Segundo Domingo de Pascua

La identidad del crucificado con el resucitado

Girl on someone's shoulders uses fingers as play binoculars
Photo by Edi Libedinsky on Unsplash; licensed under CC0.

April 16, 2023

View Bible Text

Comentario del San Juan 20:19-31



Tanto en el evangelio de Lucas como en el evangelio de Juan, que es el evangelio que nos proporciona la perícopa para este breve estudio, la continuidad corporal de Jesús tras la resurrección deviene preocupación evidente y sustancial. De este modo, en Lucas el resucitado da cuenta de aquella continuidad material mostrando a los discípulos las heridas de sus manos y sus pies, y comiendo luego con ellos un trozo de pescado asado (Lc 24:36-43). Por su parte, en Juan, además de sus manos, el crucificado resucitado les muestra su costado (vv. 19-20 en nuestro texto). Ciertamente, en ambos textos evangélicos podemos constatar una enérgica toma de posición en contra de cualquier representación de la resurrección de Jesús en clave espiritualizante y de una comprensión de la misma en línea gnóstica y docética. Todo lo anterior, en efecto, nos conduce a reconocer la importancia capital que tiene para los evangelios y, en especial, para el evangelio de Juan, la identidad del crucificado con el resucitado. Una identidad que podría quedar felizmente expresada del siguiente modo: ¡Al Jesús crucificado y resucitado se le conoce, precisamente, por sus llagas!

En realidad, en la aparición del crucificado resucitado a sus discípulos no estamos frente al prodigio de la revivificación de un cuerpo muerto, un cadáver, de acuerdo con las categorías de vida y muerte sujetas a la estructura biológica de este mundo, y su posterior reinserción en el mismo ritmo de vida cotidiana de antaño. Podemos encontrar casos de esta naturaleza en los mismos evangelios. Así, por ejemplo, en el relato de la hija de Jairo (Mc 5:35-43), del hijo de la viuda de Naín (Lc 7:11-17), o en la misma historia de Lázaro (Jn 11:38-44). En todos estos episodios, quienes fueron objeto de la resurrección divina y, en consecuencia, se reincorporaron a su vida y funciones terrenas, tendrían que volver, en algún momento, indefectiblemente, a morir. Muy distinto es, por supuesto, el caso del crucificado resucitado. Éste, no sólo que no vuelve a morir, sino que trasciende los límites de espacio y tiempo, traspasa murallas y se hace presente a la vez que desaparece de manera completamente inesperada (Jn 20:19). Incluso, en su forma actual, resulta desconocido aun para sus propios discípulos (Lc 24:13ss).

Sin embargo, en las apariciones del resucitado y en los hechos portentosos que le acompañan, el punto gravitante no es la peculiaridad de tales acontecimientos, sino el mensaje que los mismos pretenden transmitir. En las apariciones del Jesús resucitado el mundo nuevo hace irrupción en el antiguo y, en consecuencia, la historia se ve impregnada de un anticipo de su sentido final y definitivo. Esta irrupción del nuevo mundo se llena de contenido únicamente a la luz de la palabra del crucificado resucitado. Ella y solo ella engendra la fe en los discípulos y les permite reconocer al resucitado.

Con este marco introductorio de fondo, pasemos sin más demora a desarrollar las líneas cardinales del evangelio de Juan correspondiente al Segundo Domingo de Pascua.

El resucitado se conoce por sus llagas (vv. 19-23)

Del temor a la paz (v. 19): El sepulcro vacío ha sido para los discípulos un signo todavía ambiguo y confuso, que no era prueba irrefutable de la resurrección de Jesús, a pesar de la aparición del resucitado en ese mismo espacio físico a María Magdalena (Jn 20:16), con el encargo explícito, por lo demás, de anunciar la buena nueva a sus hermanos. Lo pone claramente de manifiesto el hecho de que se hallen escondidos y a puertas cerradas por miedo a los judíos (v. 19). No obstante, la primera palabra que pronuncia el resucitado ante sus confusos y atemorizados discípulos es “paz” (shalom), que, de acuerdo con su sentido veterotestamentario, restablece en ellos las relaciones en dimensión tanto vertical como horizontal que habían sido interrumpidas en ocasión de la muerte de Jesús y el desmoronamiento de su fe: su relación con Dios, consigo mismos, con sus prójimos, e incluso con el mismo orden de la creación.

Al resucitado se le conoce por sus llagas (v. 20): El resucitado quiere ser conocido, no por sus acontecimientos portentosos, como el poder atravesar las puertas cerradas, sino por sus llagas de cruz. Sus llagas muestran la continuidad entre el crucificado y el resucitado y son para los discípulos la prueba irrefutable de que no se les ha aparecido allí un fantasma, sino Jesús, el Cristo, su Maestro. El reconocimiento de dicha continuidad reintegra a los discípulos a la paz extraviada y les llena de gozo.

Confirmación en el camino del seguimiento (vv. 21-23): El encuentro del crucificado resucitado con sus discípulos restablece en ellos su correcta relación con Dios, con los seres humanos y el orden creacional, les llena de gozo y les confirma, por medio de su palabra, en el camino del seguimiento y el anuncio de las buenas nuevas a los demás.

Bienaventurados quienes no vieron y creyeron (vv. 24-29)

Si no veo y meto (vv. 24-25): No cabe duda de que el cuarto evangelio ha querido volver a enfatizar la importancia de la continuidad entre el crucificado y el resucitado a través de la duda de Tomás y la reprensión del resucitado.

La continuidad entre el crucificado y resucitado incluye el ejercicio de la fe (vv. 26-29): El encuentro de Tomás con el resucitado vuelve a enfatizar que a éste se le reconoce, no por sus portentos, ni por la noticia del sepulcro vacío, sino por sus llagas, por su cruz. Sin embargo, la reprensión de Jesús (v. 27) implica claramente que este reconocimiento no excluye el ejercicio de la fe. “Bienaventurados los que no vieron y creyeron” (v. 29), será el recordatorio del resucitado a Tomás. ¿Creer en qué? ¡Creer en el anuncio del evangelio que sigue llamando a hombres y mujeres al seguimiento del Jesús crucificado y resucitado!

El propósito del libro (vv. 30-31)

Vida eterna creyendo en Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios: El objetivo de toda esta sección e incluso del evangelio mismo es el de despertar la fe en los/as lectores/as, de modo tal que creyendo que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, podamos alcanzar la vida eterna.

Llagas y predicación: Sí, al crucificado resucitado se le conoce por sus llagas, de las cuales da testimonio el evangelio mismo. Es historia que se hace predicación y predicación que invita al seguimiento de Jesús, el Cristo.

Palabras finales

La insistencia de los evangelios, y del cuarto evangelio de una manera muy particular, en la identidad entre el crucificado y el resucitado, y en que le reconozcamos, no en lo portentoso y espectacular, sino por sus manos horadadas y por su costado abierto, esto es, por las llagas de su cruz, vale también en nuestros días. El Cristo crucificado y resucitado no quiere ser encontrado en lo que a juicio de este mundo (¡incluso el mundo eclesiástico!), podría ser considerado exitoso, poderoso, puro, agradable, sino en las llagas de su cruz, que representan todo lo contrario. Las llagas de la cruz nos dicen que la gracia nunca es gracia barata, sino gracia al costo de sangre, al costo de cruz, y que el llamado a seguirle implica siempre el tomar nuestra propia cruz. Sin embargo, aun cuando la cruz sea un paso inevitable, nuestro destino no termina allí, porque también formamos parte de la gloriosa resurrección de Jesús, que llama a la vida desde la muerte, y a lo que es desde lo que no es.