Comentario del San Juan 9:1-41
Por tercera semana consecutiva tenemos un encuentro de Jesús con un individuo.
Es, además, “el único ejemplo de Jesús curando a alguien afectado desde su nacimiento.”1 El ciego curado en sábado con barro hecho con saliva es un espejo que muestra algunas de las peores actitudes humanas, al lado de la nueva vida que Jesús le ofrece. Pero posiblemente todo esto el ciego ya lo había visto cuando mendigaba: que a los discípulos de Jesús les preocupara si él o sus padres habían causado su ceguera por pecar; que la gente no lo reconociese; que sus padres no lo defendiesen; que algunos religiosos estuvieran más preocupados con la posibilidad de que Jesús hubiera quebrantado el sábado haciendo barro que con su sanidad; en fin, que para ninguno/a de estos/as el ciego tuviera algún valor como persona. Todo esto seguramente lo había percibido el ciego aun sin ver.
¡Qué fácil se ve la vida cuando todo tiene una explicación de causa y efecto! El ciego (o sus padres, en la versión alternativa) pecó → es ciego. Escupir puede hacer que la saliva caiga y forme barro → el barro es trabajo → está prohibido en sábado.
Como en los capítulos anteriores, Juan construye diálogos llenos de malos entendidos para poder dar lugar al verdadero testimonio sobre Jesús. En este caso, sin embargo, el diálogo no es entre Jesús y un/a futuro/a discípulo/a, sino entre el ciego que ha recuperado la vista y las autoridades judías (fariseos) que lo cuestionan y que también cuestionan a sus padres. Uno de estos malentendidos se da porque quieren que les muestre quién es el que lo ha curado, ¡pero el ciego estaba ciego y la curación propiamente dicha se produjo sin Jesús, en la pileta de Siloé! El ciego “fue, se lavó y regresó viendo” (v. 7). Las siguientes escenas se producen sin Jesús hasta que Jesús escucha lo que vivió el ex ciego (v. 35) y provoca en él una confesión directa: “‘Creo, Señor’ y lo adoró” (v. 38).
Seguro que el ciego había pecado alguna vez: ¿quién no? A quienes provenimos de la tradición de la Reforma, con su antropología “pesimista,” esto no nos sorprende: “Como está escrito: ‘No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios’” (Ro 3:10-11). Sin embargo, la pregunta de los discípulos (v. 2), así como el desprecio por la persona del ciego, muestran que aquí el pecado no se percibe como una condición humana que nos hermana, sino como causa para la discriminación. Jesús contesta mostrando otro camino: “No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Me es necesario hacer las obras del que me envió, mientras dura el día; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, luz soy del mundo” (vv. 3-5). La Cuaresma nos alerta que el tiempo de Jesús se termina y hay mucho por hacer. No hay que perder nuestro tiempo y energías en disquisiciones teológicas inútiles. “Mientras es de día, trabajemos en las obras de Dios; mientras la luz del mundo esté entre ustedes, véanla,” les está diciendo. No nos equivoquemos: no hay nada malo en pensar teológicamente; ¡al contrario! Pero hay ojos para ver la manifestación de la gloria divina y ojos ciegos a la misma, y nuestra teología siempre responde, al menos en parte, a lo que vemos. ¡Cuaresma es tiempo de auto-examen!
Es llamativo cuánto pesa la cuestión del pecado en este texto y, seguro, en la comunidad juanina (de lo contrario no estaría tan resaltado). No solamente los discípulos preguntan sobre el pecado que originó la ceguera, sino que en el segundo encuentro del ex ciego con “los judíos”, estos aluden a Jesús como “un pecador” (v. 24), a lo cual el ex ciego responde con mucha lógica: “Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo” (v. 25). Esta discusión le da al ex ciego la posibilidad de confesar a Jesús como profeta, como quien honra y cumple la voluntad de Dios y como quien viene de Dios, pues de lo contrario “nada podría hacer” (v. 33). Finalmente, cuando no pudieron soportar más su testimonio “respondieron y le dijeron: ‘Tú naciste del todo en pecado, ¿y nos enseñas a nosotros?’ Y lo expulsaron” (v. 34). De nuevo el pecado es en sus bocas insulto, ocasión de discriminación, no de palabra de gracia o salvación. La última palabra de Jesús en el capítulo vuelve a la acusación de pecado, pero en este caso contra los fariseos que lo escuchaban. Y si bien se puede interpretar como condena, también se la puede ver como oferta de salvación: “Si fuerais ciegos no tendríais pecado, pero ahora, porque decís: ‘Vemos,’ vuestro pecado permanece” (v. 41). Quiere decir que si reconocen su ceguera, verán. Dicho en lenguaje teológico tradicional, si se abren a la salvación, la verán y la recibirán. Notemos cómo la pregunta con que comienza el capítulo nos lleva, atravesando el milagro que favoreció al ciego, desde preguntar(nos) “¿pecó él o sus padres?” a preguntarnos “¿estaré pecando por no ver mi ceguera y rechazar la gloria de Dios?”
Este cuarto domingo de Cuaresma tenemos con Juan 9 una gran posibilidad: “La de ir creciendo en el testimonio, la de ir construyendo coherencias a partir de la debilidad, la de sobreponernos a nuestra marginación a partir de la dignidad recuperada por la acción de Cristo.”2 Tomando las palabras de Michael Card, tenemos “el milagro detrás del milagro. Sin duda fue maravilloso que abriera los ojos de alguien nacido ciego. Pero ¡cuánto más milagroso es que Jesús, el Hijo de Dios, buscara y encontrara al hombre que había sido expulsado de su casa y de la vida!”3 Tengamos cuidado de que no nos pase como a los discípulos de Jesús, a la familia y vecinos/as del ciego y a algunos fariseos, quienes por causa de distintas preocupaciones (la teológica, el miedo, la indiferencia para con el discapacitado, la observancia de la ley) quedaron enceguecidos ante lo que realmente merecía verse.
1.Michael Card, John: The Gospel of Wisdom (Downers Grove, Il: IVP Books, 2014), 120.
2. Néstor O. Míguez, Estudio Exegético Homilético 24 (10 de marzo 2002) (Buenos Aires: Instituto Universitario ISEDET), 8.
3. Card, 122.
March 26, 2017