Fifth Sunday of Easter (Year B)

Llegamos al Quinto Domingo de Pascua con uno de los textos más maravillosos del evangelio de Juan.

"I am the vine, you are the branches." - John 15:5 (Public domain image; licensed under CC0)

April 29, 2018

View Bible Text

Comentario del San Juan 15:1-8



Llegamos al Quinto Domingo de Pascua con uno de los textos más maravillosos del evangelio de Juan.

Está situado en la segunda parte del evangelio, conocida como “El libro de la Gloria” o “Revelación de Jesús a la Comunidad y Glorificación” (13-20). Esta parte del evangelio se inicia con el lavatorio de pies y la última cena, en el ambiente de la pascua. Los capítulos 15-16 corresponden a una ampliación del discurso de despedida de Jesús, que comienza al final del capítulo 13. Algunos exegetas, sin embargo, han descrito los capítulos 15-16 como otro discurso.    

Una lectura atenta del capítulo 15 nos permite darnos cuenta de que, si bien podemos leer la sección de los versos 1-8 como una unidad que tiene en sí misma una comprensión suficiente, las figuras de la vid, los sarmientos o pámpanos, la permanencia en el Padre y la referencia a dar fruto, siguen presentes hasta el verso 17.

Nuevamente nos encontrarnos con la expresión “Yo soy.” En este caso, Jesús se identifica con la figura de la vid o viña, tema presente también en Jeremías 2:21 e Isaías 5:1-7. En esos textos de los profetas, la vid se relaciona con la infidelidad del pueblo. En los evangelios sinópticos, el tema está presente como parábola del Reino de los Cielos en Mateo 20:1-16 y 21:33-41 y sus paralelos. La imagen de la vid y su fruto también está asociada con la celebración de la eucaristía.

Comentario

Vv. 1-2: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador” (v. 1). Es una expresión plena de sentido metafórico y la figura de la “vid” se utiliza también en otros textos. Por ejemplo, en el Salmo 80 se ruega al Señor para que visite la viña devastada y la cuide; en el caso de Isaías 5:1-6, la viña ha dado uvas agrias, y el viñedo servirá de pasto y será pisoteado. En nuestro texto, ¡Jesús es la vid!  Y se describe el trabajo del labrador/viñador, el Padre: cortar y podar. “Yo soy la vid” se repite en el v. 5, sin que aparezca el adjetivo “verdadera”, y agregando los pámpanos o sarmientos. El “Yo soy” (ego eimi en el original griego), que aparece muchas veces en los primeros doce capítulos del evangelio de Juan, aparece con una ocurrencia mucho menor en los capítulos subsiguientes.

El v. 2 refiere precisamente al hecho de cortar los sarmientos (pámpanos) estériles que no dan fruto y de podar o limpiar a los que sí dan fruto, para que den aún más. La viña es un campo en el cual algunas vides dan frutos y otras no. El tema de los frutos ya ha sido abordado en Jn 4:36 y 12:24.32 con un sentido de universalidad. La figura del viñador está siempre en relación con el conocimiento de la vid; sabe qué hacer, cómo cuidarla y de qué forma cortar y podar para mantenerla.  

Vv. 3-4: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (v. 3). Ahora Jesús se refiere a la comunidad, que además de haber sido limpiada, debe permanecer en él, así como Jesús permanece en el Padre. De la misma manera que sucede con el pámpano, tampoco los miembros de la comunidad pueden dar fruto por sí solos; es vital la permanencia en la vid.   

Vv. 5-6: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos.” Jesús reitera que es la vid y les dice a sus oyentes que son los pámpanos. Mientras que en el v. 1 la vid se corresponde con el viñador, en el v. 5 la vid se corresponde con los pámpanos, que son los discípulos que están unidos a él. Jesús continúa diciendo: “El que permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto.” Algunos exegetas amplían la comprensión de este verso con la frase de Jesús en Jn 6:56: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.” Así, por ejemplo, Juan Mateos dice: “El texto alude a la eucaristía, explicada como el compromiso con Jesús que lleva al compromiso con los demás. Esa asimilación a Jesús es la que produce el fruto.”1  

La sentencia del v. 6 (“El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, los echan en el fuego y arden.”) amplía lo dicho en el v. 2 en cuanto a cortar los pámpanos que no dan fruto. Nos advierte que la no permanencia (que no da fruto) ocasiona una serie de acciones que implican la exclusión y la destrucción. Esta dura imagen nos confronta con la radicalidad de la permanencia y pertenencia como comunidad en Jesús y en su Espíritu.

V. 7: “Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis y os será hecho.” La comunidad que permanece en Jesús y sus palabras está en concordancia con lo expresado por Jesús en Jn 5:24: “El que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida.” Esas palabras de Jesús, sin embargo, están circunscritas a un contexto de controversia con los judíos, por haber sanado a un hombre enfermo en día sábado. Claro que la controversia no es solamente porque hace un milagro en sábado, sino porque llama “Padre” a Dios.

La comunidad que se vislumbra en el v. 7 está unida y fortalecida por un compromiso activo con Jesús, de quien se van a separar muy pronto. ¿Qué significa pedir? ¿Cómo pide la comunidad? ¿Para qué pide la comunidad? Estos son los interrogantes que nos surgen, sobre todo en contextos de necesidades fundamentales y ambientes hostiles y desafiantes.

V. 8: Una comunidad que da frutos glorifica al Padre. Nos hace pensar en comunidades vitales, seguidoras y hacedoras de las enseñanzas de Jesús, dando testimonio de vida plena en sus propios contextos. Cada vez que pensamos en las comunidades detrás de un determinado evangelio, podemos palpar las fortalezas y vulnerabilidades de las mismas. Las preguntas y conflictos que vivieron, y que cada evangelio intentó responder e interpretar. Las comunidades que glorifican al Padre están comprometidas con las enseñanzas de Jesús; los frutos son variados, y van capacitándose conforme van fructificando, porque se aprende de cada acierto y de cada error.

Pistas Hermenéuticas para la Predicación

Permanecer en el amor. ¡Qué importancia tiene la permanencia en las experiencias de fe! Esto no quiere decir que nuestra fe no madure; todo lo contrario. En los últimos tiempos hablamos de la resiliencia; nos parece que esta capacidad de enfrentar las situaciones más adversas nos hace más fuertes y decididos/as a permanecer en Jesús y el Padre. Todo cambia a una velocidad vertiginosa, y la tecnología es un buen ejemplo de esto, a tal punto que nos hemos convertido en una sociedad consumista, que desecha rápidamente lo que ha sido superado en modelo o capacidad tecnológica. Nos enfrentamos con mudanzas en las convicciones políticas, incluso en las más justas. Asistimos a la realidad de la “posverdad”, un neologismo acuñado no hace mucho, que hace que las aseveraciones dejen de basarse en hechos objetivos y apelen en vez a las emociones, creencias o deseos del público.

La permanencia en el amor y las palabras de Jesús nos da la posibilidad de vivir de otra forma, y de no ajustarnos a los sistemas que enajenan. Nos enseña a vivir, convivir y construir otro tipo de relaciones entre los seres humanos y con la creación misma.

Comunidad del cuidado. Las figuras de la vid, el labrador, los pámpanos, nos muestran una relación de interdependencia. Mantenerse juntos/as implica reconocerse en el otro y aprender a crecer en conjunto. La acción de limpiar para dar más fruto es el trabajo amoroso de una comunidad que incluye, recibe y acoge, y en la que todos/as se cuidan mutuamente.

La permanencia es el fruto del cuidado mutuo y de relaciones sanas que nutren a la comunidad y la hacen crecer en el mundo. Comunidades del cuidado que tocan las realidades humanas y se dejan tocar por ellas, haciendo que la gloria de Dios se manifieste para dar mucho fruto.

Comunidad en misión, que trata de vivir la unidad a través de la permanencia en el amor. Que mantiene constante el envío al mundo, incluso en las realidades más duras, porque precisamente en esas experiencias se vive la presencia de aquel que nos envía. Es una comunidad de mujeres y hombres, en la que están presentes también el Padre que la acoge y que la da a su Hijo, animándola con la experiencia del Espíritu.

Una comunidad en misión se alimenta de la vid, cuya savia es simbolizada por la palabra o la sabiduría de Dios. Una comunidad en misión se prepara y hace uso del discernimiento informado para su trabajo. Además, como comunidad en misión está en el camino, abre espacios y teje relaciones diversas y profundas, para que todas y todos permanezcamos en el amor, que lleva a la justicia y la convivencia en paz.


Nota:

1. Juan Mateos y Juan Barreto, El Evangelio de Juan: Análisis Lingüístico y Comentario Exegético (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1982), 657.