Ascension of Our Lord

La esperanza resguardada

mural with focus on the ascension
Ascension by Father George Saget; from Art in the Christian Tradition, a project of the Vanderbilt Divinity Library, Nashville, Tennessee; licensed under CC0.

May 18, 2023

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Comentario del San Lucas 24:44-53



El misterio es un elemento esencial de la narrativa bíblica. Y el misterio no se explica: se experimenta, se vive, se disfruta, se acepta como algo inherente a la divinidad.

Los discípulos y las discípulas de Jesús fueron testigos y testigas de muchos hechos “misteriosos” que no hacían más que confirmar el carácter trascendente del maestro al que seguían. Antes de su arresto, tortura e injusto asesinato en la cruz y luego del misterio maravilloso de su resurrección.

Por eso, el relato de la Ascensión, que tantas preguntas podría generarnos a quienes racionalmente tratamos de entenderlo, no se nos presenta en los textos como algo extraordinario e incomprensible para quienes seguían a Jesús. Claro que está la tristeza por la partida de un ser amado de quien por segunda vez tienen que despedirse. Y si bien quizá hay alguna connotación de asombro, no pasa más allá de eso. Lambert Schuurman, en su interesante libro sobre el Credo Apostólico, dedica bastantes páginas al hecho teológico de la Ascensión, tratándola como un enigma “que trasciende la frontera del conocimiento humano” (Schuurman, 83). Y está bien dejarlo allí como hecho histórico, porque está más allá de toda lógica. Pero, no hay que descuidar el hecho teológico que encierra el acontecimiento.

El Evangelio de Lucas es el que nos relata detalladamente la ascensión de Jesús, que no aparece más que sugerido (Mateo 28:16, un cerro; Juan 6:62, la “subida” del hijo del hombre; Juan 20:17, “subo” a mi Padre) o apenas mencionado en los otros evangelios (Marcos 16:19, ascendió y se sentó a la derecha de Dios).

Lucas se detiene en este movimiento ascendente de Jesús no sólo en su Evangelio sino también en el inicio del libro de los Hechos de los Apóstoles, en el primer capítulo, donde se extiende un poco más en los detalles.

Interesante para mencionar es que Lucas utiliza tres verbos diferentes para indicar la misma cosa: la ascensión. Utiliza el verbo analambanó en dos conjugaciones diferentes en Hechos 1:2 (anelēmphthē) y en 1:11 (analēmphtheis), el verbo epairó en Hechos 1:9 (epērthē) y el verbo diistémi en Lucas 24:51 (diestē) diésti). Todos tienen forma pasiva, indicando que la acción radica en una tercera persona que decide levantar, elevar y llevar a Jesús al lugar del cual en algún momento también fue enviado por amor al mundo (Juan 3:16). Cierra el círculo del proyecto divino para la humanidad.

De alguna manera, esta acción divina de “recuperar” a Jesús y “llevarlo” a su lugar original en la comunidad trinitaria, resguarda la esperanza que nos fuera regalada en la resurrección, ubicándola en un sitio que trasciende toda posibilidad humana de manipularla. La esperanza del triunfo sobre todas las fuerzas del mal, sobre todos los odios, sobre las mentiras, sobre los imperios del terror y sobre toda tiranía, que es el horizonte concreto del proyecto salvífico, no queda expuesta a los vaivenes del espíritu de los tiempos ni a los caprichos del poder de turno ni a las debilidades y fragilidades de los discípulas y discípulos ni a las manipulaciones teológicas de las religiosidades dominantes. Esa esperanza se reserva un sitio inconquistable, pero a la vez accesible: está al alcance de cualquier oración y de una mirada elevada a las alturas. Como lo expresa Pablo en una de sus cartas, “el que descendió es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo” (Efesios 4:10). Desde ese lugar, reservada a quienes confiesan la fe en el resucitado, la esperanza nos alcanza en todo lugar, en toda circunstancia, en todo tiempo.

Creo que este elemento de la “esperanza resguardada” es un elemento que puede ser muy valioso para trabajarlo comunitariamente, sobre todo en contextos donde se presentan proyectos tanto políticos como religiosos (muchas veces vinculados entre sí) que se asignan la representatividad exclusiva de la esperanza, pero que esconden el germen del anti-evangelio.

La esperanza que no defrauda ha quedado por siempre protegida y resguardada, pero cercana y accesible, a partir de la Ascensión de Jesús.

Leí una frase muy conocida de Teilhard de Chardin citada en un breve artículo de José Pagola sobre este tema: “Cristianos, a solo veinte siglos de la Ascensión, ¿qué habéis hecho de la esperanza cristiana?” Quizá, cada tanto, sea necesario volver a levantar los ojos al cielo para descubrir allí esa esperanza que en nuestro compromiso por la vida en el día a día, en contextos de crisis, dolor, injusticia y muerte, pareciera que se nos quiere arrebatar.

Y una pregunta final para la cual (aún) no tengo respuesta: ¿Qué significa hoy en nuestros contextos tan amenazados por las derechas radicalizadas con su mensaje anti-derechos y cargado de odio, afirmar en el Credo Apostólico que Jesús está sentado “a la derecha” del Padre? ¿No habrá que revisar el lenguaje de algunas de nuestras confesiones justamente por sus implicancias políticas?

Nos dejas la esperanza

Allí te vas, maestro, entre nubes y silencios,

de esos que envuelven toda triste despedida.

Y aquí nos quedamos, saludando el misterio.

Allí te vas, pero no te vas vacío.

Te llevas todo lo vivido,

lo enseñado y lo aprendido,

lo disfrutado y lo sufrido.

 

En tu mirada cada sendero,

los trigales, los amaneceres,

el rostro de aquel niño de los panes

el gesto de aquella mujer y del perfume,

el amor de tu madre, de Marta y de María,

la textura áspera de las manos carpinteras,

el sabor del vino bueno y la alegría de las fiestas del pueblo.

Te llevas los hosannas sinceros de las gentes simples,

la sorpresa de aquel Lázaro a cuya casa fuiste,

el sonido del agua en la orillas del lago

y las risas de las niñas y los niños que corrían a abrazarte,

el grito jubiloso del leproso sanado y salvado

y la profundidad de una charla junto a un pozo.

Te llevas la injusticia y la maldad

de quienes no quisieron perder sus privilegios

y se confabularon para llevarte a la cruz,

el dolor de los clavos, la amargura de la hiel y de la traición,

la laceración del cuerpo y las llagas en el alma

por el amigo que te negó junto al fuego.
Pero también te llevas

el perfume de aquel huerto donde la vida declaró su victoria,

el abrazo de quienes, finalmente, creyeron,

el aroma del fuego encendido en tu último desayuno,

la intensidad de los días que sabías últimos,

la certeza de nuestras debilidades

y de nuestra absoluta dependencia de la gracia divina.

Allí te vas, pero no nos dejas el vacío:

¡nos dejas, eternamente, la esperanza!

Y la aventura siempre nueva

de dar testimonio de ella.

Bibliografía consultada

  • Lambert Schuurman, El Credo apostólico: Introducción a los Estudios teológicos en contexto, ISEDET, 1994, 83-91.
  • José Luis Marín Descalzo, Vida y misterio de Jesús de Nazareth, Tomo III, Sígueme, Salamanca, 1988 (4° ed.), 430-441.