Tercer Domingo de Cuaresma

Una Divinidad que apuesta por la vida

 

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Photo by Simona Sergi on Unsplash; licensed under CC0.

March 23, 2025

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Comentario del San Lucas 13:1-9



El texto de hoy presenta dos escenas que convergen en la reflexión sobre la muerte, un tema complejo que invita a cuestionarnos acerca de su significado desde la fe. La muerte es una realidad que impacta a todo ser viviente en este mundo, una experiencia de la cual no podemos escapar. En este contexto, para este domingo de Cuaresma quiero proponer una reflexión sobre la inevitabilidad de la muerte y sobre una Divinidad que apuesta por la vida. Sin embargo, este cuestionamiento no busca centrarse únicamente en la muerte en sí misma, sino más bien en cómo la muerte nos invita a pensar sobre cómo vivimos.

De esta manera, la pregunta sobre la muerte puede transformarse en una interrogante acerca de la vida que deseamos llevar. Reflexionar sobre la muerte en este tiempo no implica adoptar la práctica de lxs monjxs medievales, que dedicaban largas horas a meditar sobre el encuentro definitivo y la plenitud de la alegría que les aguardaba. Más bien, se trata de una reflexión que se adapta a las características de nuestra vida contemporánea.

Primera escena: La muerte injusta

La concepción de la muerte ha cambiado profundamente, ya que no solo enfrentamos la muerte natural, que nos espera a todxs, sino que también existe la trágica posibilidad de la muerte injusta, aquella que Bartolomé de las Casas describió como “la muerte antes de tiempo.” A esta se debe sumar el sufrimiento, que a menudo acompaña y envuelve a esa muerte injusta.

En esta segunda categoría se encuentran las dos escenas que se presentan en la primera parte del pasaje: a unos les mata Pilatos, a otros una tragedia relacionada con la construcción. El evangelio nos dice que ninguno de estos grupos estaba compuesto por personas malas. La muerte, en este contexto, nos invita a reflexionar no solo sobre la persecución, sino también sobre lo inesperado. Nadie muere por un designio divino—ni los asesinados por Pilatos, ni los que pierden la vida por una posible negligencia, ni nadie. Su muerte no se puede justificar por la maldad de sus actos, como sostienen algunas interpretaciones teológicas que intentan encontrar en cada tragedia humana una voluntad divina o un misterio profundo que justifique la dura realidad de morir.

La muerte de ciertas personas no implica necesariamente que hayan hecho el mal. El interrogante evangélico no se dirige por ese camino, sino que nos invita a asumir nuestra responsabilidad frente a la vida. De ahí la repetición de la expresión: “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.” La muerte, en este sentido, se convierte en un punto de partida que nos llama a reflexionar sobre cómo nos enfrentamos a la vida, y a reconocer que todos estamos expuestos a las mismas posibilidades, ya sea por una injusticia o por una calamidad.

A propósito del evangelio, me viene a la memoria una expresión de Gabriel García Márquez al recibir el premio Nobel de Literatura: “Frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte.” Esto nos llevaría a oponernos a todas esas situaciones de injusticia que tienen en nuestro tiempo nombre propio: pobreza, desnutrición, discriminación, injusticia climática, neoconservadurismos. Para sostener esto, la segunda escena nos puede brindar aún más luces.

Segunda escena: La vida vale el esfuerzo

Esta segunda escena se abre con la parábola de la higuera que no había dado fruto por tres años. La decisión del dueño es terminar con ella, porque ocupa espacio, pero el viñador tiene otra idea.

Ante la realidad de la muerte, podemos optar por una actitud que sea una apuesta por la vida. Este es precisamente el ejemplo que encontramos en la figura del viñador, a quien podemos entender como una imagen de lo divino. Esta figura divina no se define tanto por la exigencia de los frutos, sino por su cuidado y su compromiso con el sostenimiento de la vida. Aunque este pasaje ha sido tradicionalmente interpretado en clave de exigencia, conversión y la necesidad de dar frutos, desde una lectura cuir podemos enfocar nuestra atención en esta otra faceta de la Divinidad: una Divinidad que se dedica no tanto al juicio inmediato, sino a la paciencia y al cuidado constante, buscando la vida, incluso cuando parece estar al borde de la muerte.

La muerte es inminente, como vimos en la escena anterior, y la muerte injusta presenta una contradicción real. Sea cual sea la muerte que enfrentemos, la verdad es que nos alcanzará a todxs. Por eso mismo, nuestros esfuerzos en esta vida no se basan en un pesimismo existencial porque vendrá la muerte, sino en concentrar todos nuestros esfuerzos en hacer que la vida sea realmente vivible. Esta es la tarea del encargado de la viña, quien, frente a la posible muerte de la higuera, ofrece alternativas para que esta pueda seguir existiendo. Puede que una sola planta de higos en un viñedo no sea suficiente para alimentar a muchas personas, pero para aquel que tiene la mirada puesta en lo distinto, esa planta, esa vida, tiene un valor inmenso. Puede que sea la única, la diferente, la que no vale para la producción, pero para los ojos del encargado sí vale.

El texto nos ha llevado a pensar la muerte y nos alienta a un reclamo ético frente a la muerte injusta. Esto se sostiene porque la Divinidad en la que creemos apuesta por la vida y creemos que coloca las estructuras necesarias para que esta se mantenga en el tiempo. Es lindo y esperanzador saber que la Divinidad en la que creemos cree en nosotrxs. Que ese ánimo nos aliente a responder con la vida entera a la vida que clama.