Comentario del San Juan 12:20-33
Estaban celebrando la Pascua. La gran celebración que recordaba el rescate que Dios había hecho de su pueblo de la esclavitud egipcia.
Jerusalén estaba repleta de judíos que la visitaban de todas partes del mundo Mediterráneo y del antiguo Cercano Oriente—de Alejandría, Babilonia, Antioquía, Ciprés, y otros lugares. Individuos de todas las comunidades judías viviendo en diferentes lugares de la Diáspora habían viajado a Jerusalén para la ocasión. Todos “habían subido a adorar en la fiesta,” como dice el texto. La mayoría de ellos, probablemente, eran étnica y religiosamente judíos. Sin embargo, es posible que algunos de los judíos venidos de diferentes partes del área del Mediterráneo fueran cultural y políticamente griegos; y tal vez por las venas de algunos de estos judíos también circulara sangre griega.
Queremos Ver a Jesús
Dos de estos peregrinos a Jerusalén, “ciertos griegos,” como se les llama, anuncian a Felipe, uno de los discípulos de Jesús: “Señor, queremos ver a Jesús” (v. 21). Estas palabras han resonado a través de los siglos en diferentes tiempos y lugares con diferentes inflexiones y distintas urgencias. Para algunos es la más profunda de las cuestiones religiosas, que expresa el anhelo de una relación con lo divino, el fundamento de la existencia humana. Para otros, ya sean individuos o comunidades, el sentimiento podría surgir en un momento de desesperación. “Estamos angustiados, en profunda necesidad, y deseamos ver a Jesús. ¡Debemos ver a Jesús!” Para otras personas, la afirmación puede convertirse en una pregunta: “¿Deseas ver a Jesús? Y si es así, ¿sabes en qué te estás metiendo? ¿Comprendes lo que el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer llamaba ‘el costo del discipulado?’”
Porteros
Felipe es aquí (como muchos pastores/as y predicadores/as) una especie de portero, alguien que puede monitorear, incluso controlar, a quiénes y cómo se les da la bienvenida a la comunidad de seguidores de Cristo. Felipe es un miembro del círculo íntimo de Jesús y en este momento está en condiciones de regular el acceso al maestro. Por supuesto, hay leyendas sobre Felipe. Sin embargo, los evangelios no tienen mucho para enseñarnos sobre él. Era de Betsaida, un pueblo de pescadores en la costa norte del Mar de Galilea, la ciudad natal de Andrés y Pedro también (Juan 1: 44). Al igual que Andrés, pudo haberse sentido atraído por la predicación de Juan el Bautista. Además, su nombre Felipe era griego, así que tal vez hablaba algo de griego. Esto podría explicar por qué los “griegos” que habían llegado a Jerusalén para la Pascua se acercaron a él con su pedido de ver a Jesús.
De todos modos, la respuesta de Felipe a la solicitud de los griegos es enigmática. La respuesta no es “Claro, déjenme llevarlos a él; nunca serán los mismos después de verlo.” Tampoco responde: “No, el maestro está demasiado ocupado ahora,” o “está descansando,” o “solo quienes han viajado con él tienen acceso al rabino.” Felipe no da ninguna de estas respuestas. En cambio, informa a Andrés, y juntos fueron a informarlo a Jesús. ¿Estaba Felipe perplejo por el hecho de que estos “griegos,” aunque fueran judíos de otras partes del mundo, quisieran ver a Jesús? ¿Es esto una señal de que no comprendía la misión de Jesús según la cual el Evangelio de Cristo debía extenderse por todo el mundo? ¿No comprendía del todo que su papel como portero no era controlar quién tenía acceso a Cristo, sino abrir la puerta de par en par para que todos y todas pudieran entrar?
Por su parte, Jesús tomó claramente el interés de los griegos en él como una señal de que había llegado la hora final, la hora de su glorificación, su crucifixión. Las palabras de Jesús en el v. 24 anticipan su muerte, y en el v. 32 Jesús declara más explícitamente la importancia de la petición de los griegos: “Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.” Los/as predicadores/as de este texto bien podrían explorar con sus oyentes esta pregunta: “¿Qué clase de portero soy yo?”
Discipulado y Resurrección
En medio de este pasaje, Jesús también señala que su camino a la muerte caracteriza el camino del discipulado. Existe, de nuevo, como sugirió Bonhoeffer, un “costo” del discipulado, hacia el que apunta nuestro texto y que los/as predicadores/as podrían explorar con el Evangelio de Juan. Según el v. 26, Jesús dijo: “Si alguno me sirve, sígame [hasta la muerte]; y donde yo esté, allí también estará mi servidor.” El versículo, sin embargo, no solo sugiere el costo del discipulado, sino que también habla de su ganancia, sus frutos. Seguir a Jesús es seguirlo hasta la muerte, sí. Pero la muerte, la de Jesús y la nuestra, no es la última palabra. En el v. 24, Jesús ofrece una imagen bien notable de la resurrección de los muertos. El versículo no puede, por supuesto, explicar completamente este misterio cristiano. Pero sí hace un gesto hacia su comprensión. Como una semilla debe caer a la tierra y “morir” antes de que emerja en un estado transformado como una planta que “lleva mucho fruto,” así es la resurrección de los muertos. La esperanza es que seremos levantados/as, sí. Y también que seremos elevados/as y transformados/as. Pablo explora el misterio de la resurrección con las mismas imágenes en 1 Corintios 15.
El camino del discipulado es el camino de Jesús. Según los evangelios, es un camino de servicio. Es un amor que se entrega a sí mismo. Como Jesús lo pone en este pasaje, quien ama su vida debe perderla, si quiere seguir a Jesús. Jesús nos ofrece una gran paradoja que quizás solo unos pocos realmente han captado, como por ejemplo San Francisco de Asís, cuando en su famosa oración unió de manera muy profunda la vocación de promover la paz—la vida del discipulado—con el abandono de los esfuerzos para asegurar nuestras propias vidas:
Señor, hazme un instrumento de tu paz
…
Porque dando es como recibimos,
Perdonando es como somos perdonados,
Y muriendo es como resucitamos a la vida eterna.
March 18, 2018