Quinto Domingo después de Pentecostés

Como experiencia netamente humana, las narrativas de Marcos nos conducen al estado de la fragilidad en la forma de la enfermedad física.

July 1, 2012

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Comentario del San Marcos 5:21-43



Como experiencia netamente humana, las narrativas de Marcos nos conducen al estado de la fragilidad en la forma de la enfermedad física.

Como muchos de nosotros/as, hace algún tiempo tuve la desagradable experiencia de visitar un hospital. Esta vez no como una persona saludable que va a alentar y llevar palabras de consuelo. Cuando uno está enfermo el panorama es  distinto. Deseamos atención pronta y lo primero con que nos topamos en el hospital es que hay muchas necesidades tan o más urgentes que las nuestras.

Las enfermedades nos ubican en un lugar de fragilidad, de total dependencia emocional y física de otras personas. Una vez que se llega al hospital no se goza de los privilegios que tenemos entre las personas que nos conocen; somos “uno más” entre la multitud. No tenemos la usual influencia sobre los eventos y los síntomas. Las preocupaciones asumen el control de la vida.

Es un estado de total angustia y desesperación, especialmente si no sabemos a ciencia cierta qué estamos enfrentando. El capítulo 5 del libro de Marcos es como la sala de un hospital que está llena de “pacientes terminales”, uno de esos lugares a los que todos/as evitaríamos entrar, a menos que sea por accidente o porque somos uno de los pacientes. Todos los enfermos del capítulo 5 de Marcos han sido “diagnosticados”, al menos dentro de las limitaciones, como  “enfermos terminales.” 

Cada uno de los personajes en “la sala de emergencias de Marcos” sufre de una condición letal: un endemoniado, una hija agonizante y una mujer con hemorragia continua. Nótese particularmente que los enfermos de Marcos 5 se encuentran a un lado y al otro del lago.

En uno de los extremos, en la zona gentil, habita el endemoniado (Marcos 5:2), cuyas facultades mentales han sido trastornadas al punto que ha intentado cometer suicidio. Marcos subraya su condición aguda afirmando ni siquiera con grillos y cadenas se lo podía dominar. El que se golpeara a sí mismo haciéndose cortes (gr. katakoptōn) con piedras quizás explique la razón por la cual se intentaba mantenerlo atado. Ha sido condenado al cementerio, al lugar donde habitan los que están muertos, y por ende al destierro radical de la comunidad y de la pureza cúltica. 

Los espíritus inmundos (gr. pneuma to akatharton)  tienen el efecto de provocar un deterioro agudo de la salud mental y de la convivencia familiar. Su condición de separación con lo divino se evidencia en la solicitud de fuga hacia los cerdos, que eran considerados animales impuros. No sabemos su procedencia, pero en el diálogo con Jesús se autodenominan “Legión.” En el contexto militar romano, las legiones son las unidades militares que usa el imperio para lograr de manera violenta su expansión y que pueden llegar a tener la exorbitante suma de seis mil infanteros.

Una vez que Jesús libera al cautivo de la causa de su tormento, se aleja de aquella ribera del lago y para nuestra sorpresa, en la otra orilla se encuentra con un panorama similar. Al otro lado del lago habitan los israelitas, que generalmente son contrastados con los gentiles. Si bien también ellos están bajo la autoridad del imperio romano y de los instrumentos, las legiones, que el imperio usaba para imponer la llamada pax romana a los pueblos que sometía, es obvio que Marcos quiere llamarnos la atención sobre el hecho de que en la otra orilla donde habita el pueblo de Israel,  Jesús se encuentra con personas en un estado de deterioro similar al del hombre con el espíritu impuro que había sanado en la orilla de los gentiles. 

Marcos reconoce que en los dos extremos “del mundo”, tanto el pagano como el religioso, existen realidades y situaciones que ponen en riesgo el bienestar humano. Y frente a este poder mórbido, ninguno de los extremos posee las herramientas efectivas para vencerlo. Al fin y al cabo toda la humanidad (constituida tanto por gentiles como creyentes), todas las personas, dependen por igual de la gracia de Dios como único camino a la restauración vital.    

Que en el lado pagano del lago habiten los que están “llenos de demonios”, era también lo que creían los religiosos con los que polemiza Marcos. Lo que nos toma por sorpresa a los religiosos con los que polemiza Marcos y a los lectores y las lectoras hoy es que en el lugar donde esperamos hallar salud, también nos encontremos con un lugar plagado de problemas, desesperación y enfermedades.

Estos enfermos, de ambas orillas, son el prototipo de la comunidad de Marcos, y porqué no adelantarnos, de nuestras comunidades por igual. Gente común y corriente, que llega de cualquiera de las riberas de la vida, personas todas igualmente necesitadas del toque milagroso de Jesús. Y a tales efectos, Jesús le da una especial atención a las necesidades del ser humano desde una óptica integral. Nótese que en el versículo 34, al sanar a la mujer anónima del flujo, Jesús le responde: “–Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad.” En el idioma original de Marcos, el griego koiné, la palabra sōzō se puede intercambiar para significar tanto “sanar” como “salvar.” Ambas dimensiones son compatibles con el ministerio de Jesús, y en especial con la restitución de la persona en su totalidad.

En nuestros contextos no es un secreto reconocer que vivimos en un mundo utilitario, en donde una persona enferma y que no es autosuficiente carece de valor ante las demás personas, especialmente si su cuadro apunta hacia la muerte. Pero Jesús no confunde los términos; para él la dignidad del ser humano va por encima de cuan útil o no  pueda ser a la vista de los demás.

Todos los enfermos de Marcos proceden de trasfondos distintos: el endemoniado de una tierra pagana, la hija de Jairo de un  hogar lleno de privilegios y la mujer del flujo se había empobrecido dando todo en tratamientos médicos infructuosos. Y todos tienen en común dos cosas: en primer lugar, lo más inmediato, generalmente lo que más nos preocupa, la pérdida de la salud física y por ende de la seguridad personal, y en segundo lugar, que la fe en Jesucristo será su única y eficaz puerta de salvación y de salud. 

En las manos de Cristo, está la esperanza de un mejor porvenir en el día de mañana. No importa cuan empinada sea la cuesta a subir o cuan distante veamos la solución; tener fe en Jesús rompe todas las barreras. De acuerdo con el relato de hoy, los enfermos del alma y del cuerpo, ni siquiera tuvieron que ir a buscarlo, El sale a su encuentro. El es quien ha cruzado el lago de un lado a otro para detener el poder de la muerte con una sola palabra de su boca. Vivir en la esperanza cobra un nuevo sentido, cuando vemos a Cristo caminando sobre el lago de la desesperación, de la enfermedad, de la soledad y de la necesidad.  

Un minuto de fe puede más que mil horas de angustias. Un solo minuto de fe pudo sanar a un endemoniado y a dos mujeres. En el fondo, ninguno de estos relatos quiere dejarnos con la mera impresión de que Cristo llega a sanar el cuerpo en el sentido estricto de nuestras dolencias más inmediatas. Cristo nos sana de adentro hacia afuera. Su obra va más allá cuando nos redime, nos perdona y nos otorga su salvación para esta vida y la que está por venir.