Second Sunday of Easter (Year B)

Cuando pensamos en el ministerio de Jesús o su misión terrenal, tendemos a enmarcar el mismo en tres eventos importantes: Jesús nació, Jesús murió y Jesús resucitó.

April 15, 2012

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Comentario del San Juan 20:19-31



Cuando pensamos en el ministerio de Jesús o su misión terrenal, tendemos a enmarcar el mismo en tres eventos importantes: Jesús nació, Jesús murió y Jesús resucitó.

Tendemos a cerrar el capítulo de la vida de Jesús con su resurrección. Los capítulos posteriores a la resurrección de Jesús, según nos presentan los evangelios, son de gran importancia para los seguidores y seguidoras de Jesús. Para algunos, la aparición de Jesús tuvo como función atestiguar la resurrección de Cristo, pero los relatos como el de Juan, donde Jesús se aparece a sus discípulos, brindan una justificación a la obra misionera y sirve, por consiguiente, de argumento eclesiológico. 1

En el caso de los eventos subsiguientes que nos presenta Juan, vemos no sólo la revelación del Cristo resucitado, sino también la comisión a continuar la misión que a él le ha sido encomendada. Esta primera aparición de Jesús a sus discípulos se da en un contexto de temor. El autor hace énfasis en el hecho de que las puertas se encuentran cerradas, no tanto para denotar el milagro de Jesús aparecer en un lugar cerrado, sino más bien para acentuar el miedo de los discípulos. Este miedo que el autor menciona no es tan sólo el miedo por la recién captura y muerte de Jesús, es también eco del temor de las primeras comunidades cristianas, en especial la comunidad juanina. La respuesta a este temor son las palabras de Jesús, que como luz que se abre ante la oscuridad, las mismas tienen la intención de contrarrestar dicho miedo: Paz a vosotros. Palabras comunes tanto en la Jerusalén de ese tiempo al igual que en el nuestro, pero con unas implicaciones increíblemente abarcadoras.

Nunca antes una palabra común había tenido tanto significado como cuando fue expresada por Jesús en aquella noche de pascua. Todo lo que los profetas habían vertido en shalom como epitome de las bendiciones del reino de Dios han sido esencialmente realizadas en la obra redentora del Hijo de Dios encarnado, “levantado” para la salvación del mundo. Su “¡Shalom!” en aquella noche de pascua es el complemento del “consumado es” de la cruz, puesto que la paz de la reconciliación y vida que proviene de Dios ha sido impartida.2

Esta paz pronunciada a los discípulos en aquella noche, a la comunidad juanina, y a nosotros los lectores de hoy, es la antítesis al temor que puede infundir el miedo a la muerte, al desconocimiento o al futuro incierto. Es la paz anunciada por Jesús en 14:27, paz para unos seguidores sumidos por el miedo a padecer el mismo destino de su maestro, pero también la promesa de paz para una comunidad juanina que ha sido visualizada a través de todo el evangelio de Juan, en especial en los versos 18 al 25 del capítulo 15 donde vemos pinceladas de lo que al parecer estaban enfrentando como comunidad.

Como me envió el Padre, así también yo os envío.
La paz que Jesús proporciona no es una paz para que los discípulos continúen escondidos e inertes. Sus palabras prosiguen con el llamado a continuar la misión que él ha comenzado. Esta misión no ha finalizado con la muerte y resurrección de Jesús, el envío del Padre es una acción del pasado que continua surgiendo efectos en el presente y futuro. Es ahora a través de sus seguidores que el envío del Padre es reiterado por Jesús a sus discípulos. A través de su Espíritu, Jesús comisiona a sus seguidores a continuar el envío que su Padre le ha dado. No es una misión nueva para los discípulos, es la misma misión que desde comienzos de este evangelio se ha ido revelando.

Aunque muchos teólogos han intentado armonizar lo ocurrido con el Espíritu en este capítulo con los sucesos de Pentecostés, la realidad es que son dos eventos distintos. Ambos autores presentan su perspectiva no sólo histórica, sino también teológica del cumplimiento de la promesa del Espíritu. En el caso del evangelio de Juan, éste presenta a Jesús soplando el Espíritu Santo. Trayendo a la memoria las historias del Génesis y Ezequiel, en ambos el soplo del Espíritu florece la vida, en este caso el Espíritu Santo da a los seguidores una nueva en el Cristo resucitado.

Ciertamente para la comunidad juanina y para aquellos que no han sido testigos videntes de la resurrección de Cristo, la idea de continuar el envío del Padre, está colmado de dudas e incertidumbre. En respuesta a esta inseguridad y duda, el evangelio de Juan nos presenta una segunda aparición a los discípulos, la cual sirve de manifiesto de la fidelidad de esta resurrección. Tomás, quien no se encontraba presente en la primera aparición de Jesús a sus discípulos, ahora refleja la duda de aquellos que no creen al no haber visto. Tomás representa la lucha de la razón contra la fe, el escepticismo de aquellos y aquellas que han puesto en duda la veracidad de la historia de la resurrección. Pero no podemos apresurarnos a juzgar a Tomás, su duda temporera da paso a una de las más sublimes confesiones de todo el evangelio. Una vez que Tomás ve al Señor confiesa a Jesús como “¡Señor mío, y Dios mío!” No cabe duda que dicha proclamación es el resultado de un encuentro transformador para Tomás, que sirve a su vez para finalizar con la presentación de una alta cristología por parte de Juan, la cual el evangelio ha ido presentando a través de todo su escrito. Esta proclamación de Tomás marca la conclusión de su tesis sobre quién es Jesús, iniciada en las palabras del primer capítulo “el Verbo era Dios”.

La interacción por parte de Jesús con Tomás finaliza con una bienaventuranza, dirigida no sólo a la comunidad juanina, sino también a la iglesia futura: “bienaventurados los que no vieron, y creyeron”. Hoy el pueblo de Dios es receptor de esta bienaventuranza, de la felicidad de poder creer y testificar al Cristo resucitado sin haberlo visto. Es la felicidad de todo aquel y aquella que confiesa a Jesús como su Señor y su Dios sin la necesidad de haberle visto, ésta es la verdadera fe del creyente. Fe que como llama encendida es alimentada por el relato de quienes le vieron y que escribieron “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”.


1 François Bovon, Los Últimos Días de Jesús: Textos y Acontecimientos, (España: Sal Terrae. 2007). 84.
2 George R. Beasley-Murray, Word Biblical Commentary, Volume 36: John, (Dallas, Texas: Word Books, Publisher, 1998). CD-ROM. Traducción propia.