First Sunday in Lent (Year C)

Quienes han vagado por un desierto, lejos de los centros de poder, entienden bien los extremos del cansancio humano y los retortijones de hambre y sed.

Luke 4:3
"If you are the Son of God, command this stone to become a loaf of bread." Photo by Jarren Simmons on Unsplash; licensed under CC0.

March 10, 2019

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Comentario del San Lucas 4:1-13



Quienes han vagado por un desierto, lejos de los centros de poder, entienden bien los extremos del cansancio humano y los retortijones de hambre y sed.

Quienes viajan en el desierto muy a menudo son víctimas de una descarga de insultos que los/as priva hasta del derecho de tener un nombre y una identidad propia. Como lo expresa Jorge Mansilla en su poema Pasar la vida: “Y el que camina sin rumbo, Y vive siempre el instante, Porque es todos y ninguno, Por una ley infamante . . . Es ilegal remarcado: Inmigrante.”

En la lectura de hoy, tomada del evangelio de San Lucas, entramos a un mundo parecido. Jesús se encuentra en el desierto. Es una tierra árida, un lugar donde moran demonios y fieras peligrosas (Is 34:14; Tobías 8:3; Mc 1:13).1 El desierto es un lugar en donde se sienten las punzadas del hambre y la sed. Además, como si fuera poco, el diablo insiste en que Jesús reconsidere lo que conlleva su identidad como Hijo de Dios. En efecto, el tentador intenta convencer a Jesús de dejar de lado su rol como el Mesías sufriente y aprovecharse de su poder para satisfacer sus necesidades inmediatas: “Si eres Hijo de Dios . . .” (vv. 3, 9; Mt 27:40).2 Curiosamente, el relato de Lucas tiene como fin demostrar que Jesús es el Hijo Fiel de Dios precisamente porque resiste la sugerencia subversiva del tentador, a saber: entrar en su gloria sin el sufrimiento humano y sin la cruz.

El hijo fiel de Dios

El texto establece comparaciones entre Jesús en el desierto por 40 días e Israel que anduvo en el desierto por 40 años (Ex 16:35; Nm 14:33). Tanto Israel como Jesús son denominados como “hijo de Dios.” Israel y Jesús, por igual, suben de la tierra de Egipto (Os 11:1-7; Mt 2:15). Por otra parte, existen contrastes fuertes entre el hijo infiel (Israel) y el Hijo fiel (Jesús) en el desierto (Dt 32:51). Mientras Israel fue incapaz de obedecer los mandamientos de Dios, Jesús se vale de los mismos mandamientos para reprender al diablo: (1) “Al Señor tu Dios adorarás y solo a él servirás” (Dt 6:13), (2) “No tentarás al Señor tu Dios” (Dt 6:16) y (3) “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios” (Dt 8:3).3 En efecto, Jesús es presentado como el Israel perfecto de Dios.

Pero, ¿cómo nos sirve de ejemplo el hecho de que Dios mismo pudo resistir a la tentación? Mientras el debate sobre si Jesús pudo o no haber pecado continuará, los recursos que Jesús usó para resistir la tentación están a nuestra disposición hoy en día: una íntima relación con el Espíritu Santo (Lc 4:1, 18-19; Gá 5:16) y la interiorización de la Sagrada Escritura (Dt 6:13,16; 8:3).4 

En vista de que tenemos dichos recursos para la victoria y la promesa de que triunfaremos en la hora de la tentación (1 Co 10:13), nos vendría bien identificar tres maneras en que se reciclan las mismas tentaciones que tuvo que enfrentar Jesús.

Resistamos la dicotomía entre necesidades materiales y espirituales

El diablo sugiere: “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan” (cf. Mt 4:3; Dt 6:13). Sin duda, Jesús tenía poder para convertir una piedra en pan y autoridad para aplacar el hambre de la gente (Lc 9:10-17). Pero, así como enseñó a sus discípulos a orar, Jesús confiaba en que su Padre le sustentaría con el pan de cada día (Lc 11:3; Mt 4:11). Como observa Keener, si Jesús hubiera convertido la piedra en pan, habría repetido el mismo error cometido por Israel, el de no confiar en Dios para el pan de cada día.5

Jesús dependía de su Padre para satisfacer sus necesidades humanas. Pero, por otra parte, Jesús nos recuerda que “no solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios” (Dt 8:3). Es decir, el relato en el desierto resiste que separemos las necesidades materiales de las espirituales. Lo que necesita el ser humano se ve reflejado en la misma persona de Cristo quien es Humano y Dios. Como se afirma en el credo de Calcedonia, Jesucristo es “perfecto en Deidad y también perfecto en humanidad; verdadero Dios y verdadero hombre . . . reconocido en dos naturalezas, inconfundibles, incambiables, indivisibles, inseparables.”6 ¿Cómo nos puede ayudar la respuesta de Cristo al tentador a resistir la dicotomía entre lo material y lo espiritual? González y Pérez nos proveen algunos puntos para considerar. Sugieren que al preocuparnos únicamente por las necesidades espirituales del ser humano corremos el riesgo de reciclar aquellas herejías que subestiman o niegan la perfecta humanidad de Jesucristo (p. ej., el docetismo, nestorianismo, euticianismo). Por otro lado, el retorno de aquellas herejías que subestiman su divinidad se expresan hoy en día al negarle la adoración a Jesús como el único Dios capaz de relacionarse con la humanidad y salvarnos (arrianismo), o en las enseñanzas que prometen que Dios nos aceptará como hijos o hijas tan sólo si nos esforzamos (adopcionismo).7 En fin, el reconocimiento de la perfecta deidad y la perfecta humanidad de Jesucristo debe servirnos de paradigma para ministrar a la totalidad del ser humano, atendiendo tanto a su parte espiritual como a su parte física.

Resistamos el cultivo de una identidad cristiana sin la cruz de Cristo

En la segunda tentación, el diablo le ofrece a Cristo todos los reinos de mundo si tan solo acepta adorarlo (v. 7). Jesús responde: “Vete de mí, Satanás, porque escrito está: ‘Al Señor tu Dios adorarás y solo a él servirás’” (v. 8; Dt 6:13). Esta tentación consistía en la promesa de obtener gloria sin tener que sufrir una muerte de cruz (Mt 16:23). Dicha noción aparece en el Targum Isaías 52:13-53:128 donde vemos descrito a un Mesías que no sufre. Jesús, no obstante, entendía que era necesario sufrir antes de entrar en la gloria (Lc 24:25-27; Ap 5:12). Hoy en día, también son comunes las expresiones que proponen un cristianismo sin la cruz o un cristianismo en que se “para de sufrir.”  Sin embargo, la identidad cristiana implica solidaridad con el Cristo crucificado a quien predicamos (1 Co 1:23). Seguir a Cristo implica tomar nuestra cruz (Lc 9:23; Flp 1:29) sabiendo que participaremos con él en su gloria (2 Tm 2:12).

Resistamos la manipulación de Dios

Finalmente, el diablo le propone a Jesús que salte del pináculo del templo (v.  9) citándole la promesa en Sal 91:11-12 de que Dios enviaría sus ángeles para rescatarle de cualquier peligro (Mt 26:53). La tentación consistía en demandarle a Dios la protección y rescate que le correspondían. Jesús responde: “No tentarás al Señor tu Dios” (v. 12; Dt 6:16). Es de gran ironía que la versión griega (la Septuaginta) del salmo citado por el diablo se asociaba con los exorcismos.9  Hoy en día también sobreabundan los ejemplos de personas que, como el tentador, usan la Biblia para lograr justo lo contrario de lo que vemos en sus páginas, pero confiamos en un Dios que jamás será manipulado por hermenéuticas que tuercen el propósito de las Escrituras.


Notas:

1. Robert H. Stein. Luke, Vol. 24 de The New American Commentary (Broadman & Holman: Nashville, 1992), 145.

2. D. A. Carson, “Matthew,” en Matthew–Luke, Vol. 8 de The Expositors Bible Commentary, ed. Frank E. Gaebelein (Zondervan: Grand Rapids, 1984), 112.

3. R. H. Stein. Luke, 145.

4. W. Grudem, Systematic Theology: An Introduction to Biblical Doctrine (Zondervan: Grand Rapids, 1984), 539.

5. Craig S. Keener, The IVP Bible Background Commentary: New Testament (InterVarsity: Downers Grove, 1993), 198.

6. Credo de Calcedonia, 451 DC.

7. Justo L. González y Zaida Maldonado Pérez, Introducción a la teología Cristiana (Nashville: Abingdon, 2003), 45, 78, 81.

8. Se trata de Comentarios en Arameo que surgen entre los años 70 y 135 DC.

9. Luis Alonso Schökel, Biblia del Peregrino. Volumen III. Nuevo Testamento. Edición de Estudio (Mensajero: Bilbao, 1996), 163-164; Por ejemplo, la “saeta que vuele de día” (Sal 91:5) se entendía como el demonio que volaba a mediodía. Véase también D. Pao y E. Schnabel, “Luke,” en Commentary on the New Testament Use of the Old Testament, eds. G. K. Beale y D. A. Carson (Baker: Grand Rapids, 2007), 285.