Cuarto Domingo de Cuaresma

Nueva visión material y espiritual

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March 19, 2023

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Comentario del San Juan 9:1-41



En el evangelio de San Juan, luz y oscuridad son realidades de nuestro mundo que toman una dimensión simbólica, trascendente. En San Juan, lo anecdótico comprende una parte de misterio que sólo la fe percibe. El cuarto evangelista despliega, pues, su relato a dos niveles en simultáneo: al nivel mundano de los acontecimientos, anecdótico, y al nivel trascendente de los símbolos, espiritual. Ambos niveles se construyen y se apoyan con el uso de las mismas palabras, como “luz” y “oscuridad.” En la lectura de este cuarto domingo de cuaresma, un ciego de nacimiento es sanado por Jesús y abre los ojos por primera vez. Aunque se trate de un hecho inusitado, maravilloso, que ilustra el poder de Dios activo en manos de su enviado Jesús, ése es el primer nivel, mundano, anecdótico, de lo acontecido. A un nivel más profundo, se trata de la iluminación cristiana de este hombre, quien adquiere vida nueva y discernimiento entre lo bueno y lo malo. Veamos los detalles.

Jesús nos brinda el aviso de que hay un segundo nivel de significado y la clave para descubrirlo cuando dice: “Mientras estoy en el mundo, luz soy del mundo” (v. 5). Quiere decir que no sólo es cuestión de ver físicamente lo que nos rodea, sino de entender lo que sucede a la luz de la palabra de Dios que Jesús transmite como enviado de Dios. El ciego de nacimiento obtiene la capacidad de ver lavándose en el estanque de Siloé, según le ordena Jesús. El evangelista se detiene a propósito en su relato para hacer hincapié en el significado de la palabra Siloé: “Enviado” (v. 7). Como Jesús acaba de identificarse como el enviado de Dios (v. 4), los/as lectoras/as caemos en la cuenta de que en un cierto sentido el ciego de nacimiento ha sido lavado en Jesús, verdadero Siloé. Esto sucede después de que Jesús untó los ojos del ciego con lodo hecho de tierra y de saliva de su boca (v. 6). Nos recuerda que Dios formó al ser humano con aliento de su boca y con lodo: “…subía de la tierra un vapor que regaba toda la faz de la tierra. Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:6-7)

La alusión al Génesis es más evidente aún para los lectores de la antigüedad, pues en el idioma de origen del relato, el griego, la expresión “de nacimiento” que califica la ceguera del hombre en el v. 1 se dice ek genetēs, lo que podríamos traducir literalmente como “desde un génesis” o “desde un principio.” El ciego de nacimiento es hecho hombre nuevo por Jesús con el poder creador de Dios.

Otro detalle significativo que pasa desapercibido en nuestras traducciones es el verbo “untar,” que en griego es el mismo que el verbo “ungir”: epechrisen (v. 6). Nótese el parentesco con Christos, el Ungido, que termina siendo “Cristo” en español. Jesús “unge” al ciego con el lodo hecho con la saliva de su boca y el polvo de la tierra. Los/as cristianos/as somos lavados/as en Cristo Siloé y ungidos/as para nuestra vida nueva de hijas e hijos de Dios, partícipes de la misión del Ungido de Dios, durante nuestro bautismo (Romanos 6:3-5). La suma de todos estos detalles apunta, pues, a una interpretación bautismal de la sanación del ciego de nacimiento en Juan 9. Cuando el ciego abre los ojos, no sólo ve todo físicamente, sino que es iluminado en su ser por la luz que es Cristo y puede, entonces, dar testimonio de él.

El episodio no acaba con la curación (vv. 1-7), sino que trasciende en una larga disputa acerca de quién es Jesús para sanar así (vv. 8-34). Al nuevo vidente lo llevan de círculo en círculo, para que dé testimonio: primero ante los vecinos (vv. 8-12); después ante los fariseos (9:13-17); luego convocan a sus padres para corroborar que había nacido ciego (vv. 9:18-23); y finalmente lo llevan de nuevo ante lo que parece ser el tribunal de la sinagoga judía (vv. 24-34). El problema es que Jesús lo había sanado en un sábado (v. 14) y según las autoridades religiosas esa falta de respeto por el descanso sabático indicaba que Jesús era pecador (v. 24) y no procedía de Dios (v. 16). Es cierto que la Ley de Moisés es muy clara al respecto: no se debe laborar el sábado, día de reposo y de oración (Éxodo 20:8-11; Deuteronomio 5:12-15). Sin embargo, el nuevo vidente percibe claramente que sería imposible para Jesús sanarlo sin el permiso de Dios, pues el poder de dar luz y vida es divino: “Nunca se ha oído decir que alguien abriera los ojos a uno que nació ciego. Si éste no viniera de Dios, nada podría hacer” (vv. 32-33).

Las autoridades religiosas no toleran que se critique su buen juicio. Declaran pecador al ciego curado y lo expulsan de la sinagoga (v. 34). Desde un punto de vista mundano, el ciego sanado pierde credibilidad y comunidad, ¡lo pierde todo!… salvo su nueva capacidad de ver, física y espiritualmente. Un poco como la samaritana en Juan 4 (tercer domingo de cuaresma), él ha ido profundizando su conocimiento de Jesús. Al comienzo no sabe dónde está Jesús; sólo sabe cómo se llama ese hombre (vv. 11-12). Luego, testigo de su propia sanación y de la división doctrinal entre los fariseos, declara que Jesús es profeta (v. 17). Sus padres lo abandonan por miedo a las autoridades judías (vv. 18-23). A pesar del riesgo que corre, sigue dando testimonio a favor de Jesús, enfrenta a las autoridades y refuta sus argumentos (vv. 24-34). Cuando Jesús lo encuentra después de que lo expulsan, el nuevo vidente cree en Jesús y se prosterna ante él, adorándole (vv. 35-38). Se ve, pues, que hay un abrir de ojos más profundo del que sucede en el plano material, a un nivel de inteligencia de la fe y de discernimiento espiritual entre lo bueno y lo malo.

Los fariseos han recorrido el camino inverso: de videntes en el plano material se han enceguecido en el plano espiritual, rechazando voluntariamente la luz de Jesús (vv. 39-41). El pecado no consiste en nacer ciegos (9:2-3) – de nacimiento y espiritualmente todos/as somos ciegos/as. El pecado consiste en decir “vemos” (v. 41) y “sabemos” (v. 29) por nuestra cuenta, encerrándonos en la oscuridad de un mundo sin la luz sanadora del enviado de Dios.