Décimo cuarto domingo después de Pentecostés

Los meses de cuarentena debido a la pandemia del Covid-19 han servido para reeducar a la iglesia en cuanto a su naturaleza y ministerio.

Matthew 18:20
"For where two or three are gathered in my name, I am there among them." Photo by Matt Hoffman on Unsplash; licensed under CC0.

September 6, 2020

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Comentario del San Mateo 18:15-20



Los meses de cuarentena debido a la pandemia del Covid-19 han servido para reeducar a la iglesia en cuanto a su naturaleza y ministerio.

Pero muchas iglesias han invertido tiempo y finanzas buscando reinventar sus ministerios en línea sin entender lo más importante: la esencia de ser una comunidad cristiana. Aunque el pasaje para este domingo a primera vista no pareciera contribuir mucho a una eclesiología cibernética, debemos recordar que es uno de los dos lugares del evangelio de Mateo donde Jesús menciona la palabra ekklesia. La doble inclusión de la palabra ekklesia en Mateo 18:17 hace que estemos ante un pasaje central para entender el comportamiento comunal, la autoridad espiritual y el propósito esencial que deben identificar a toda congregación que se atreva a llamarse “iglesia.”

En el primero, y más recordado pasaje de Mateo donde usa la palabra, Jesús declara: “y sobre esta roca edificaré mi iglesia [ekklesia], y las puertas del Hades no la dominarán” (16:18). Podríamos decir que el primer uso de la palabra “iglesia” en el evangelio de Mateo es una referencia a la autoridad celestial que Jesús le otorga a la iglesia. A diferencia del primer uso del término ekklesia, el segundo pasaje que nos ocupa aquí tiene una aplicación más terrenal. Su enfoque es el ámbito de las relaciones interpersonales en la congregación y su relación con la autoridad espiritual que la iglesia posee. En otras palabras, existe una relación recíproca entre cómo nos tratamos unos a otros dentro de la iglesia local y la extensión de la autoridad espiritual que podemos tener como congregación en la comunidad que habitamos.

Los versículos 15-17 enfocan el manejo del conflicto que afecta a toda congregación local, estableciendo parámetros para su resolución y la reconciliación entre feligreses. Cabe enfatizar que las palabras de Jesús aquí no pretenden solucionar querellas sobre asuntos triviales como el color de la alfombra del santuario. Las instrucciones prácticas de Jesús son dadas para lidiar con ofensas entre miembros de la congregación. Como primer paso, Jesús propone una confrontación personal que busque la reconciliación (v. 15). Si esto no funciona, Jesús recomienda hablar sobre el asunto con uno o dos testigos (v. 16), como demandaba la Torá (Dt 19:15). Si los previos intentos no logran una resolución, Jesús lo hace un asunto para corrección eclesial (v. 17a). Y, por último, si el o la ofensor/a no acepta su error y busca reconciliación, Jesús demanda tratar a la persona como un “gentil y publicano” (v. 17b). Según Donald A. Hagner, esta última consecuencia implica la excomunión de la iglesia, pues se han agotado los recursos para la restauración del individuo.1

Aunque este proceso de restauración o excomunión pareciera ser demasiado breve, debemos recordar que las palabras de Jesús tienen la función de establecer directrices disciplinarias que valoran en primer lugar el perdón y la misericordia. La iglesia es una comunidad restauradora cuyo propósito es reconciliar a individuos con Dios y con sus semejantes. La situación presente de la iglesia ante el malestar social que se ha producido debido a injusticias raciales nos debe llevar a contrarrestar todo indicio de racismo que pueda haber infectado a la iglesia. En caso de ocurrir un incidente de prejuicio racial o trato discriminatorio entre congregantes, el proceso a seguir es primero buscar reconciliación a nivel personal. Pero en caso de no haber arrepentimiento, las repercusiones pueden ser graves, ya que un/a verdadero/a creyente debe buscar reconciliación con su hermana o hermano, y ofensas de esta índole no deben echar raíz en nuestros corazones.

Otra manera en que la falta de reconciliación afecta a la persona creyente y a la congregación a la que pertenece tiene que ver con la autoridad espiritual que se adquiere al establecer reconciliación o se pierde por la falta de restauración. Por eso Jesús dijo: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra será desatado en el cielo” (v. 18). Esta declaración se hace eco de la autoridad otorgada a Pedro y a la iglesia en Mateo 16:19 y anuncia la relación recíproca entre lo celestial y lo terrenal. En otras palabras, no puede haber avance espiritual en la vida del creyente o la congregación si optamos por vivir albergando odios, amarguras, desunión y cualquier otro pecado que se oponga al amor y justicia que debe identificarnos. No nos debe sorprender que exista el conflicto entre hermanos y hermanas espirituales, pues las personas creyentes no dejan de ser humanas al llegar a los pies de Cristo. Lo que sí debe sorprender es que alguien tenga la osadía de llamarse cristiano o cristiana si no puede hacer las paces según el plan restaurativo establecido por el Maestro.

Siguiendo este hilo de pensamiento, es importante aclarar que Jesús no confiere poderes mágicos a la iglesia para atar y desatar lo que queramos. La práctica del perdón y la restauración es lo que desata y rompe cadenas de pecado, dando a la iglesia la autoridad para funcionar en el ámbito espiritual. Por eso Jesús enfáticamente añade: “Otra vez os digo que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por mi Padre que está en los cielos” (v. 19). Una buena exégesis de este pasaje nos lleva a tomar el contexto de reconciliación como el eje principal para la interpretación de cada versículo. No se puede ser iglesia si aún existe la división o el pecado entre hermanas y hermanos. El cuerpo de Cristo debe distinguirse por un afecto fraternal de unos a otros, y especialmente ahora que ministramos a la distancia en espacios cibernéticos. Ser iglesia, independientemente de si nos reunimos en hogares, santuario o en línea, significa sobre todo vivir en verdadera comunión. Por eso Jesús promete: “porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (v. 20).


Nota:

1. Donald A. Hagner, Matthew 14-28. Word Biblical Commentary 33B (Dallas: Word, 1995), 530.