Undécimo domingo después de Pentecostés

Lo que quieren Jesús y su Padre por puro amor y gracia

hands clasped in mutuality
Photo by Aarón Blanco Tejedor on Unsplash; licensed under CC0.

August 8, 2021

View Bible Text

Comentario del San Juan 6:35, 41-51



Las palabras de Jesús en nuestro texto para este domingo nos remiten al Antiguo Testamento y, en particular, a la historia del pueblo de Israel en el desierto. De manera milagrosa, Dios había sacado a los israelitas de su situación de esclavitud y opresión en Egipto, partiendo las aguas del Mar Rojo, para guiarlos a la tierra que les había prometido. Sin embargo, primero debían pasar por el desierto, donde las condiciones eran muy duras y escaseaban el agua y el alimento. Para que tuvieran qué comer, cada mañana Dios les mandaba el maná, que el libro de Éxodo describe como pan llovido del cielo (Éx 16:4).

Pero el pueblo israelita no se conformaba con ese pan, ni toleraba las condiciones tan duras del desierto. Según el relato bíblico, constantemente murmuraban, quejándose de su situación. En lugar de recibir el maná con agrado y agradecimiento como un don de Dios, reclamaban que Dios les diera carne y otros alimentos. Hasta querían regresar a Egipto, para someterse nuevamente a la vida de esclavitud ahí. Dios los quería conducir a una vida nueva en una tierra propia, donde podrían vivir en libertad y gozar de las bendiciones que Dios deseaba derramar sobre ellos, pero ellos se rebelaban contra Dios. Les parecía que Dios les estaba exigiendo demasiado y no estaban dispuestos a sufrir para llegar adonde Dios quería llevarlos por su propio bien y felicidad. En lugar de simplemente creer y confiar en Dios como su Padre, querían hacer las cosas a su propia manera, siguiendo un camino elegido por ellos mismos en lugar de seguir el camino que Dios en su amor les había trazado con el único fin de bendecirles.

En nuestro pasaje del Evangelio, cuando Jesús dice que es el pan de vida descendido del cielo, quienes lo escuchan comienzan a murmurar en contra de él de la misma forma en que sus antepasados habían murmurado en contra de Dios en el desierto. Dado que conocían a Jesús como uno de ellos/as y conocían también a sus padres y familia, no podían creer lo que les decía acerca de su origen divino.

Pero más que reprocharles por no creer en él, Jesús les habla del Padre que lo había enviado y de lo que él y su Padre quieren para ellos/as. Dice que el deseo de su Padre es que todos/as vengan a Jesús y crean en él para que ya no tengan hambre ni sed, para que puedan aprender de Dios y conocerlo como Padre, y para que no mueran, sino que tengan vida ahora y para siempre. En otras palabras, lo único que pretenden tanto Jesús como el Padre que lo envió es bendecirles, darles vida, acompañarles, instruirles, guiarles, y alimentarles para así calmar su hambre y sed. Y todo esto lo quieren tanto Jesús como su Padre por puro amor y gracia. Así como Dios quería conducir a los israelitas a la tierra prometida movido únicamente por un deseo de bendecirles, ahora quiere que todos/as vengan a Jesús a través de la fe sólo para que encuentren vida y bendición en él.

Muchas veces consideramos que la fe en Jesús es simplemente una condición que Dios ha puesto para salvar a las personas, sin entender la relación intrínseca entre fe y salvación o bienestar. Pensamos que Dios ha establecido la fe como una exigencia o un requisito que hay que cumplir para contar con su aprobación y favor en lugar de concebir a Dios como un Padre amoroso que no pretende otra cosa que nuestro bien, que nos llama a creer y confiar en él y su Hijo simplemente porque nos ama y nos quiere ver felices.

Con ese fin, nos ofrece a su Hijo como pan de vida y nos dice con ternura y un corazón paternal:“Come. Aliméntate de él. Deja que te llene, que calme tu hambre, que satisfaga todos tus anhelos y ansias. Deja que te guíe a los verdes pastos y a la verdadera vida como tu buen pastor. Permanece unido a él como el pámpano a la vid para que produzca en ti sus ricos frutos y así conozcas lo que es vivir lleno de la verdadera paz y el verdadero gozo. Quiero que creas en él por tu propio bien, que confíes plenamente en él porque sólo así podrás tener la vida plena que quiero para ti y para cada uno/a de mis hijos e hijas.”

Si es así, si tenemos un Dios que sólo quiere llenar nuestra vida de bendiciones por medio de su Hijo, ¿por qué nos negamos a creer en él, como aquellas personas que menciona nuestro texto? ¿Por qué murmuramos y nos quejamos como quienes escucharon a Jesús en ese momento y como los israelitas que iban camino a la tierra prometida a la que Dios en su amor les quería guiar? Sin duda, como les pasó a los israelitas, el camino por el que Dios nos va llevando es difícil y a veces muy duro. Hay obstáculos, carencias, momentos de dolor y soledad, y muchos sacrificios que hacer. Pero eso es verdad independientemente de que sigamos a Jesús o no. La vida para los israelitas en el desierto era muy dura, pero también lo había sido su situación de esclavitud y servidumbre en Egipto.No obstante, aunque puede parecer muy duro el camino por el que Dios nos quiere llevar, sería un gran error pensar que seguir un camino trazado por nosotros/as mismos/as y no por Dios sería más fácil y menos duro—al contrario.

Por eso, en lugar de murmurar y quejarnos, en lugar de seguir nuestros propios caminos, cada uno/a de nosotros/as, por nuestro propio bien y felicidad, debe decirle a Dios: “Padre, enséñame, dirígeme por dónde debo ir, y acompáñame en todo momento, por duro que sea el camino. Recuérdame constantemente la tierra prometida adonde me quieres conducir. Y tú, Jesucristo, pan de vida, aliméntame, fortaléceme, lléname de tu amor, de tu paz y poder, de tu esperanza que me da fuerzas para seguir adelante. Ayúdame a seguir creyendo y confiando en ti con la seguridad de que, mientras me siga alimentando de ti, a pesar de las dificultades que pueda encontrar en el camino, tú me sostendrás y no permitirás que jamás pase hambre ni sed.”

Creer en Jesús no es otra cosa que dejar que nos alimente y que satisfaga siempre nuestra hambre y sed. Si eso es lo que él quiere por puro amor y gracia, ¿qué motivo podría haber para negarnos a recibirlo como nuestro pan de vida?