Vigésimo tercer Domingo después de Pentecostés

Hermosas piedras

photo of an earthquake crack in a desert highway
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November 16, 2025

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Comentario del San Lucas 21:5-19



Nuestro texto corresponde a la pequeña colección de pasajes sinópticos que pertenecen al género literario apocalíptico que en la Biblia conocemos principalmente por Daniel (capítulos 7–12) y Apocalipsis. La literatura apocalíptica, género que trasciende el canon bíblico, tiene por objetivo “quitar el velo” de la verdad (revelándola) ante una realidad atravesada por la crisis. Lucas, que probablemente haya escrito su evangelio a fines del primer siglo en Antioquía de Siria, sabía que el Templo ya había sido destruido. Su objetivo  al componer esta sección de su evangelio era interpretar las enseñanzas de Jesús en un presente histórico de gran crisis sin perder de vista la esperanza.1

La escena comienza de manera aparentemente plácida: algunos de los discípulos comentan acerca de la belleza del Templo, adornado con hermosas piedras. El imponente edificio habrá parecido sólido y prácticamente indestructible. Frente a la aparente solidez del Templo, Jesús observa lapidariamente que a la larga no quedarán más que ruinas. Ni esta institución ni ninguna otra construcción humana reviste un carácter eterno.

Ante semejante predicción, los discípulos buscan especificidad: ¿cuándo, exactamente, habrán de ocurrir semejantes estragos? Pero Jesús—como tantas otras veces—no contesta directamente a la pregunta. En cambio, aprovecha el momento para enseñarles cómo enfrentarse a realidades turbulentas. Cada uno de sus comentarios tiene una aplicación directa en nuestra propia situación.

En primer lugar, cuando sobrellevemos épocas de crisis, siempre surgirán engañadores que pretenderán hablar en nombre del Mesías. La instrucción de Jesús es no escucharlos ni tampoco seguirlos. En la actualidad estamos rodeados de mensajes supuestamente cristianos que pregonan el odio y la venganza; hemos de descartarlos y entender que nada tienen que ver con Jesús.

En segundo lugar, cuando surjan conflictos armados, no nos hemos de aterrorizar, pues son realidades que caracterizan a este mundo violento y dividido. Lo mismo se aplica cuando nuestras sociedades sean sacudidas por terremotos, pandemias, hambrunas y desastres naturales. La bondad y la presencia de Dios no desaparecen ante este tipo de fenómenos. En nuestra propia época nos estamos confrontando con los efectos multiplicadores del cambio climático y de la escalación de la violencia armada, con consecuencias a menudo terribles. Eso no significa, nos dice Jesús, que todo esté perdido ni que haya llegado el final de los tiempos. Nuestro llamado es persistir en el camino de Jesús incluso en medio de los desastres.

En tercer lugar—y aquí la cuestión se vuelve muy personal—Jesús explicita que sus seguidores sufrirán de la persecución tanto ante las autoridades religiosas como las civiles y militares. Esto de hecho les ocurrió a sus seguidores en las décadas posteriores a su muerte y resurrección, y sigue ocurriendo hoy. Seguir a Jesús y no dejarse engañar por los falsos mesías tiene un precio no menor. ¿Qué hacer en semejantes circunstancias? Jesús nos enseña a tomar la persecución como una posibilidad de dar testimonio.

Jesús no les recomienda a los discípulos (y por ende a nosotros y nosotras) prepararnos mucho de antemano pensando en qué decir ante cada circunstancia que pudiera surgir. No tiene sentido que la ansiedad ante lo desconocido nos paralice. Más bien, nos promete regalar su sabiduría y darnos las palabras justas en el momento oportuno. La expresión “palabra y sabiduría” (v. 15), o literalmente “boca y sabiduría,” da a entender que sabremos cuándo hablar y cuándo quedarnos callados. Tal sabiduría está vinculada con la presencia del Espíritu Santo. Este texto se puede leer en paralelo con los discursos de despedida del evangelio de Juan (Juan 14–17), donde Jesús promete que en su ausencia física nos acompañará el Otro Defensor, el Paráclito.

Si aquí terminara el pasaje, podríamos simplemente regocijarnos por esa promesa. Pero las malas noticias siguen: no serán solamente las autoridades religiosas y civiles las que persigan a los discípulos. También sus mismísimos familiares y amigos se les opondrán. Jesús no escatima palabras: algunos sufrirán la muerte y todos se confrontarán con el odio suscitado por lo que representa el nombre y el camino de Jesús.

Ante este vendaval de malas noticias, ¿qué hacer? En primer lugar, saber que el odio y la muerte no tienen la última palabra. El mismo Dios que sabe si un gorrión cae a tierra, no permitirá que perezcan eternamente quienes sufran la muerte por su fidelidad al camino de Jesús. El camino del seguimiento no termina con la cruz, sino que desemboca en la resurrección de toda la persona (Dios toma en cuenta hasta su cabellera, metáfora que simboliza la completitud de la persona). En segundo lugar, hemos de perseverar en el camino de Jesús. Nos enseña a colocar un pie delante del otro y a seguir caminando por el sendero del reino de Dios, sin desesperar (literalmente sin perder la esperanza) y sin paralizarnos por acontecimientos que no controlamos (pues la Ruaj-Sabiduría estará a nuestro lado).

Ni las grandes estructuras (como el Templo o como nuestras instituciones eclesiales actuales) ni las fuerzas imperiales capaces de destruirlas (como el ejército romano o los diversos vendavales de nuestros tiempos) se merecen estar en el centro de nuestra atención ni mucho menos de nuestra devoción. Aunque la violencia, la muerte y el miedo parezcan arrasar con todo lo que nos importa, aunque nuestros líderes religiosos y hasta nuestras amadas familias se dejen llevar por el odio, aunque no quede ladrillo sin caer, el llamado de Jesús en medio de condiciones apocalípticas es que perseveremos. Hemos de redoblar nuestros pasos por el camino de la misericordia, de la gracia, de la humildad, de la paciencia y del amor. Al hacerlo nos vamos transformando por la obra del Espíritu nosotros mismos en hermosas “piedras vivientes” con las que se va configurando lo que Jesús llamó el “reino de Dios.”


Notas

  1. Ver Mark Kenny, “Preaching the Apocalyptic Text,” The Australasian Catholic Record 87.3 (2010) 323–333.