leprosos sucede algo muy diferente. Los diez leprosos ni siquiera “le piden” a Jesús que los cure; solo quieren compasión por parte de Jesús. La compasión de Jesús se muestra en “verlos”: “Cuando él los vio” (Lc 17:14). La mirada de Jesús es sin duda diferente a las miradas de los sacerdotes, de la comunidad y de la ley, que los “miraban” como “muertos en vida”. Jesús representa al Dios que “ve” (Gen 16:13-14) y siente compasión de las personas (Ex 3:7-8). La sanación de la lepra no se da por arte de magia; requiere que las personas leprosas se den cuenta de su estado de enfermedad y de contagio. Además, es necesario que las personas leprosas salgan de las sombras de muerte donde la ley, el templo y la sociedad las han colocado. Pero darse cuenta de la lepra y salir de las sombras de muerte no es suficiente; es necesario ponerse en camino al encuentro de Jesús y gritarle que tenga compasión del estado lamentable en que se encuentran.
Estas personas leprosas no se resignan a vivir en la oscuridad ni excluidas de la comunidad. Las personas leprosas salen, se ponen a distancia (como esperando el milagro) de Jesús, y desde ahí se hacen presentes por medio de su palabra. “¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!” (Lc 17:13). Pero estas personas leprosas aún no son discípulas de Jesús. Para poder llamar a Jesús Maestro o Señor es necesario que se pongan a caminar al lado de Jesús, y que pongan en práctica sus enseñanzas: “¿Por qué me llamáis ‘Señor, Señor,’ y no hacéis lo que yo digo?” (Lc 6:46; 13:25-27). Estas personas con lepra tienen posibilidades de convertirse en seguidoras de Jesús, pero tienen que caminar con Jesús.
Una vez que han reconocido su lepra y que le han pedido a Jesús que las libere del flagelo de la enfermedad, estas personas pueden escuchar la voz de Jesús, que las manda al templo tal y como lo pedía la ley (Lev 14). Resulta irónico que Jesús las envíe al templo, de donde presumiblemente han sido expulsadas con anterioridad, dada su condición de lepra. Las personas leprosas tienen que moverse en fe, tienen que ser valientes, tienen que regresar a un lugar más puro aun sin ser curadas. Jesús no les da la certeza de que se van a curar; solo las manda a que se presenten a los sacerdotes (Lc 17:14). Las personas con lepra no le pidieron a Jesús que las mandara al templo; solo le pidieron compasión: “¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!” (Lc 17:13).
El templo, con sus leyes de pureza, ha sido responsable de haber expulsado a las personas leprosas de la comunidad. Pero mientras van de camino, se dan cuenta de que la lepra ha desaparecido. El milagro no sucede en el templo, sino que ¡sucede en el camino! (Lc 17:14). Cuando las personas leprosas experimentan la compasión/sanación de Jesús, solamente el “bastardo” samaritano regresa a glorificar a Dios. Este bastardo es el único que emprende el camino del discipulado: “Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies dándole gracias. Este era samaritano” (Lc 17:15-16). Jesús alaba y reconoce la fe del bastardo, del excluido y del ignorado, y lo incorpora a la comunidad del camino. “Levántate, vete; tu fe te ha salvado” (Lc 17, 19). Esta es la fe verdadera, la fe que Jesús requiere.
Nueve de las diez personas leprosas, al verse curadas, desaparecen de la escena. “Y los nueve, ¿dónde están?” (Lc 17:17). Probablemente regresaron a la comunidad, a sus actividades, a su religión y a sus leyes que discriminan a otro tipo de gente que “padece otras lepras”. Esas nueve personas leprosas se curaron de la enfermedad de la piel, pero su fe nacionalista y exclusivista que condena a los samaritanos o a los extranjeros, no salva. Esa fe no está completa.
¿Y los otros nueve dónde están? Posiblemente están atrapados y esclavizados a nuevas leyes de pureza: las que separan a la persona buena de la mala, a la persona sana de la persona enferma, a la persona migrante de la persona ciudadana, a la persona negra de la persona blanca, al hombre de la mujer. ¿Y los otros nueve dónde están? Quizás ahora se encuentran “vigilando al mundo entero” como los nuevos policías del mundo, “salvándonos de los terroristas,” promoviendo un nuevo orden social y propagando la falsa idolatría de que: “Dios bendiga América.” ¿Y los otros nueve dónde están? Quizás ahora se encuentran en los púlpitos, predicando a diestra y siniestra -con Biblia en mano- condenas y maldiciones contra la comunidad LGBT (lesbiana, gay, bisexual y transgénero), por supuestamente “destruir a la familia de Dios”. ¿Y los otros nueve dónde están?
October 13, 2013