Comentario del San Mateo 3:1-12
Adviento es un tiempo de expectativa, pero también de despertar. En este tiempo, la voz que irrumpe en nombre de Dios no proviene del Templo ni de los palacios, sino desde el desierto: un lugar incómodo, inhóspito y poco favorable para quienes buscan certezas.
Allí aparece Juan el Bautista, identificado por Mateo como quien abre el camino del Señor. El desierto no es un simple escenario geográfico; es un estado existencial, un espacio donde las seguridades se quiebran y donde se afina el oído para escuchar lo esencial.
En el desierto no llegan los “evangelios” imperiales de Roma ni las convicciones religiosas de Jerusalén. Todo apoyo se vuelve frágil. Solo quedan la Palabra, la vulnerabilidad y la esperanza.
Ese desierto bíblico dialoga profundamente con nuestras comunidades en la actualidad. Muchas iglesias viven en su propio desierto: pequeñas, poco influyentes, con recursos escasos, pastoreando vidas marcadas por la precariedad.
Desde esos espacios—a menudo ignorados por los poderes políticos y religiosos—seguimos proclamando la dignidad de toda persona, incluso mientras nuestras calles son escenario de redadas, detenciones y deportaciones que siembran miedo entre la gente más vulnerable.
Desde ese desierto, también hoy surge una voz. Y esa voz es la nuestra.
Exégesis y contexto
- Juan aparece en el desierto (vv. 1–3)
Juan irrumpe “en el desierto de Judea” (v. 1). Para Israel, el desierto es memoria viva: el lugar del éxodo, del encuentro con Dios, de la formación de un pueblo libre. Es territorio de despojo, pero también de revelación.
Allí Juan proclama: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (v. 2). Mateo lo presenta como cumplimiento de Isaías 40:3: la voz que proclama preparar el camino del Señor. Su misión es convocar, enderezar y despertar.
El reino no irrumpe en los centros de poder, sino en la periferia.
- Un profeta fuera del sistema (vv. 4–6)
La vestimenta austera de Juan—pelo de camello, cinturón de cuero—evoca a Elías, símbolo venerado de resistencia profética. Su dieta y su estilo de vida marcan distancia de toda religiosidad acomodada.
Sorprende, sin embargo, la respuesta que su mensaje provoca: “Acudía a él Jerusalén, toda Judea y toda la provincia de alrededor del Jordán” (v. 5).
El bautismo de Juan es un rito de paso: una confesión pública que simboliza el cruce hacia una vida nueva. En el desierto, la gente reconoce su vulnerabilidad; allí comienza la conversión.
- La denuncia profética a los líderes religiosos (vv. 7–10)
La dureza de Juan hacia fariseos y saduceos debe predicarse con cuidado. Su denuncia no es étnica, sino ética: critica una religiosidad apoyada en el privilegio—“A Abraham tenemos por padre” (v. 9)—pero sin fruto visible.
Juan revela tres verdades incómodas:
- La identidad religiosa no garantiza fidelidad al pacto.
- La conversión auténtica produce frutos concretos.
- El tiempo es urgente: la justicia de Dios no puede postergarse.
Las imágenes del hacha, la raíz y el árbol funcionan como metáforas de un discernimiento amoroso pero firme, que busca podar lo que impide la vida plena.
No se trata de una amenaza vacía, sino de la afirmación de que el reino no se acomoda a la esterilidad espiritual ni perpetúa lo que no da fruto.
- El más fuerte que viene (vv. 11–12)
El corazón del pasaje es el contraste entre Juan y el que viene después de él:
- Juan bautiza con agua para conversión; el Mesías bautizará con Espíritu Santo y fuego.
- Juan convoca; el Mesías va a transformar.
- Juan prepara la era; el Mesías traerá el juicio que separa el trigo y la paja.
La metáfora del fuego expresa purificación y discernimiento. Pero Mateo mostrará pronto que ese fuego llega primero como misericordia: Jesús sanará enfermos, perdonará a pecadores y pecadoras y abrirá una mesa para quienes nunca habían sido invitados.
Incluso Juan tendrá que revisar sus propias expectativas (Mt 11:2–6), recordándonos que hasta los profetas pueden imaginar una divinidad distinta del Dios que realmente viene a nuestro encuentro.
El texto y su sentido teológico
- El desierto como lugar de revelación
El desierto es el lugar donde la vida se vuelve contingente, donde se deshace la ilusión del control. Allí es posible escuchar la voz de Dios con mayor claridad porque ya no dependemos de las falsas seguridades que construyen el poder y la costumbre.
Para Mateo, el reino de los cielos comienza en los márgenes, no en las instituciones aferradas al centro del poder. Dios inicia su obra donde el poder imperial no tiene control y donde la vulnerabilidad humana necesariamente nos vuelve honestos.
- La conversión como movimiento comunitario
La metanoia no es un mero arrepentimiento emocional; es un giro existencial. Mateo presenta la conversión como un fruto visible: justicia, compasión, reparación.
No es solo conciencia individual: es un estilo de vida comunitario, un modo de encarnar los valores del reino en relaciones, prácticas y decisiones concretas. La conversión se hace real cuando transforma la convivencia.
- El juicio como discernimiento del reino
Las imágenes del hacha y el fuego no son amenazas arbitrarias, sino expresión de un Dios que toma en serio el mal y su impacto en la vida humana. El fuego del Espíritu no solo destruye la paja; también refina el trigo.
Es juicio, sí, pero un juicio purificador: un discernimiento que separa lo que da vida de lo que la sofoca, lo que abre futuro de lo que lo impide.
El juicio del Mesías no es condenación automática; es un empuje para dejar atrás lo que no produce ni libera la vida.
- La parcialidad de nuestras imágenes de Dios
Juan anuncia un Mesías-juez, pero Jesús llega como Mesías-médico. Esta tensión ilumina nuestra predicación: a menudo anunciamos un Dios que se parece más a nuestras expectativas—teológicas, culturales, emocionales—que al Dios revelado en Jesús.
El texto nos invita a revisar, ampliar y corregir nuestras imágenes de Dios para que nuestras palabras no limiten a Dios a nuestros propios esquemas, sino que permitan que Dios sea quien es: compasión, justicia, libertad y misericordia.
Camino a la predicación
- El desierto como lugar donde la iglesia proclama dignidad
Muchas de nuestras iglesias viven en un desierto: pequeñas, sin poder político o institucional, acompañando a personas vulneradas. Ese desierto no revela debilidad, sino fidelidad. Ahí es donde el reino de los cielos empieza a brotar.
En un contexto donde el miedo migratorio es real y donde personas son arrestadas o deportadas simplemente por existir, nuestras comunidades se convierten en oasis de humanidad: espacios donde se afirma que cada vida tiene valor, sin importar el estatus migratorio o la situación legal.
- El desierto como refugio frente a la violencia religiosa
Es imperativo discernir desde el púlpito aquello que da vida de lo que la destruye.
En Puerto Rico, como en tantos otros lugares, escuchamos en los medios a líderes religiosos emitir declaraciones que causan profundo daño, especialmente entre comunidades migrantes y personas vulnerables.
Hay pastoras que afirman estar dispuestas a llamar a ICE—la policía migratoria—si saben de alguien “ilegal” en su congregación, y quienes incluso han dicho desde el púlpito a personas tristes o deprimidas que deberían “hacerle un favor a la vida” y morir.
Este tipo de mensajes no solo carecen de compasión; constituyen una distorsión grave del evangelio. No es un desliz retórico ni una opinión sin consecuencias: es un ejercicio de violencia espiritual que hiere, expulsa y deshumaniza a quienes más necesitan acompañamiento.
Mateo 3 nos ofrece el lenguaje para discernir estas prácticas: es una religiosidad sin fruto, sin misericordia y sin conversión, exactamente aquello que Juan el Bautista confronta en fariseos y saduceos.
Predicar Mateo 3 hoy implica afirmar con claridad:
- El evangelio jamás es instrumento para justificar deportaciones.
- Ningún líder religioso tiene autoridad para desear la muerte de quien sufre.
- El camino del reino nunca pasa por el desprecio de otros y otras.
- La conversión como hospitalidad práctica
El llamado de Juan es a dar fruto. Hoy ese fruto es hospitalidad, acompañamiento, justicia migratoria y defensa de la dignidad humana. La conversión no es un ritual; es una forma cotidiana de vivir desde el horizonte del reino.
- Preparar el camino desde la vulnerabilidad
El desierto nos recuerda que la misión cristiana no necesita poder para ser fiel. Basta una voz, una comunidad, un pequeño refugio donde la vida sea dignificada y sostenida con gracia. Ahí se endereza el camino del Señor.
Adviento no nos prepara para recibir al Dios que imaginamos, sino al Dios que viene: un Mesías cuya fuerza es la compasión, cuyo fuego es sanador y cuyo juicio es siempre una oportunidad de vida nueva.
Que nuestras voces—vulnerables, fieles, a veces solitarias—sigan gritando desde el desierto. Porque allí, y no en Jerusalén, es desde donde viene la buena noticia.
Bibliografía
Evans, Craig A. Matthew. New Cambridge Bible Commentary. Cambridge: Cambridge University Press, 2012.
García Fernández, Marta. Mateo. Estella: Editorial Verbo Divino, 2016.
Harrington, Daniel J. The Gospel of Matthew. Sacra Pagina Series 1. Collegeville, MN: Liturgical Press, 2007.
Pagola, José A. El camino abierto por Jesús: Mateo. Madrid: PPC Editorial, 2010.



December 7, 2025