Comentario del San Marcos 5:21-43
En el evangelio de esta semana nos encontramos con dos mujeres, ambas anónimas. La primera es una mujer que ha vivido 12 años con flujo de sangre, y la segunda es la hija gravemente enferma de un jefe de la sinagoga local. Marcos 5:21–43 relata los encuentros de estas dos mujeres con Jesús, que las sana y salva. Es común escuchar las historias de cada una de estas mujeres en forma independiente, ya que no tienen mucho en común y cada una tiene su experiencia con Jesús de manera separada. Curiosamente, el evangelio de Marcos presenta estas dos historias juntas, no una tras otra, sino intercaladas, al estilo de los “sándwiches” propios de este evangelio.1 Observemos la estructura:
- vv. 21–24: Jairo suplica a Jesús ir a su casa a sanar a su hija, y emprenden el camino.
- vv. 25–34: En el camino, la mujer afectada por el flujo de sangre se acerca a Jesús y lo toca; es sanada y Jesús conversa con ella.
- vv. 35–45: Jesús llega a la casa de Jairo, y le avisan que la hija ha muerto. Jesús la toma de la mano y le dice que se levante. Ella se levanta restaurada a la vida.
Ambos relatos se sostienen por sí mismos de manera independiente. Pero Marcos ha colocado sus historias juntas de esta manera para que las leamos juntas y tomemos nota de cómo este entretejido enriquece el significado del texto.
La intercalación de estas historias nos invita a comparar y contrastar las circunstancias, los personajes y el actuar de Jesús. Al inicio del relato, Jesús está rodeado por la multitud que se ha aglomerado junto a él, a la orilla del mar (v. 21). Se encuentra entre “su gente,” las personas necesitadas de sanidad, sedientas de enseñanza, a quienes Jesús ha designado como su nueva familia (Marcos 3:31–35). Dos personas intervienen en medio de la multitud, queriendo algo de Jesús. El primero es Jairo, jefe de la sinagoga, un hombre influyente que ha venido en busca de Jesús para que sane a su hija. Apela a Jesús de manera pública y directa, cayendo a sus pies y rogándole que lo acompañe a su casa, es decir, dejando atrás la multitud. En contraste con Jairo, la mujer que vive con el flujo de sangre no tiene nombre, no tiene influencia y se acerca a Jesús en secreto, encubierta por la multitud. No quiere llamar la atención, sino todo lo contrario. Su objetivo no es detener a Jesús o desviarlo de su camino, sino tocar su manto, confiada en que así sería sanada.
Jesús responde a la petición de Jairo, y salen rumbo a su casa. Llama la atención que Jairo, siendo un alto dignatario de la sinagoga, haya buscado a un hombre que los líderes religiosos deseaban silenciar. Por otro lado, también llama la atención que Jesús esté dispuesto a seguirle y a sanar a la hija de un representante de la institución con la que ha tenido tantos conflictos y que está tramando deshacerse de él.
Jesús se detiene en el camino cuando siente que ha salido fuerza de él e indaga para saber quién lo ha tocado de esa manera. Es decir, no es la mujer quien interrumpe el camino de Jesús con Jairo; es Jesús quien decide detenerse. Ella, como muchos/as otros/as, lo ha tocado; como muchos/as otros/as, ha sido sanada. Jesús podría haber continuado, sin preguntar, sin mirar a su alrededor para ver a quién había sanado (v. 32). Jesús deja a Jairo y a quienes leemos la historia esperando, mientras conversa con esta mujer anónima, pobre, carente de un hombre que le acompañe, a quien podemos suponer que el sistema religioso ha excluido por la impureza generada por su enfermedad.
Jesús podría haber aprovechado la situación de la hija de Jairo para ganar amigos e influencia entre quienes lo amenazaban. Podría haberse dejado llevar por la importancia de este hombre y su familia. No lo hace. Su encuentro con la mujer del flujo de sangre más bien agrava la situación de la hija de Jairo, porque mientras estaba detenido, ocupándose de la mujer con el flujo de sangre, reciben la noticia de que ha muerto. Pero Jesús tampoco abandona a la niña de Jairo. Al llegar a la casa, la levanta de su lecho de muerte y la niña regresa a la vida. La opción de Jesús por la mujer hemorroísa es consecuente con su ministerio entre las personas en condición de marginalidad y abandono social, económico y religioso. Mientras la hija de Jairo tiene familia, Jesús convierte a la mujer sanada del flujo de sangre en parte de su familia: “Hija, tu fe te ha salvado” (v. 34). Jesús nuevamente rompe con las expectativas sociales y subvierte las jerarquías que definen quién vale y quién no.
Un aspecto llamativo de este relato es la relación que se establece entre las dos mujeres, aunque nunca se encuentran. Los mundos de estas mujeres no podrían ser más distintos, pero comparten una misma realidad, una misma historia: la enfermedad; la imposibilidad de la ciencia de la época de sanarlas; la impureza que genera su estado (sangrado vaginal y muerte); la marginalidad social en un contexto patriarcal, organizado desde y para los hombres; y la muerte, ritual y social en un caso, física en el otro. Ellas están distanciadas por una enorme brecha social y religiosa, pero el toque de Jesús es para ambas. En nuestros contextos, las mujeres son las más afectadas por la pobreza, el desempleo y la falta de acceso a la educación, la atención médica y los puestos de liderazgo dentro y fuera de la iglesia. Si bien las condiciones que vivimos las mujeres pueden ser muy distintas, Marcos nos invita a la solidaridad y a la lucha compartida. Nos invita a las mujeres a ser sensibles, en medio de las carreras cotidianas y las situaciones que ocupan nuestra atención, al derecho que tienen todos/as, incluso quienes son invisibles y quienes son valorados/as como intocables, a tocar y ser tocados/as por Jesús a través nuestro.
Notas
- La intercalación de dos relatos de tal manera que se coloca un segundo relato entre el inicio y el final del primero es una característica del estilo literario del evangelio de Marcos. Véanse por ejemplo Marcos 3:20–35; 4:1–20; 6:7–30; 11:12–21; y 14:53–72 entre otros.
June 30, 2024