Decimonoveno Domingo después de Pentecostés

El pasaje consta de dos partes: un dicho proverbial de Jesús sobre la fe (vv.5-6), seguido de un discurso semi-parabólico referido al carácter incondicional del servicio (vv. 7-10).

October 3, 2010

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Comentario del San Lucas 17:5-10



El pasaje consta de dos partes: un dicho proverbial de Jesús sobre la fe (vv.5-6), seguido de un discurso semi-parabólico referido al carácter incondicional del servicio (vv. 7-10).

Aunque ambas perícopas son claramente disimilares en su temática, poseen su hilo conductor en la realidad de la fe como una entrega total que nace del encuentro entre la realidad divina y humana.

Nuestros pasajes denotan claramente la mano del evangelista Lucas. Por ejemplo, en los vv. 7-10, resulta un tanto extraño que Jesús, dirigiéndose a sus discípulos, seguidores que mayormente provenían de las clases más desposeídas, los instruya con un relato haciendo referencia a un mundo social que ciertamente no era el suyo (es dudoso que los apóstoles tuvieran propiedades, y menos aún, criados o siervos). Por ello muchos comentaristas se inclinan a pensar que el texto elaborado por Lucas recoge material propio de la tradición sapiencial israelita al igual que de la greco-romana, a fin de ilustrar un tema central del mensaje de Jesús.

Lo mismo ocurre con la primera parte, donde Lucas altera ciertos detalles de un proverbio de Jesús reemplazando la figura de la montaña –tal como aparece en otros evangelios, por ejemplo, Mc. 11:23; Mt. 17:20– por la de un árbol, el sicomoro. En la antigüedad se creía que el cielo descansaba sobre los ‘pilares’, las montañas. Por ello ‘mover’ montañas implicaba, en forma simbólica, un cambio radical de los fundamentos y contornos del mundo.1 La figura del sicomoro presentada por Lucas no captura toda la fuerza simbólica del mismo proverbio que conserva la figura de la montaña como en los otros evangelios. No obstante ello, el texto de Lucas guarda la misma reserva de sentido: la fe es un evento radical, trastoca lo que habitualmente consideramos los pilares y fundamentos del mundo y de la vida. La fe es el poder –de Dios– que radicalmente altera los contornos de nuestro paisaje –sea esto simbolizado por una montaña, o un árbol.

De ahí que el tema de la fe y la entrega/servicio que ésta conlleva sea la trama principal para este domingo.  Es preferible concentrarse en la primera parte del texto, a fin de resaltar que la fe no es una realidad cuantificable (“auméntanos la fe,” v. 5b), tampoco una suerte de acceso privilegiado a un conocimiento superior, sino la posibilidad de una imposibilidad: que el pequeño grano de mostaza –un regalo de Dios– se exprese en la totalidad de nuestros cuerpos y mentes, reorientando la vida del creyente. La fe es dejar que Dios actúe en nosotros, dejándonos sorprender y abrazar por su gracia.

Sugerencias para la predicación

Es una tendencia muy humana tratar de caminar por la vida sin mayores sobresaltos, sin mayores desvíos. Esto no tiene que ver con una deficiencia moral, o con la pereza, sino con el hecho de que somos seres biológicamente limitados, con una carga de energía finita. Como un curso de agua que busca las fallas del terreno más propicias para su derrotero, así parece comportarse la vida. Es un asunto de balancear costos y beneficios, de cómo invertir la energía y el tiempo que poseemos sin que se altere de manera significativa nuestro curso y nuestro entorno. Hábitos, costumbres, tradiciones, instituciones…son todos ellos estrategias de supervivencia, maneras de ‘burlar’ lo caótico, de mantener alejado cualquier cosa que pueda alterar el curso de la vida. La vida, pues, parece tener un profundo aspecto conservador.

Pero, ¿es esto vivir realmente? ¿Hemos sido creados solamente para esto? ¿Vivir significa un simple cálculo de costos y beneficios?  Lo que las Escrituras denominan ‘fe’ es otro tipo de posibilidad, otra manera de vivir. Implica la irrupción de algo nuevo y diferente, de una nueva energía que nos descentra de nuestros ídolos  y nos vuelve a centrar en la fuente de vida inacabable. Fe (pistis) no es la afirmación de principios doctrinales, y es mucho más que la simple confianza en lo desconocido. Fe es la irrupción de lo que antes era desconocido, de lo que está más allá, que llega a nosotros como un regalo incondicional que libera posibilidades frente a lo imposible. Fe es lo que nos hace conocer cosas nuevas. Por ello la fe siempre encierra una crisis, porque es una invitación a caminar por una nueva senda, a recorrer un nuevo paisaje, a desprenderse de las montañas –o sicomoros– que nos daban la falsa certeza de una orientación.

Esta irrupción de lo que está más allá en el más acá de nuestras vidas, es lo que el Nuevo Testamento denomina Espíritu Santo. El Espíritu no nos remueve de la vida, sino que la profundiza, libera la verdad y la energía del amor que la vida habitual contiene, pero no puede expresar. En otras palabras, el Espíritu es quien crea un nuevo paisaje, removiendo aquellos objetos que por una razón u otra, creíamos ser el fundamento de nuestro vivir. 

Por supuesto, el cambio de paisaje trae también incertezas y dudas. Este es el precio de la gracia, pues ella abre un camino donde hay que aventurarse con pasos…y también la posibilidad de dar pasos en falso. 2  Es un camino que también encierra una búsqueda, y por ello, la posibilidad también de perderse. Ya no vemos la montaña que nos servía de guía en nuestro familiar territorio; aquel sicomoro que indicaba que debíamos doblar hacia la derecha, ya no está… Caminar en la senda de la fe puede también dar la impresión de que andamos a la deriva, pues nos hemos desprendido de los marcadores habituales de nuestro territorio. 

Pero el secreto de la fe no es la certeza sobre la meta a la cual hay que llegar, como en una carrera; menos aún un detallado conocimiento de los secretos de la vida, incluido el mismo Dios. Sino que la fe es dejarse sorprender por aquello que viene a nosotros, por el otro y la otra que se cruza en nuestro sendero, por el Cristo que viene como un Lázaro, o como alguien tirado a la vera del camino. La fe es un shock de lo otro en medio de las fuerzas de lo mismo, de lo habitual, de lo acostumbrado. Cuando las ofensas son perdonadas, cuando el extraño es acogido, cuando el amor se sobrepone mansamente al odio…ese es el shock de la gracia que a la vez nos lanza un llamado: el de la fe, el de la entrega. Por ello la fe es lo que revoluciona las fuerzas e inercias conservadoras de la vida. Esto es lo que hace al camino marcado por las estelas del Espíritu. Como dijo el poeta español Antonio Machado: “caminante, no hay camino; se hace camino al andar.”

 


1 Ver Robert Funk, ed., The Five Gospels: What Did Jesus Really Say? (HarperSanFrancisco, 1993), p. 362s.
2 Ver John Caputo, What Would Jesus Deconstruct? (Grand Rapids: Baker, 2007), pp. 38ss.