Comentario del San Marcos 8:27-38
La lectura del Evangelio para este domingo presenta el relato de una conversación mantenida entre Jesús y sus discípulos de camino entre las aldeas de la región de Cesarea de Filipo, ciudad romana al norte del lago de Galilea.
En un momento, el auditorio se amplía para incluir también a la multitud. El diálogo gira alrededor de la respuesta a la pregunta de Jesús sobre ¿quién dicen que soy? y el desarrollo del texto nos permite ir descubriendo cómo al responder sobre la identidad de Jesús estamos, en realidad, respondiendo acerca de la nuestra.
El relato puede dividirse en cuatro secciones:
Los vv. 27-30, nos ubican en el lugar donde se desarrolla la acción (27a) e introducen las preguntas de Jesús acerca de su identidad. A la primera, “¿quién dicen los hombres que soy yo?,” los discípulos responden nombrando figuras proféticas que es lo que Jesús evoca en el imaginario del pueblo. A la segunda pregunta, “vosotros, ¿quién decís que soy?,” responde Pedro con un reconocimiento de Jesús como el mesías. Si el pueblo que lo conoce, ve en Jesús una figura que anuncia el reino venidero de Dios, la confesión de Pedro parecería indicar que entre sus discípulos ya se lo identifica como “el ungido,” el que representa y cumple la llegada del reino. Ahora bien, en el v.30, el pedido a los discípulos de no difundir esta identificación es una transición para la siguiente sección donde, si interpretamos bien, se puede descubrir al menos una razón para tal prohibición.
Los vv. 31-33 introducen la enseñanza de Jesús a sus discípulos acerca de las implicancias de la vocación del “Hijo del hombre”: los distintos sufrimientos, el rechazo por las autoridades culturales, políticas y religiosas de Israel, la muerte y la resurrección. Esta designación es introducida en paralelo al título de “Cristo” que Jesús nunca usa para sí en el Evangelio de Marcos; en realidad, “Hijo del hombre” es la única manera en que Jesús se autoidentifica en este Evangelio. En la transición hacia el entredicho con Pedro, el texto indica la “franqueza” (parrhesía) de Jesús al explicar su futuro a sus seguidores, futuro que define su identidad (v. 32a) y que Pedro no tenía en mente en el momento de su confesión –como bien se evidencia en su reacción (v. 32b). Esta sección se cierra con un intercambio inmediato de acciones: la reprensión de Pedro a Jesús, es seguida por la dura reprensión de Jesús a Pedro (en ambos casos el verbo es epitimáô) –y esta respuesta de Jesús se torna advertencia al incluir en el auditorio al resto de los discípulos (v. 33). Es importante subrayar aquí el hecho de que Jesús se refiera a Pedro como “Satanás”; en realidad, toda intención de cambiar el contenido de la identidad de “el Cristo” se opone al reino de Dios y es, por lo tanto, satánica.
Los vv. 34-38 introducen un desplazamiento en el texto al cambiar el auditorio; éste pasa a incluir a la multitud y, con ella, a los discípulos (v. 34a). El giro en la narrativa parece indicar que, con respecto a lo que Jesús va a decir, los discípulos se encuentran en la misma situación que el resto y –en vista de las dificultades previas para comprender lo que la confesión mesiánica implica– deben también escuchar ahora claramente lo que el seguimiento del mesías significa. El llamado de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí…” está dirigido a todo el auditorio, incluidos aquellos que hasta el momento parecían ser sus seguidores. Lo que el seguimiento comporta está en relación directa con la vocación del Cristo, y si el Cristo es quien está dispuesto a no salvarse a sí mismo a pesar de las reconvenciones de quienes lo rodean, aquellos que le siguen no pueden ser algo diferente (v. 34b-37). Es interesante observar que el v. 38, que cierra este texto, refleja de manera contrapuesta al v. 30, en la primera sección del relato. La prohibición de hablar sobre la identificación de Jesús como el Cristo a sus seguidores –cuando no estaban claras aún las implicancias de tal identidad– parece revertirse al final del relato cuando ya no hay dudas sobre sus implicancias: “el que se avergüence de mí y de mis palabras … también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga…” Aquella confesión de la cual no podían hablar cuando aún no la entendían, deberá llevarlos a un nuevo seguimiento que confiese al Cristo en su vida.
Para pensar en la predicación:
Hay aspectos a los que el relato nos permite asomarnos y que pueden inspirarnos para la predicación. A ese efecto, aquí enumero algunos seguidos de varias preguntas.
1. Aunque Pedro, y por extensión, los discípulos identifiquen a Jesús como “el Cristo” esto no necesariamente significa que tengan en claro el significado de esta identificación. Existían en Israel diferentes “expectativas mesiánicas,” es decir que las ideas y esperanzas acerca de las características del Cristo variaban. No es claro en el relato cuáles eran las expectativas de Pedro, pero su reacción nos permite ver que no incluía lo que la desalentadora enumeración de Jesús expresaba –en realidad, Jesús le comunicó que “su mira” era humana, demasiado humana (v. 33b). Cualquier relato previo que los seguidores o las personas en general podamos tener acerca del Cristo no puede definirse de antemano sin habernos confrontado con la vida vivida por Jesús. Sufrimientos, rechazo y muerte de cruz son lo que su vida le acarrea; la resurrección es algo que sólo puede venir después de la muerte.
2. Una vez que en el texto los seguidores de Jesús han sido informados sobre lo que ser “el Cristo” implica para Jesús, la narración gira para hacer conocer las implicancias del seguimiento del Cristo tanto a sus “seguidores” como a la multitud. No hay verdadero seguimiento previo al encuentro con Jesucristo crucificado; lo que creemos saber hasta entonces es sólo un reflejo de nuestras expectativas.
3. Lo que el seguimiento del Cristo conlleva está directamente relacionado con lo que ser “el Cristo” significa. Negarse a sí mismo no es un programa de ascetismo para el crecimiento personal en la humildad, y tomar la cruz no es la resignación cotidiana ante nuestras dolencias humanas. Ambas cosas son, en realidad, la consecuencia de seguir al Cristo en la vida y en la muerte; tienen que ver con rehusarse a “salvarse” por causa del evangelio del Cristo (34b-35). Y esto es una paradoja: sólo quien no se salve puede ser salvado en el seguimiento del Cristo que es tal porque renunció a salvarse. Adaptando el poema de Mario Benedetti, podría explicarse el llamado de Jesús en una línea: si te salvas entonces no te quedas conmigo…1
Algunas preguntas que nos pueden guiar al elaborar el sermón: ¿Dónde “ponemos la mira” cuando confesamos a Jesucristo? ¿Hasta dónde nuestras expectativas no traicionan nuestras confesiones? ¿Somos conscientes de que lo que esperamos de otros nos define e involucra directamente a nosotros y a nosotras?
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1El poema “No te salves” puede consultarse en: www.sololiteratura.com/ben/obraenverso.html
September 16, 2012