Ascension of Our Lord

Mi esposo y yo tenemos una colección de cruces de varias tradiciones y culturas, unas siete u ocho cruces.

The Ascension
JESUS MAFA. The Ascension, from Art in the Christian Tradition, a project of the Vanderbilt Divinity Library, Nashville, Tenn.

May 5, 2016

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Comentario del San Lucas 24:44-53



Mi esposo y yo tenemos una colección de cruces de varias tradiciones y culturas, unas siete u ocho cruces.

Cada una tiene su historia: un regalo de alguien o una obra de arte que hemos encontrado en África o en Asia donde hemos vivido juntos. Otras han sido de su mamá. Tenemos una que fue hecha a mano por su tío. Cuando nuestra hija era chiquita, las teníamos colgadas en una pared. Una de esas cruces, que es una variante de la cruz tal vez más tradicional que existe, la más común, especialmente entre nuestros hermanos católico-romanos, es una con la imagen de Jesucristo crucificado. La cruz es de madera y la imagen de Jesús es de bronce.

Nuestra preciosa hijita cambió nuestras vidas y nuestro matrimonio para siempre. Recuerdo muy bien que tenía un poco menos de dos años cuando empezó una nueva época de su vida, un nuevo desarrollo en su habla. Empezó a juntar palabras en frases. Hasta entonces, solamente hablaba con una palabra a la vez. Decía: mamá, papá, bye-bye, nariz, boca, ombligo, cabeza, pies. Sabía las partes del cuerpo porque cantábamos y jugábamos con ella, y cambiábamos su ropita con mucho juego y mucho cariño. Fue una enorme emoción para su papá y para mí cuando empezó a unir dos o tres palabras para pedir cosas. Bueno, un día estaba parada debajo de la cruz con el Cristo crucificado y miró hacia arriba, hacia esa cruz. Para su papá y para mí la cruz estaba colgada en la pared al nivel de nuestros hombros. Pero Tana, nuestra hija, tuvo que inclinar su cabeza hacia atrás para poder verla. Y dijo dos palabras. Conectó dos palabras en una frase, pronunció la frase “deditos de Jesús.” Sí, vio los dedos de los pies del Señor Jesús. Desde su posición, tan bajita, con casi dos años de edad, mirando hacia arriba, hacia la cruz en la pared con el Cristo crucificado, ella vio con claridad las plantas y los diez dedos de sus pies. Deditos – Jesús. Al principio me pareció gracioso, pero al siguiente instante pensé: Ay, niña mía, ¿sabes lo que estás viendo? ¿Sabes lo que le pasó a Jesús en esa cruz? ¿Sabes lo que significa para tu vida? ¿Para nuestra familia, para todo el mundo? Tantas cosas de la fe que poco a poco mi hija habría de ir conociendo y entendiendo. Su punto de vista de aquel día fue que Jesús tenía pies, con diez deditos. Dios del universo se hizo carne para acercarse a nosotros y a nosotras. Para que amemos a Dios, para que podamos entender y conocer cómo es Dios, y qué piensa Dios de nosotros y nosotras. Nuestra hija reconoció que Jesús tenía pies y deditos igual que ella. La encarnación de Dios es algo maravillosamente increíble que hizo Dios, para que incluso nosotros y nosotras, que estábamos tan lejos de Dios, ahora pudiéramos estar cerca. Somos unidos e unidas a Jesús. Somos uno con él. Somos parte de su cuerpo. La vida, muerte y resurrección de Jesucristo han atraído a todos y a todas a sí mismo, nos han atraído a Dios incluso a ti y a mí. ¡Gracias y gloria a Dios!

La ascensión es el día cuando el Señor Jesús fue alzado, fue llevado arriba al cielo. Mientras estaba hablando con sus discípulos, “viéndolo ellos, fue alzado, y lo recibió una nube que lo ocultó de sus ojos” (Hch 1:9). Pero el Señor bendijo a sus discípulos y los discípulos siguieron bendiciendo al Señor.

Hay una pintura antigua de la ascensión, pintada por el artista alemán Albrecht Dürer (Alberto Durero).1 En la pintura, los discípulos están asombrados, sorprendidos, mirando hacia las nubes. En la parte de más arriba de la pintura solamente se pueden ver los pies de Jesús, las suelas de sus sandalias y la parte de abajo de su traje. Jesús, en la pintura, ya está en el aire subiendo hacia el cielo, y los discípulos están viéndolo por última vez. Es una pintura llena de emoción. Las caras, los rostros de los discípulos, son muy expresivos. ¿Alguien se ha sentido así? ¡No te vayas! ¿Adónde vas? Señor Dios mío, no me dejes aquí solo. No me dejes ahora cuando más te necesito.

La buena noticia es que el Señor no nos ha dejado solos ni solas. Las palabras que estaba diciéndonos momentos antes de que fuera alzado al Padre eran precisamente estas, que recibiríamos poder cuando viniera el Espíritu Santo: “Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (Hch 1:8). Y esto fue lo que sucedió. El Espíritu Santo ha venido sobre nosotros y nosotras, y hemos recibido poder.

Tenemos poder, poder para vivir con fe, para ser sus testigos, para seguir nuestras vocaciones, para responder a los llamados que Dios nos hace en nuestras comunidades, en nuestras familias, en nuestros trabajos y en nuestra iglesia. Tenemos el Espíritu de Cristo viviendo en nosotros y en nosotras. No tenemos que preocuparnos por su ascensión, porque su Espíritu está vivo y presente. Jesús resucitó y subió a los cielos, pero al mismo tiempo está aquí en la tierra con nosotros y nosotras. Vive ahora en nosotros y en nosotras, y nosotros y nosotras vivimos en él. Somos su cuerpo, el cuerpo de Cristo.

De verdad que no debemos preocuparnos por la ascensión. No tenemos que creer que nosotros y nosotras estamos aquí en la tierra, mientras que Jesús está lejos, en lo alto, escondido en una nube quién sabe dónde. No tenemos que continuar con ese punto de vista limitado que sólo nos permite ver las plantas de los pies de Jesús, porque su Espíritu está aquí. No tenemos que preocuparnos por la ascensión de Jesús. No tenemos que vivir con el punto de vista de que Dios está arriba y nosotros estamos abajo, porque Jesús ha cumplido su promesa y su Espíritu está en nosotros y nosotras.

El Señor nos está bendiciendo y guardando. Está haciendo resplandecer su rostro sobre nosotros y nosotras y está teniéndonos misericordia. El Señor está volviendo a nosotros y a nosotras su rostro y nos está concediendo su paz (Nm 6:24-26). No hay nada en este mundo que pueda separarnos del amor de Dios en Jesucristo (Ro 8:39). Amén.


Notas:

1 Aquí puedes ver una reproducción: http://www.art-prints-on-demand.com/kunst/noartist/a/ascension_of_christ__duerer__c.jpg (consultado: 19 de marzo, 2016).