Comentario del San Juan 14:15-21
No hay otro autor dentro del Nuevo Testamento que haya dado tanto énfasis a la virtud del amor como Juan.1
Su teología refleja con insistencia que Jesús es, de forma concluyente, la revelación más completa del amor de Dios. El amor vincula y explica todo: el envío del Hijo está motivado por el amor (3:16), hay amor del Padre por el Hijo (3:35), amor que el Hijo transmite a sus seguidores (13:1, 17:26). No se trata de mera información, sino de una realidad que debe afectarnos y transformarnos interiormente: somos llamados a vivir en el amor del Padre y del Hijo (15:9). El amor mutuo es condición sine qua non para ser auténticos seguidores de Jesús y, a la vez, es esencial para la supervivencia de la iglesia.2
El calendario litúrgico nos invita a entrar en la intimidad de los discursos de despedida de Jesús (cap. 14-16), atravesados por el recuerdo de su pasión, muerte y resurrección. Quien cumple la labor de actualizar esta memoria de Jesús en las personas creyentes es el Espíritu Santo, el otro Consolador (v. 16); sólo él es el testigo fiel y el hermeneuta cualificado de la vida y de la obra del Cristo joánico.3 La afirmación de la presencia divina en la vida de forma permanente (v. 17) encuentra su correlación en Mt 28:20: “Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” Como bien señala Raymond Brown: “Nótese que ninguno de estos pasajes se refiere a la presencia de Jesús experimentada por los místicos; la presencia de Jesús se promete no a una minoría selecta, sino a los cristianos en general.”4
Comunidad cristiana, lugar de pertenencia y amparo
La distinción que se plantea en el texto acerca de los propios y extraños, entre los discípulos y el mundo que “no puede recibir [el Espíritu de verdad], porque no lo ve ni lo conoce” (v. 17), tiene que ver con la hostilidad ambiental que enfrentaban los primeros lectores del Evangelio.5 Han experimentado pérdidas significativas; por eso el sentimiento de orfandad, de desprotección. Para ellos y ellas, la pertenencia a esta nueva colectividad, este redil, será el espacio donde se va a forjar una nueva cultura, donde el amor los/as preservará y podrán experimentar la presencia del Resucitado por medio del Espíritu. Dentro de la comunidad cristiana, las personas creyentes van a comprender que no hay fuerza exterior que pueda romper esa relación que hay entre el Hijo y el Padre, y entre el Hijo y sus discípulos/as (v. 20).
Es necesario aclarar que la conciencia que tenían las personas del Mediterráneo en el siglo I acerca de su personalidad y su relación con el grupo de pertenencia difiere bastante de nuestro entendimiento occidental e individualista en el siglo XXI. En lugar de individualismo, lo que encontramos por aquellos años es una decidida orientación grupal, interrelacionada, donde cada persona se percibía a sí misma en relación con otro/a. La personalidad se moldeaba desde estereotipos culturalmente compartidos, donde el otro era requisito indispensable para conocerse a uno mismo.6 Entendida desde esa perspectiva comunitaria, la demanda de Jesús de aprehender y obedecer sus mandamientos es de una radicalidad que incomoda nuestro egoísmo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros” (Jn 13:34-35). Juan 15:13 va más allá: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.”
Hacia la predicación
Escribo estos comentarios a casi dos meses del inicio del aislamiento físico. Mientras la pandemia de Coronavirus azota al mundo, pastores/as y teólogos/as pensamos en los desafíos que enfrentamos, la nueva realidad que reta nuestro entendimiento de iglesia y nos hace sentir impotentes ante los inconvenientes de proveer acompañamiento pastoral a nuestras congregaciones de la manera tradicional.
Mientras seguimos esperando por el momento apropiado y seguro para regresar a los templos, durante este tiempo reflexionamos sobre lo mucho que necesitamos del contacto con ese otro y esa otra a quienes llamamos hermano y hermana. Aunque tengamos disponibles maneras alternativas de estar en contacto, el encierro nos priva de la vida compartida en comunidad.
Cuenta la historia que Federico II de Prusia se propuso formar un ejército perfecto, con gente sin debilidades ni temores. Mandó entonces a construir un lugar donde los recién nacidos recibirían alimentos y cuidado, pero sin el menor gesto de ternura, pues pensaba que eso debilitaba el carácter. Se cumplió al pie de la letra lo que el rey solicitó. El resultado del experimento fue la muerte de todos los niños. Ninguno pudo soportar crecer sin afecto. Los seres humanos necesitamos de esas señales de aprecio, de reconocimiento, de los gestos de amor reclamados por Jesús. Como se afirma en la psicología, un sujeto es, ante todo, el deseo que de él tiene otro sujeto.7 ¿De qué manera nuestra predicación en cuarentena atiende las necesidades emocionales de nuestra gente? ¿Cómo respondemos a esta nueva realidad, de modo que la mutua consolación de los fieles se manifieste de manera efectiva, aunque de formas poco ortodoxas? Una vez superada la pandemia, ¿podremos superar el egoísmo que caracteriza al cristianismo occidental?
Crisis, como la que vivimos, son contingentes a la vida y nos permiten entrar a un horizonte nuevo. Aunque la crisis nos amenaza y nos desorienta, y un sentido de orfandad y amargura puede aflorar en el corazón, también es oportunidad para una depuración y un acrisolamiento de la vida. Solo resta lo que realmente cuenta; la médula, las intuiciones fundamentales.8 Nuestras comunidades necesitan ser fortalecidas en medio de la cruel realidad con palabras de afirmación: el amor de Dios es infinito y el Espíritu de Dios nos consuela, aboga e intercede por nosotros/as en medio de nuestras debilidades.
Somos amados y amadas por Dios, y no existe fuerza en el mundo o fuera de él que nos pueda separar de ese amor (Ro 8:38-39). Todo esto lo experimentamos por pura gracia de Dios, que nos quiere bien.
Notas:
1. Bruce Vawter, “Evangelio según san Juan,” en Raymond E. Brown, Joseph A. Fitzmyer y Roland E. Murphy, eds., Comentario Bíblico San Jerónimo, Tomo IV (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1972), 844.
2. Raymond Brown, Las Iglesias que los apóstoles nos dejaron (Bilbao: Desclée de Brouwer, 1986), 117.
3. Jean Zumstein, “El evangelio según Juan,” en Daniel Marguera, ed., Introducción al Nuevo Testamento: su historia, su escritura, su teología (Bilbao: Desclée de Brouwer, 2008), 364.
4. Raymond E. Brown, El Evangelio según Juan: XXIII-XXI (Madrid: Ediciones Cristiandad, 2000), 975.
5. Horacio Lona, El Evangelio de Juan: el relato, el ambiente, las enseñanzas (Buenos Aires: Editorial Claretiana, 2000), 111.
6. Bruce J. Malina, El mundo del nuevo testamento: perspectivas desde la antropología cultural (Navarra: Editorial Verbo Divino, 1995), 105.
7. Gabriel Rolón, Cara a cara: la dimensión humana del analista (Buenos Aires: Editorial Planeta, 2015), 103.
8. Leonardo Boff, Via crucis de la resurrección (Bogotá: Ediciones Paulinas, 1988), 11.
May 17, 2020