Comentario del San Marcos 5:21-43
Dos Mujeres y Un Camino
Jesús acaba de regresar de Gerasa (territorio pagano), donde desenmascaró al imperio romano, cuya colonización tenía a la comunidad deshumanizada. Al expulsar a satán/legión/Roma de aquellas tierras, Jesús ofrece vida y libertad a la comunidad pagana. Ahora regresa a los suyos, donde también satán, en este caso el satán de la ley de la pureza y el legalismo de la sinagoga, tiene sin vida a la comunidad, representada por dos mujeres: una con hemorragia y una niña al borde de la muerte.
Tan pronto como baja de la barca, se le acerca Jairo (del hebreo ya’ir, que significa ¿Dios iluminará? ¿resplandecerá? ¿despertará?),1 para implorarle que sane a su hija (vv. 22-23). Con el nombre que Marcos da al jefe de la sinagoga (Jairo), el evangelista está haciendo alusión a la acción que hará Jesús posteriormente cuando “despierte” a la niña/comunidad que está muerta.
Para que sucede el milagro de la vida, es necesario que Jairo se separe de la sinagoga y reconozca públicamente a Jesús como el promotor de vida gratuita que se ofrece a todas las personas débiles y vulnerables. Es interesante que Jairo (representante de la sinagoga) se postre a los pies de Jesús (v. 22). Con este gesto, Jairo ha comenzado su camino discipular y ha comprendido que el sistema legalista de la sinagoga solo enferma a la comunidad: “Mi hija está agonizando” (v. 23). Y ahora espera que Jesús le devuelva la salud: “Ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y viva” (v. 23).
Llama la atención que Jesús se marche inmediatamente en silencio con Jairo. La fe en Jesús no es mágica. Hay que ser discípulo/a del silencio, creer contra toda esperanza, caminar con Jesús ante las adversidades de la vida con la certeza de que el milagro va a suceder.
Pero la sinagoga no es la única institución que tiene enferma a la comunidad. También la ley de la pureza es responsable de que la gente no viva. En el camino, a Jesús le sale al encuentro una mujer anónima, sin rostro y sin posibilidades de tener vida. “Una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre” (v. 25). Esta mujer representa al pueblo de la ley cuyas enseñanzas la tienen sola y abandonada. Todo en ella es impureza: la cama, la silla, la sábana, las personas que toque (Lv 15:19-33). En el plano teológico, esta mujer impura representa la conducta injusta del pueblo. Tienen la ley, pero no practican la justicia (Ez 36:17).
La mujer/pueblo no conoce personalmente a Jesús: tiene que caminar a su encuentro, salir de la muerte, entrar a la vida, ¡tocarle!, para poder experimentar al Dios de la misericordia. Tocar a Jesús es contaminarlo con su impureza, pero para sorpresa nuestra y para el escándalo de los rigoristas de la ley de la pureza, en vez de contaminación, sale una fuerza generadora de vida. Jesús no busca a la mujer para recriminarle que lo haya contaminado, sino para devolverle la dignidad de ser “hija de Dios.” Jesús, al dejarse tocar/contaminar, entra en una ética de contaminación con la mujer. De esta manera, la ley de la pureza que los separaba queda anulada y relativizada. La “contaminación” ha hecho posible la vida, aunque esto le cause miedo a la mujer.
Jesús y la mujer conocen que una fuerza sanadora ha dado vida; ahora Jesús tiene que indagar quién ha sido la beneficiada. No se puede ser discípula/o de Jesús en silencio, en lo oculto, o de noche; es necesario reconocerse públicamente. La mujer siente temor; todavía se mueve con las categorías del Dios de Israel, cuyos encuentros y tocamientos justamente daban temor. Es necesario que la mujer aniquile esa idea de Dios y que experimente al Dios que es Papá/Mamá, Hermano/a, Amigo/a, y que da vida plena. Una vez que entra en intimidad con Dios, el miedo de la mujer es sustituido por las palabras amorosas de Jesús: “Hija” (v. 34), la misma palabra que Jesús había dicho al paralítico: “Hijo” (Mc 2:5). Es que para Jesús los/as enfermos/as, discapacitados/as e impuros/as son merecedores de la misericordia de Dios. La mujer es ahora, ¡hija!; su fe la ha salvado y le ha dado paz.
El Galileo estaba hablando de vida, de salud, de fe, de paz, cuando fue interrumpido por los de la casa de Jairo, que de nuevo querían hablar de muerte. Jesús no se une al diálogo de muerte, sino que exhorta a Jairo a tener fe. Parece que toda la casa de Jairo necesita ser despertada y animada, porque están llorando como personas sin fe. Una vez que llega a la casa del duelo, Jesús anuncia que la niña está durmiendo (v. 39). Como en el caso de la suegra de Simón (Mc 1:31), Jesús la toma de la mano para volverla a la vida. Jesús no solo le impone la mano a la niña, como quería Jairo, sino que toca el cadáver, violando así la ley de la pureza (Nm 19:11.13). Otra vez Jesús se hace impuro con la intención de dar vida. Y el resultado es que la niña se convierte en una muchacha en edad de casamiento (12 años) y de dar vida. “¡Talita cumi! (que significa: ‘Niña, a ti te digo, levántate’)” (v. 41) son palabras dirigidas también al pueblo infantil e inmaduro ante la ley, que no puede crecer si sigue atado a la casa de la muerte. La acción de Jesús es la de dar vida; por eso es necesario que toda la comunidad alimente a la muchacha (v. 43).
Estas dos mujeres, con sus historias de marginación, anónimas, sin rostros, sin voz y sin posibilidades de vida, siguen representando a nuestras mujeres atadas a las leyes machistas de la casa/iglesia/sociedad patriarcal y kiriarchal, que en vez de empoderarlas para la vida, les dan muerte. Ahora más que nunca nuestras mujeres deben salir al encuentro de Jesús, para arrancarle el milagro y experimentar que no pueden seguir atadas a leyes que las excluyen y las deshumanizan por su género. Nuestras hermanas, madres, abuelas, amigas y compañeras deben escuchar una vez más las palabras liberadoras de Jesús: “¡Talita cumi!” Cuando una ley machista y sexista te niegue a ti mujer el derecho a existir: “¡Talita cumi!” Cuando interpretaciones bíblicas y tradiciones retrógradas te nieguen la ordenación sacerdotal: “¡Talita cumi!” Cuando escuches condenas eternas por ser lesbiana: “¡Talita cumi!” Si el padre, el cura y el juez, basados en sus leyes, te tratan como persona de segunda clase: “¡Talita cumi!” Si eres migrante: “¡Talita cumi!” Si te has cansado de buscar a tu hija/o desaparecida/o y el gobierno corrupto te esconde la verdad: “¡Talita cumi!” Si te han estigmatizado por el color de tu piel, por no hablar inglés y por cargar con el flagelo de la pobreza: “¡Talita cumi!” Si los carteles de la droga te amenazan por denunciar la injusticia y tu único “pecado” es querer vivir en una sociedad en paz: “¡Talita cumi!” Si te han torturado por cuidar de la madre tierra: “¡Talita cumi!” “¡Talita cumi!”
Nota:
1.Juan Mateos y Fernando Camacho, El Evangelio de Marcos. Análisis Lingüístico y Comentario Exegético. Vol. I (Córdoba: Ediciones el Almendro, 1993), 460.
July 1, 2018