Comentario del San Juan 15:1-8
Los próximos tres domingos son los últimos domingos del Tiempo Pascual o de la Resurrección.
Esta temporada litúrgica no es meramente el tiempo entre la Resurrección y Pentecostés, sino que sirve como oportunidad de repaso. Desde adviento, las congregaciones que siguen con alguna disciplina el leccionario común revisado han tenido la oportunidad de considerar el desarrollo de la vida de Jesús desde la perspectiva de los evangelios. Pero no sólo sobre la vida y ministerio del Señor, sino estos hilvanados con textos proféticos o de la historia judía, con salmos, y con epístolas o textos históricos de la iglesia del siglo primero. A la altura que nos encontramos en la narrativa que ha desarrollado el leccionario ya estamos llegando a las postrimerías de la temporada de la recordación, para adentrarnos a la temporada de la proclamación — El Tiempo Ordinario, o el Tiempo de la Iglesia.
La narrativa en Juan 15 nos ubica en medio de una serie de discursos que el Señor compartiera con sus discípulos justo antes de los sucesos de la pasión. Esta ubicación sugiere cierto sentido de urgencia, es decir, este es el último momento para compartir con los discípulos esas enseñanzas que les prepararán para la prueba de la pasión, y para lo complicado del ministerio al que han sido llamados. Respecto al tiempo litúrgico, parecería al revés. Pero respecto a la expectativa del Tiempo Ordinario, ese momento en el calendario litúrgico en el que somos enviados a proclamar, existe el mismo sentido de urgencia. Las lecciones en Juan 15 al 17 son las últimas tres lecciones que los/as predicadores/as tenemos (en el calendario litúrgico) antes de Pentecostés para hablar del cómo y del porqué del llamado apostólico que Dios le recordará a la iglesia en la celebración de Pentecostés.
El relato Juan 15:1-8 no es una parábola — una historia a través de la cual Jesús busca representar algún aspecto del Reino de los Cielos venido a la tierra en imágenes o lenguaje coloquiales. Jesús hace una comparación de si mismo buscando una imagen que evoque un sentido de relación y de dependencia, que igualmente ponga en perspectiva la meta apostólica en medio y/o a pesar de las circunstancias. Y es que siempre es importante entender las circunstancias, para poder hacer mejor relación y uso de las imágenes provistas:
• Los discípulos de Jesús estaban experimentando un incrementado sentido de temor dada la actitud de las autoridades religiosas contra Jesús, y de la inminente traición de Judas (y negación de Pedro).
• La congregación a la que Juan le escribe es una compuesta mayormente del remanente de las iglesias que fundaron los apóstoles y sus primeros seguidores. Estas congregaciones tenían la presión de la proclamación del evangelio en medio de una persecución religiosa y política, y de la burla social y cultural de su época.
• Nuestras congregaciones y los contextos en los que servimos y adoramos tienen sus propias circunstancias que informan la manera en que ven el mundo y entienden su capacidad de hacer ministerio.
En medio de todas esas circunstancias Jesús quiere recordarle a sus discípulos (y Juan a su comunidad de fe, y nosotros a las nuestras) cinco cosas que serán esenciales al responder al llamado apostólico:
• Al igual que Jesús modelo, el llamado del/a creyente que está pasando de ser “discípulo/a” a ser “apóstol/a” es el llamado a “dar fruto”. La imagen de dar fruto puede traducirse en dos elementos fundamentales del ministerio de la iglesia: 1) la iglesia está llamada a hacer buenas obras, y 2) las acciones de la iglesia (sus buenas obras) deben “nutrir” a aquellos que son objeto de estas obras.
• El llamado apostólico del/a creyente está sujeta al reconocimiento de la limitación humana (su finitud), y por lo tanto de su total dependencia de Dios. Esto lo vemos a través de la imagen de la relación entre los pámpanos, o ramas, con la vid. El pámpano solo no puede producir ni hojas (refugio) ni uvas (fruto, alimento). De la misma manera, el creyente, por más que conozca del evangelio, y por más emotiva que haya sido (y continúe siendo) su relación con Dios, depende absolutamente de Dios para la capacidad de producir fruto.
El pámpano comparte ciertas capacidades orgánicas con la vid, pero no es vid. El creyente, a través de Jesucristo, comparte ciertos dones con Dios (principalmente la gracia), pero el creyente no es autosuficiente. Más bien, es dependiente de la divinidad.
• Es también importante puntualizar que el pámpano, como tradicionalmente lo hemos analizado, es representativo del/a creyente. Pero también el pámpano es representativo de la iglesia. Fíjese que los pámpanos (o sarmientos) pueden producir más de un ramo de uvas, y también sostienen hojas. La iglesia está compuesta de creyentes que, unidos a Cristo (como el pámpano a la vid) pueden producir fruto, y también el ambiente necesario para que este sea bueno y útil.
• Es importante ver que la imagen del pámpano y la vid, como la presenta Jesús no sólo habla de propósito, sino que también habla de mantenimiento. No sólo hay una vid en la imagen que presenta Jesús. También hay un jardinero (que tradicionalmente se relaciona con Dios Padre o con el Espíritu Santo). El creyente y la iglesia no sólo están llamados a dar fruto, sino que Dios los cuidará y la limpiará de tal manera que lo innecesario sea removido, dando lugar a regeneración y novedad.
• Y no sólo vemos llamado y advertencia en esta imagen, sino que vemos promesa. Seremos discípulos de Jesús y apóstoles de su mensaje no sólo porque aprendemos de él y lo imitamos, sino que vemos promesa de la presencia de Jesús con nosotros, “permaneced en mí, y yo en vosotros” (15.4). No es sólo una expectativa de producción, sino una promesa de ayuda, socorro y fortaleza de Dios.
May 6, 2012