Fourth Sunday in Lent (Year A)

¿Quién Puede Juzgar?

Illuminated Manuscript, Gospels
Illuminated Manuscript, Gospels, Walters Art Museum Ms. W.592, fol. 24a, by Walters Art Museum licensed under CC BY-NC-SA 2.0.

March 30, 2014

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Comentario del San Juan 9:1-41



¿Quién Puede Juzgar?

En este texto leemos que los judíos debaten quién puede perdonar y/o juzgar. Un hombre ciego de nacimiento es sanado, y mientras que los discípulos, los vecinos, los padres, y los judíos entendían que nacer ciego es el resultado de un pecado, Jesús tiene un punto de vista diferente. Jesús está más preocupado por regresar sus ovejas al rebaño que por discutir quién es culpable del pecado.

Las autoridades, en el v. 24, dicen que Jesús es un pecador. Pero el hombre, ahora discípulo, no juzga a Jesús. No le corresponde a él juzgar. El sólo relata lo que sabe por experiencia: “habiendo sido yo ciego, ahora veo” (v. 25). Nos podemos dar cuenta de que los únicos que no juzgan son Jesús y el hombre que antes era ciego. Aunque el hombre que nació ciego ahora puede ver, las autoridades no se pueden deshacer del prejuicio, sino que incluso le dicen: “tu naciste del todo en pecado,” y lo expulsan (v. 34).

Jesús se entera de la expulsión del hombre y lo encuentra (v. 35). En vistas de que el hombre quiere saber quién es el Hijo de Dios (v. 36), Jesús le responde: “Pues lo has visto; el que habla contigo, ese es” (v. 37). En el principio del capítulo 10 vemos la interpretación que Jesús hace de esta historia. La oveja reconoce la voz de su buen pastor, lo sigue y lo adora.

Demasiadas veces en mi tiempo en Guatemala escuché a mucha gente decir que alguien estaba sufriendo como consecuencia de un pecado. El concepto de pecado que viene de Deuteronomio 11:26-32 todavía tiene poder en nuestras comunidades. Se piensa que el pecado se manifiesta en una forma integral en nuestros cuerpos, en nuestros espíritus, etc., como castigo de Dios.

También se tiene el pensamiento de que la autoridad para perdonar recae solamente en Dios, excluyéndose la autoridad que Dios les da a las personas para que perdonen en el nombre de Dios. Lo vemos en esta historia cuando las autoridades luchan contra lo que ellas ven – un hombre nacido ciego que ahora puede ver – pero siguen en la creencia de que sólo Dios puede perdonar y ellas no. Esta creencia lleva a las autoridades a juzgar y a expulsar, en lugar de confiar en Dios.

Jesús dice: “Mientras estoy en el mundo, luz soy del mundo” (v. 5). También dice: “Para juicio he venido yo a este mundo, para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados” (v. 39). Jesús juzgó al hombre que nació ciego, pero no lo juzgó para expulsarlo, sino para hacerlo parte de su rebaño. A nosotros y a nosotras muchas veces nos encanta juzgar, pero no queremos saber nada de que otro nos juzgue a nosotros y a nosotras.

Saber versus Creer (Opinar)      

En San Juan, se relata el milagro a cada grupo y se les provee evidencia. Algunos de los vecinos no podían creer que estuvieran viendo a la misma persona que antes era ciega (v. 9). Las autoridades no podían creer que el hombre efectivamente hubiera nacido ciego, y pidieron explicaciones a los padres (v. 18). Las autoridades discutieron con los padres (vv. 19-21) y estos, por miedo a las consecuencias, se limitaron a decir que su hijo había nacido ciego y que ahora veía. Luego las autoridades pidieron la opinión del hombre que una vez había sido ciego, y aun después de escuchar su explicación, no le creyeron. El hombre les preguntó si querían creer y hacerse discípulos de Jesús (v. 27), y las autoridades le contestaron que eran discípulos de Moisés y no de Jesús, porque tenían la certeza de que Dios había hablado con Moisés, pero no conocían a Jesús. El hombre sanado de su ceguera da testimonio con una lógica que hace difícil no creer, pero en lugar de creer, las autoridades decidieron no escuchar (no saber). Las autoridades siguieron en su necedad.          

En una historia de la vista, el oído también es importante. El hombre ciego desde su nacimiento escuchó la voz de Jesús, y a partir de entonces su vida fue cambiada. El hombre escuchó las instrucciones de Jesús y las obedeció, con el resultado de que sus ojos fueron abiertos y empezó a ver (v. 7). Al principio fue interrogado por sus vecinos; no todos podían creer que fuera el mismo hombre que antes era ciego – y hasta cierto punto tenían razón, porque con la vista se convirtió en un nuevo hombre. Ante la pregunta: “¿Cómo te fueron abiertos los ojos?” (v. 10), su primera respuesta fue que lo había hecho “aquel hombre que se llama Jesús” (v. 11). Pero la historia no terminó allí, porque le volvieron a hacer la misma pregunta otras veces, y su respuesta fue cambiando. Cuando le hicieron la pregunta por segunda vez, respondió que le había abierto los ojos un profeta (v. 17), y finalmente confiesa que Jesús es su Señor y que cree que es el Hijo de Dios (vv. 36 y 38). En el proceso de contar lo que le ha pasado, el hombre se vuelve discípulo de Jesús, y su historia se convierte en una confesión de fe. El hombre quiere saber quién es el Hijo de Dios y Jesús le responde: “Pues lo has visto” (v. 37). El hombre no solamente recibe la vista física sino también la espiritual.

Tener vista no quiere decir que no va a ser puesta a prueba nuestra fe o que no vamos a tener que afrontar el escepticismo de otros. Por eso el hombre curado de su ceguera nos da un ejemplo. Siguió compartiendo su experiencia y actuó sin miedo.

A veces, cuando pasamos por un cambio en nuestras vidas, no es fácil aceptarlo para las personas con quienes estamos relacionados y relacionadas. En una forma similar, a veces es difícil para las personas que entran a la iglesia estar abiertas a conocer algo diferente de lo que han conocido y dejar que su vida cambie. Los cambios pueden ser dolorosos, pero el evangelio nos invita a que en lugar de rechazar, abramos las puertas a lo desconocido, a que simplemente estemos presentes en el proceso de cambiar y no tratemos de definir o de rechazar los cambios que se nos presentan. Quizás al principio sólo podamos decir “no sé,” como el hombre que fue curado de su ceguera (v. 12), pero podemos confiar en que una vez que comencemos a transitar por este camino, también nosotros y nosotras recibiremos el regalo de una nueva vista y el llamado a ser discípulos y discípulas de Jesús. Quizás hemos estado ciegos o ciegas, y este puede ser el inicio de una vida de fe, como discípulos y discípulas, escuchando los testimonios de cómo Jesús trabaja, y dispuestos a verlo “en vivo y en directo” también nosotros y nosotras. Esta es la importancia de escuchar la palabra de Dios para creerlo.

Como predicador o predicadora, usted puede usar este punto de vista y pensar con su congregación cómo estamos evangelizando. ¿Estamos escuchando mientras llevamos la palabra de Dios a los que la necesitan para que los ciegos puedan ver? ¿Estamos dispuestos a recibirlos y recibirlas en nuestra iglesia como nuevas criaturas en Cristo? ¿Estamos dispuestos a que estas nuevas personas en Cristo nos ayuden a ver también a nosotros y a nosotras? El peligro para nosotros y nosotras en la iglesia es pensar que podemos ver sin que Cristo nos de la vista. También nosotros y nosotras necesitamos oír esta voz que nos juzga, pero que a la vez nos sana con el propósito de darnos vida en abundancia (Jn 10:10).

Como predicador o predicadora, usted puede organizar la representación de una pequeña obra de teatro en base a las tres escenas del texto:

            9:1-12             Jesús sana a un ciego de nacimiento

            9:13-34           Las autoridades investigan la sanidad del ciego

            9:35-41           La ceguera espiritual

Otra opción es predicar usando San Juan 10:1-21, que puede leerse como una interpretación de este signo en la vida de Jesús.