Second Sunday in Lent (Year B)

Esta unidad forma parte de un complejo mayor conformado por la confesión de Pedro (Mc 8:27-30), el primer anuncio de la pasión y resurrección y la discusión con Pedro (8:31-33), las palabras sobre el seguimiento (8:34-38) y la transfiguración (9:2-9).

Let them deny themselves and take up their cross and follow me. - Mark 8:34
[L]et them deny themselves and take up their cross and follow me. - Mark 8:34 (Public domain image; licensed under CC0)

February 25, 2018

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Comentario del San Marcos 8:31-38



Esta unidad forma parte de un complejo mayor conformado por la confesión de Pedro (Mc 8:27-30), el primer anuncio de la pasión y resurrección y la discusión con Pedro (8:31-33), las palabras sobre el seguimiento (8:34-38) y la transfiguración (9:2-9).

El texto indicado tiene tres partes:

  1. Anuncio de la pasión y resurrección; 
  2. Oposición de Pedro a la pasión y rechazo de esta oposición por parte de Jesús; 
  3. Enseñanzas sobre el seguimiento y la negación de sí mismo. Apuntan a la coherencia que incluye la disposición al sufrimiento si alguna persona se siente llamada al seguimiento.

Nos concentraremos en las dos primeras partes.

El título tradicional de la primera parte suele ser “Anuncio de la Pasión.” Este título contiene un error fatal. En estos reiterados anuncios (Mc 8:31; 9:30-32 y 10:32-34), Jesús anuncia su Pasión Y su Resurrección. Resulta totalmente incomprensible cómo editores del texto bíblico, lectores habituales de la Biblia y encumbrados exegetas no se hayan dado cuenta de que los anuncios hablan de la pasión, muerte Y resurrección. Esta omisión grotesca no solo abarca los títulos, sino frecuentemente también la explicación del contenido. Hay quienes sostienen que el dicho sobre el sufrimiento proviene de la apocalíptica y que recién posteriormente fue agregada la referencia a la resurrección. Esta hipótesis parece relacionarse con una doble especulación. Por un lado, se ha preguntado si esos anuncios son auténticas palabras de Jesús o meramente vaticinia ex eventu,1 anuncios aparentes construidos a partir de los hechos del final de la vida de Jesús. En segundo lugar, se ha preguntado si Jesús realmente tuvo conciencia mesiánica y si era consciente de su destino. Si la respuesta a la segunda pregunta es no, los anuncios tampoco serían auténticos. Si la respuesta es sí, los anuncios aún podrían ser vaticinia ex evento, como también auténticos.

Afirmar que Jesús fue sorprendido por su muerte en la cruz y que asimismo no tuvo conciencia mesiánica implica anular no solo la autenticidad de este triple anuncio, sino de todos los textos en los que Jesús habla de su entrega y su misión salvífica, el Hijo del Hombre, el sermón apocalíptico, las palabras en la última cena y muchas otras más. También implica relegar al terreno nebuloso de la mitología todos los milagros, el perdón de los pecados, el camino a Jerusalén y fundamentalmente la resurrección. ¿Qué queda entonces de Jesús? A lo sumo un predicador idealista, un buen rabí que construyó castillos en el aire, pero que fracasó rotundamente con su proyecto (¿cuál proyecto?). Los discípulos frustrados son elevados en cambio a la categoría de inventores de su resurrección y de creadores de relatos fantásticos para dibujar bien la vida del fracasado. Lo que esta construcción jamás pudo explicar es cómo en estos seguidores desilusionados y con el alma destruida pudo surgir una idea que cambió el mundo. El mayor misterio de la historia de la iglesia cristiana es precisamente su origen; y si se descartan la mesianidad de Jesús y su resurrección, creando hipótesis sobre otras hipótesis para explicar lo inexplicable, se diluye el Evangelio. Si la vida de Jesús no hubiera tenido características mesiánicas y soteriológicas y si él no hubiera resucitado, no habría causado jamás tal impacto en tantas personas que luego de la Pascua estaban dispuestas a entregar su vida por su fe en él como Señor y Salvador.

Si bien los evangelios no constituyen biografías completas de Jesús en el sentido moderno, están arraigados en la historia de Jesús el Cristo/Jesucristo. Basan sus afirmaciones teológicas en hechos históricos, en acciones y palabras de Jesús y en su interactuación con numerosas personas, en su pasión y su resurrección; y sintetizan el hecho de Jesús como un todo realizado para nuestra salvación.

Afirmamos entonces tanto la conciencia mesiánica de Jesús como su mesianidad como también la autenticidad de sus reiterados anuncios y por supuesto su resurrección.

En la unidad anterior, Pedro había confesado a Jesús como Mesías, Cristo; ahora se opone a lo que Jesús anuncia. Es que su concepto mesiánico aún se relaciona con una figura triunfante, un rey victorioso, un líder vencedor y arrollador. Ahí no había lugar para el sufrimiento, la cruz, el fracaso, la marginación. Por eso Pedro no logra captar la profundidad del significado del mesianismo de Jesús, que es un camino a la Gloria a través de la Pasión.

En el primer siglo de la era cristiana, pululaban numerosos conceptos mesiánicos en la amplia matriz del judaísmo con sus diversas ramas, agrupaciones, corrientes e ideas. Se han contabilizado catorce, entre los que se destacaba el concepto davídico. También existían imágenes del Mesías calcadas sobre las figuras de Moisés, Elías, Efraín, Jonás; un mesías secreto y varios más. En los cuatro evangelios, aparecen elementos de estos diversos mesianismos; pero Jesús no puede ser identificado con ninguno de estos conceptos pues los sobrepasa a todos de manera cualitativa. Lo que “rompe” cualquier esquema es su misión peculiar de Salvador y Señor que entrega su vida, muere y resucita por nosotros/as.

Jesús tuvo que corregir la expectativa mesiánica victoriosa introduciendo la vinculación Pasión-Gloria (Resurrección). Era una gloria diferente de la que se imaginaban quienes esperaban un mesías davídico nacional o nacionalista. Es preferible hablar de mesianismo davídico nacionalista y no de mesianismo político, pues político es todo lo que afecta a más de una persona, y vaya que Jesús afectó a millones. Lo que Jesús señaló como amenaza que se cernía sobre él tenía claras dimensiones políticas: el poder cultural (cifrado en los ancianos), religioso (sumos sacerdotes) y teológico (escribas como intérpretes autorizados de la Ley), al que debe agregarse por supuesto la vinculación de este poder con el poder político y militar imperial romano, que condenó y ejecutó a Jesús.

La transformación del concepto mesiánico fue un proceso largo en el que Jesús tuvo que invertir mucho tiempo y largas explicaciones y que prosiguió luego de su resurrección. Si bien Pedro hizo una confesión verbalmente correcta (Tú eres el Cristo, en Mc 8:29), su concepto aún debió ser “pulido.” Él no solo era portavoz del reducido grupo de discípulos sino de muchísimos contemporáneos que esperaban un libertador nacional que restaurara la gloria del reino de David y lo hiciera a corto plazo. Esto lo expresan los dos discípulos de Emaús en Lc 24:21 y todos los apóstoles en Hch 1:6.

El Jesús del Nuevo Testamento no es un mesías triunfante en términos de política nacional ni partidaria. Es el Hijo del Hombre y a la vez el Siervo sufriente de Dios según Isaías 53, que carga sobre sí la culpa y el pecado de la humanidad y que nos libera del mal para una vida de amor y con calidad eterna.

La composición formada por la confesión mesiánica y el anuncio de pasión y resurrección, colocada en el centro del texto del evangelio, constituye así una revelación fundamental: el Hijo comisionado por el Padre, confesado por la comunidad cristiana como el Cristo, equipado con plenipoder, enviado para salvar a la humanidad del poder del mal, es rechazado y se convierte en víctima de ese mismo poder, que sin embargo no lo puede eliminar. El Salvador rompe el mecanismo nefasto de la destrucción asumiendo el lugar de víctima para que no haya más víctimas. En su camino, denuncia el pecado, sana, libera, llama a la conversión y al seguimiento. Esto no agrada a todos/as y principalmente no agrada a quienes producen víctimas. Dios confirma esta misión resucitando a Jesús de los muertos.

Rumbo a la Predicación

El contexto litúrgico es fundamental: el texto quiere ser una preparación para la Semana Santa que culmina con la Pascua de Resurrección. La predicación puede estructurarse en torno a los siguientes ítems:

1. ¿Nos representa Pedro? Se pueden solicitar respuestas de la comunidad a las siguientes preguntas y otras más de este tenor:

  • ¿Qué imágenes se nos vienen a la mente cuando decimos “Mesías”, “Salvador”?
  • ¿Qué solemos pedir habitualmente al Señor?
  • ¿Con qué descripciones de Jesucristo nos identificamos mejor?

2. Permitámosle a Jesús mismo corregir ideas distorsionadas sobre él. Jesús revela que su camino a la Gloria pasa por la Cruz. Se distancia de la esperanza cifrada en figuras exitosas en términos sociales, personales y políticas (en el sentido de política partidaria); y asume las funciones del Hijo del hombre y del Siervo del Señor caracterizadas por la entrega, el servicio, el dar la vida por nuestra salvación, el amor, la obediencia a Dios.

3. Esta revelación es un paradigma para nuestro propio seguimiento, que ha de incluir el testimonio valiente y público de nuestra fe en Jesucristo como Señor y Salvador y la disposición a asumir las consecuencias de nuestro amor.

4. La corrección de conceptos erróneos y el crecimiento en la fe y el amor son posibles gracias a la Biblia y solo con la Biblia.


Nota:

1. Literalmente esta expresión en latín significa “profecía posterior al evento.”