Vigésimo sexto Domingo después de Pentecostés

Las señales de los últimos días incluirán “guerras y rumores de guerras” (Mt 24:6; Mc 13:7) así como “grandes terremotos…hambres y pestilencias” (Lc 21:11).

Jerusalem Temple from 2nd Temple Period
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November 17, 2013

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Comentario del San Lucas 21:5-19



Las señales de los últimos días incluirán “guerras y rumores de guerras” (Mt 24:6; Mc 13:7) así como “grandes terremotos…hambres y pestilencias” (Lc 21:11).

Estos versículos me hacen pensar en el terremoto en Haití, en el tsunami en Japón, en el hambre que actualmente sufre tanta gente por todas partes del mundo, y en la epidemia del VIH/SIDA. Durante mis treinta y siete años de vida, apenas ha habido un tiempo en que mi país—los EEUU—no haya estado involucrado abiertamente en una guerra u otra forma de acción militar. Mientras que escribo estas palabras nuestro presidente está abogando y apresurando a los ciudadanos estadounidenses y a la comunidad mundial para que se apruebe su deseo de atacar a Siria, a pesar de una falta de evidencia y de la protesta del pueblo siriano.

Cuando oigáis de guerras y de revueltas…” (21:9)

En la lectura para el 26o domingo después de Pentecostés, Jesús está hablando proféticamente sobre la destrucción inminente del templo, y la gente le hace dos preguntas respecto de los últimos días: “¿Cuándo será esto? ¿Y qué señal habrá cuando estas cosas estén para suceder?” (21:7). En la versión de Lucas, Jesús nunca contesta directamente a la primera pregunta, pero en Mateo encontramos la advertencia de que “del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre” (Mt 24:36). Marcos añade que “ni el Hijo” sabe (Mc 13:32).

Es evidente que muchos líderes, desde el comienzo de la historia cristiana hasta nuestro tiempo, han ignorado esta respuesta. Hoy en día contamos con una plétora de libros y películas sobre “el fin del mundo” y “el rapto,” y con numerosas interpretaciones de los eventos corrientes que pretenden predecir la segunda venida de Cristo. Aunque estos autores frecuentemente tienen que revisar y editar sus predicciones cuando no se realizan, por supuesto que se han enriquecido bastante por la venta de sus libros. Pero Jesús mismo nos advierte que no vayamos “en pos de ellos” que dicen que “el tiempo está cerca” (21:8).

Los efectos de tales enseñanzas falsas pueden ser graves. Gracias a Dios, en su larga respuesta a la segunda pregunta sobre la señal, Jesús nos ofrece instrucciones para guardarnos del peligro:  

1. “No os alarméis, porque es necesario que estas cosas acontezcan primero” (21:9)

Existe el riesgo de que la literatura apocalíptica de la Biblia se use para manipular y engendrar miedo en la gente. Hay tanta miseria en el mundo que uno fácilmente se puede desesperar al observar “los signos.” Pero estos acontecimientos son necesarios, es decir, forman parte del plan que Dios tiene para su creación. Aunque habrá tristeza y sufrimiento, Jesús nos asegura que el Dios Creador todavía está en control de su creación y la llevará a su cima para cumplir sus propósitos. En esta promesa hay esperanza y fortaleza en las cuales los/as fieles pueden confiar.

2. “Os echarán mano, os perseguirán, os entregarán… por causa de mi nombre. Pero esto os será ocasión para dar testimonio (21:12-13)

En aquella época, los judíos y los cristianos primitivos se enfrentaban con persecución y opresión a manos del imperio romano. Nadie quiere ni debe buscar ser maltratado por causa de su fe, pero si ocurre puede ser una oportunidad para dar testimonio del poder y la gloria de nuestro Dios. Los cristianos y las cristianas asesinados o ejecutados por su fe son los “mártires.” La palabra “mártir” tiene su origen justamente en el término griego que significa “testigo.” Aun ante amenazas de muerte, la fe nos exige que no paguemos mal por mal (Mt 5:38-44; Lc 6:27-30; Ro 12:17; 1 Ts 5:15; 1 P 3:9).

La enseñanza escatológica de Jesús no brinda un pretexto para la violencia. Los que utilizan la literatura apocalíptica de la Biblia para promover una política violenta en el Medio Oriente se equivocan horriblemente y tendrán que dar cuentas de sus opciones políticas.

3. “Yo os daré palabra y sabiduría, la cual no podrán resistir ni contradecir todos los que se opongan” (21:15)

En medio de la tribulación, permanece la promesa de que “tu Dios, es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará” (Dt 31:6). No quiere decir Jesús que no sea necesario estudiar y prepararse, sino más bien que el testimonio fiel se actúa continua y activamente. La resistencia a cualquier poder del mundo es posible solamente por la providencia de Dios: la palabra y sabiduría que recibimos por el Espíritu Santo.

4. “Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas” (21:19)

En el libro de Daniel leemos: “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas, a perpetua eternidad” (Dn 12:3). Por seguro que hay un premio que ganan los fieles que se mantienen pacientes, pero Jesús no nos propone una paciencia pasiva. Nuestra respuesta a las circunstancias de tribulación debe ser una acción definitiva y fiel.

La apatía es otro efecto de las malas interpretaciones de las escrituras apocalípticas. Es posible enfocarse y obsesionarse tanto con el cielo y el más allá que uno se olvida de lo actual. Parece que muchas personas creen que la venida de Cristo nos permite descuidar nuestra mayordomía de la tierra y sus recursos, creen que nos permite acumular bienes sin amar al prójimo, creen que nos permite huir de la injusticia que envuelve este mundo. A la luz del mensaje de Jesús, tal actitud es una herejía.

Una comisión apocalíptica

Lo desconocido que nos espera en el horizonte de la historia está fuera de nuestro poder y control. Lo único que nosotros controlamos—y que Dios nos exige controlar—es la forma en que respondemos a las circunstancias históricas.

La venida de Cristo no cambia ni nos absuelve del deber más profundo de un cristiano o de una cristiana: amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y toda la mente, y al prójimo como a sí mismo (Mt 22:36-40; Mc 12:28-31) porque así es como se hereda la vida eterna (Lc 10:25-27).