Decimoséptimo Domingo después de Pentecostés

Añade a nuestra fe

Chef with apron in kitchen
Photo by Ronan Kruithof on Unsplash; licensed under CC0.

October 2, 2022

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Comentario del San Lucas 17:5-10



El pasaje que corresponde al día de hoy parece ser parte de un conjunto de comentarios e historias “sueltas,” no integradas entre sí, y la petición de los apóstoles (“Auméntanos la fe;” v. 5) parecería ser su forma de desviar a Jesús del asunto del perdón (ver Lucas 17:3-4). Pero, ¿es así? Bueno, no les daré más vueltas: no, no es así. Cada uno de los comentarios e historias en este capítulo están perfectamente integrados entre sí, caminando en tres direcciones: fe, servicio a Dios y humildad.

Para “grandes hazañas”: Fe (vv. 5-6)

Como acabamos de decir, el asunto parece aislado, pero no hay desconexión. Jesús había anunciado la posibilidad de una hazaña sin igual, la de perdonar a alguien que nos ofende continuamente, continuamente (Lucas 17:3-4), y los discípulos ven que es difícil lograrlo, si no imposible, si no hay en ellos más fe. Así que le piden al Señor literalmente: “añádenos fe,” es decir, le piden un poquito más de algo que consideran que ya tienen. Aunque algunos comentaristas entienden que con su afirmación Jesús no niega que haya en ellos algo de fe, creo que con el inicio de su respuesta (“Si tuvierais fe;” v. 6) el Maestro:

  • Está dejándoles saber que no tienen nada de fe y que solo una pequeña cantidad les permitiría hacer grandes cosas.
  • O les está dejando saber que su fe es demasiado pequeña y que, si tuvieran solo una pizca de esta, no habría nada imposible.

La fe es malinterpretada, como si fuese algo que artificialmente puede ser impuesto en otros, y, en ese sentido, es peligroso, o como si fuese algo que debe “activarse,” algo dormido que debe despertarse. Otros la malinterpretan como algo que solo un grupo de élite puede tener, el grupo de élite que parece no tener dudas, pero resulta que llegan a su casa temblando de miedo, porque la falta de fe a veces los derrumba (a veces o todo el tiempo). En ese sentido, esa gente dice grandes cosas que parecen venir de la fe, grandiosas hazañas que parecen derrumbar montañas, pero carecen de una fe básica, la fe básica que hace que el hombre sea humilde y vulnerable. “¿Tendrán fe?,” me pregunto, pero sigo conmigo, porque yo soy quien quiero fe, porque dudo, porque a veces el miedo parece ganarme cuando miro al dragón a los ojos, porque más que fe es el orgullo el que me hace seguir y, en ese sentido, a veces y solo a veces, agradezco a Dios por un orgullo que me da valor. Pero no quiero orgullo, quiero fe.

He intentado practicar con algunas montañas cuando vi que mi fe “creció” como un grano de mostaza. Ninguna se movió. He orado por un auto nuevo, pero el dinero no llega. También oré por algún político, pero alguien me dijo (alguien que también había experimentado con montañas y había fallado) que la montaña se movía más fácil que un político. ¡Pero yo creo! Por lo menos lo intento, al menos es lo que decimos y, por dentro de nosotros, rompemos paredes que atraviesan la “división” entre la carne y el espíritu para “creer,” para tener fe, y, así y todo, a veces nada pasa.

Sería bueno, entonces, preguntar: ¿podemos creerle a Dios cuando promete que puede darnos todo lo que pedimos en oración, pero no creerle en otras cosas? Si uno le cree a Dios cuando promete darnos lo que pedimos en oración, también deberíamos creerle a Dios cuando dice que no mintamos. Si le crees a Dios que las montañas se pueden mover, ¿no sería más fácil creerle si te dice que no adulteres o que no seas avaro o que no robes? Si le crees a Dios cuando dice que puede darte todo en oración, también le debes creer cuando te dice que seas humilde. Si no le creemos a Dios en esas cosas, mientras creemos que sí creemos, ¿creemos?

Lutero nos dirige al tema cuando cuenta algunas de sus experiencias como monje:

Cuando era monje, no conseguí nada ayunando ni orando […] ni yo ni ninguno de los otros monjes conocíamos nuestro pecado y nuestra falta de reverencia por Dios. No entendíamos […] que no creer es también un pecado. Creíamos y enseñábamos que no importa lo que la gente hiciera, nunca podrían estar seguros de la bondad y la misericordia de Dios. Como resultado de eso, mientras más corría hacía Cristo y lo buscaba a él, más lo eludía.1

Con una gran fe: Humildad (vv. 7-10)

Jesús continúa en el mismo tema (recuerda que, aunque los versículos parecen desconectados, no lo están) y nos dirige al hecho de que ninguna gran hazaña debe inflarnos, pues la hacemos en su poder (ya sea perdonar constantemente a quienes nos ofenden, mantenernos firmes ante la tentación, amar a nuestros enemigos, mover montañas o mover árboles y sembrarlos en el mar). Usando el ejemplo de un siervo que trabaja en el campo [del Señor] y en la casa [del Señor] y que en ambos lugares busca agradar a su Señor, Jesús les señala a sus discípulos cuál es el propósito esencial de la fe: la fe no es para servirnos, la fe es para servir a Dios y, en ese sentido, la recompensa de servir a Dios es servir a Dios.

Ayer, mientras cuidaba a un grupo de niños en un campamento de nuestra iglesia, los escuchaba corretear al otro lado de la pared donde fueron a lamentarse porque la lluvia les iba a arruinar su tarde piscina. “¡Vamos a orar para que no llueva, así podemos bañarnos en la piscina!,” gritó uno de ellos y el resto vociferó: “¡Oremos!” Uno de los pequeños dijo: “¡Sí, oremos, la oración tiene poder!,” a lo que una pequeña niña contestó: “La oración no tiene poder, ¡es Dios quien tiene el poder!” Me quedé maravillado por la profundidad teológica de sus oraciones, en medio de una gran sencillez y de una petición que parecía insignificante: “Queremos bañarnos en la piscina, Señor. Por favor, que no llueva.” Si no llovía y se bañaban, el poder está en Dios.

Aunque tengamos fe como un grano de mostaza, fe que pudiese darle la posibilidad sobrenatural a un árbol de escuchar, recibir órdenes, obedecerlas, sacar sus raíces de la tierra y caminar para replantarse en el mar, el poder de cambiar el orden de las cosas está en Dios, no en nosotros/as. Nosotros/as solo debemos hacer lo que debemos hacer. Sirvamos a Dios con humildad, a nuestro Dios de poder.


Notas

  1. James C. Galvin y Martin Luther, Faith Alone: A Daily Devotional (Grand Rapids, Michigan: Zondervan, 2005), 8.