Decimosexto domingo después de Pentecostés

La cruz: Una colaboración divino-humana de solidaridad

Cross alongside road on mountain pass
Photo by Aurélien Faux on Unsplash; licensed under CC0.

September 12, 2021

View Bible Text

Comentario del San Marcos 8:27-38



El tiempo y el contexto social de Jesús y sus discípulos, como los presenta el evangelio de Marcos, son realmente revolucionarios. A veces cuando escuchamos las escrituras hoy en día, desde nuestro contexto contemporáneo, nos cuesta entender completamente el significado de las palabras y los hechos de Jesús y cómo se relacionan con la situación política, religiosa y social de su tiempo. Es necesario saber que en esta sección de Marcos 8, Jesús les presenta a sus discípulos y a la gente que lo seguía unas preguntas y enseñanzas claves sobre cómo caminar en el discipulado.

En medio de una situación llena de riesgo bajo el Imperio Romano y con la sospecha creciente de las autoridades religiosas de su propia comunidad judía, las preguntas que hace Jesús sobre su identidad, la conversación agitada que sigue con Pedro y el llamado a negarse a sí mismo y tomar su cruz tienen el propósito de alertar a los oyentes acerca del hecho de que tienen por delante jornadas difíciles aun cuando el reino de Dios se haya acercado (Mc 1:15). La obra profética-mesiánica de Jesús es un gran desafío, que impacta tanto al imperio y a los líderes religiosos como a los discípulos y a todas las personas que supuestamente siguen a Jesús.

Después de pasar bastante tiempo en las trincheras ministeriales, alimentando a los hambrientos, sanando a los enfermos y confrontando a las autoridades religiosas, a Jesús le interesa saber lo que los discípulos y el público dicen sobre él. Es significativo que las respuestas ponen a Jesús en la tradición profética de su pueblo judío. Pero la historia no para con esta revelación. Pedro amplifica el llamado de Jesús con su proclamación: “Tú eres el Cristo” (v. 29). “Cristo” para Pedro y los oyentes quiere decir “Mesías,” que tiene una connotación muy particular. Significa un líder político-religioso, ungido por Dios para traer liberación al pueblo de Israel del orden establecido.

Quizá Pedro imagina que Jesús será el líder que iniciará una revolución política y hasta militar, si fuera necesario, enfrentándose al Imperio Romano y estableciendo un nuevo orden.     Aunque Jesús no niega su llamado profético, reacciona de una manera distinta a la proclamación de Pedro, y predice que su misión resultará en su rechazo y muerte (v. 31).

Luego, cuando Pedro se queja por la descripción que da Jesús, Jesús se enoja y regaña a Pedro, comparando su comportamiento con el tentador, Satanás (v. 33)

¿Por qué reacciona Jesús de manera tan airada en contra de lo que dice Pedro? Por la manera distinta como Jesús entiende su llamado como “Mesías.” Aunque el ministerio de Jesús critica a los sistemas e instituciones de poder, su revolución no consiste en una insurrección violenta para derrotar a un gobierno o para iniciar una nueva religión. Jesús viene a traer un tipo diferente de poder y de liberación, no para tomar el poder político o preservar una institución religiosa, sino para renovar un poder divino-comunitario que restablece la comunión del pueblo con Dios. Los hechos de Jesús—sanando y proveyendo las necesidades espirituales y materiales del pueblo—nos dan un vistazo del reino de Dios que tiene la meta de proclamar y restaurar el bienestar de la comunidad desde abajo.

El mensaje de Jesús es básicamente que solo el pueblo libera al pueblo, con el auxilio de Dios.

Los oyentes del evangelio de Marcos entendían que las palabras de Jesús de negarse a sí mismos y tomar la cruz para seguir su camino (v. 34) son las palabras más desafiantes y difíciles para poner en acción. Sabían claramente que la cruz significaba riesgo, sufrimiento y hasta la misma muerte que sufrió Jesús. En el tiempo de Jesús, la cruz era reservada para los enemigos del imperio. Hoy en día la cruz ha sido higienizada para el consumo en el mercado libre. Pero, como dice el teólogo Jon Sobrino, la cruz es “todo menos metáfora…significa muerte y crueldad, a lo que la cruz de Jesús añade inocencia e indefensión.”1

En la tradición de la teología de la liberación, se habla del “pueblo crucificado”—refiriéndose al hecho de que en muchas partes del mundo existen personas que viven día tras día en condiciones de miseria, en que el hambre y la opresión es constante. Nuestro compromiso colectivo como seguidores de Jesús en esta situación, entonces, no es tanto tomar la cruz como solidarizarnos con este sufrimiento y asistir en “bajar de la cruz” al pueblo que sufre de cualquier modo. Sobrino continúa diciendo que “al llamar a los pobres de este mundo pueblo crucificado se les saca del anonimato…se les otorga máxima dignidad.”2 En otros términos, el proyecto de Jesús se manifiesta por medio de la solidaridad humana.

¿Entendemos realmente hoy en día el llamado de Jesús a negarnos a nosotros/as mismos/as y tomar nuestra cruz como una colaboración divino-humana de solidaridad? Visto de este modo, el llamado no se trata de morir por la fe sino vivir por ella, creyendo que el reino de Dios está por llegar, que se acerca cada vez más cuando amamos a nuestro prójimo—sea que se trate de un vecino o de una persona extranjera—como uno/a de nosotros/as.

No faltan las ocasiones en nuestra vida común para proclamar esta verdad teológica en nuestras parroquias y comunidades. Estamos en una lucha humanitaria por la salud pública en medio de una pandemia global que persiste con nuevas variantes de COVID-19. La desigualdad en el acceso adecuado a la vacuna en contra del COVID-19 es enorme. En los Estados Unidos y en otros países mayoritariamente ricos, casi toda la población adulta ha tenido acceso a la vacuna por más de medio año, mientras que en otros lugares como Haití apenas recibieron los primeros envíos en julio.3

Y luego, una paradoja. Aunque la vacuna está ampliamente disponible en los Estados Unidos, sólo la mitad de las personas se han vacunado. Mientras tanto, las condiciones que enfrentan las multitudes de refugiados y otras personas que viven en miseria y sin acceso a la vacuna han empeorado durante la pandemia. Nos urge buscar la manera de responder a nivel global y local con un abrazo solidario donde más se necesita.

Quien predique este domingo tiene la oportunidad de levantar la conciencia de su comunidad con este evangelio y de animarla en el camino de Jesús hacia el amor, la compasión y la justicia. Hay que proclamar y luchar por la vida a pesar de las realidades de la muerte. Aunque sea un trabajo riesgoso, también es vivificante. Y es nuestro deber.


Notas

  1. Jon Sobrino, “Bajar de la cruz a los pobres: Cristologia de la Liberación,” en Teoría y Praxis No. 11, 2007. Véase https://core.ac.uk/download/pdf/47263242.pdf
  2. Sobrino, https://core.ac.uk/download/pdf/47263242.pdf
  3. Véase https://apnews.com/article/coronavirus-vaccine-inequality-dac9c07b324e29d3597037b8dc1d908a