Octavo domingo después de Pentecostés

Un experto en la ley le pregunta a Jesús: “Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” (v. 25).

The Good Samaritan
JESUS MAFA. The Good Samaritan, from Art in the Christian Tradition, a project of the Vanderbilt Divinity Library, Nashville, Tenn.

July 10, 2016

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Comentario del San Lucas 10:25-37



Un experto en la ley le pregunta a Jesús: “Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” (v. 25).

Sabiendo Jesús que la intención del experto en la ley era ponerlo a prueba, le contestó con otras dos preguntas: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?” El experto en la ley contestó con una versión de uno de los textos más respetados y venerados del Antiguo Testamento, el shemá: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”1 (v. 27). E inmediatamente el experto agregó, citando Levítico 19:18: “Y a tu prójimo como a ti mismo” (v. 27).

En los evangelios de Mateo y Marcos se registra una conversación similar de Jesús con un experto en la ley (Mt 22:34-40 y Mc 12:28-34), pero Lucas es el único lugar donde el experto en la ley hace una segunda pregunta que parece ser muy sincera: “¿Y quién es mi prójimo?” Aunque los religiosos y expertos en la ley conocían la ley muy bien, su entendimiento de quiénes eran las personas que debían ser consideradas como “prójimo” era muy limitado. Por esa razón Jesús responde a la segunda pregunta del experto en la ley con la parábola del “Buen Samaritano,” retando a los religiosos y expertos en la ley a expandir su entendimiento de quiénes debían contar como “prójimo.”

El camino de Jerusalén a Jericó era un camino de unos treinta y dos kilómetros (unas 19 millas) con una bajada de unos 700 metros (unas 765 yardas) sobre el nivel del mar hasta unos 400 metros (unas 437 yardas) bajo el nivel del mar Mediterráneo.2 Este camino era conocido como el “Sendero Sangriento,” porque era un camino muy peligroso. Era un camino desolado, y con áreas donde era fácil para ladrones y delincuentes esconderse y esperar a sus víctimas. Las personas que tenían que caminar por ese sendero lo hacían con mucha cautela porque sabían que era muy peligroso.

El sacerdote y el levita vieron al hombre que estaba tirado en el camino, gravemente herido, pero se desviaron y siguieron de largo. ¿Por qué el sacerdote y el levita no se detuvieron a ayudar al pobre hombre herido? Si el hombre hubiera muerto mientras el sacerdote o el levita le proporcionaban ayuda, eso les habría causado muchas inconveniencias. Los sacerdotes tenían prohibido tocar un cadáver excepto que fuera el de un pariente muy cercano y aún así tenían que pasar por siete días de purificación (Ezequiel 44:25-27). Por su parte el levita también habría quedado impuro por siete días si el hombre se hubiera muerto mientras lo ayudaba (Números 19:11-22).3 Además habrían tenido que tomar muchos riesgos si se hubieran detenido a ayudar, pues ellos también podían haberse convertido en víctimas de los delincuentes. Parece, pues, que el sacerdote y el Levita tenían razones válidas para no detenerse a ayudar al hombre herido, pero olvidaban que el mandamiento de Dios de amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos está por encima de todo reglamento o estatuto establecido, aun en el caso de que fueran establecidos por Dios mismo. El mejor ejemplo de esto lo dio el propio Jesús cuando sanó enfermos en sábado, el día establecido por Dios como día de reposo. Esta es la razón por la cual Jesús dijo que estos dos mandamientos son los más importantes (Marcos 12:29-31). Así que por amor y misericordia valía la pena enfrentar las inconveniencias que les podía haber causado el detenerse a ayudar al hombre herido. Pero es mucho más fácil mirar a las personas en necesidad, desviarnos, y pasar de largo, mientras oramos pidiéndole a Dios que tenga misericordia de ellas.

Sin embargo, el samaritano estuvo dispuesto a enfrentar las inconveniencias que le causaría el detenerse a ayudar al hombre herido. El samaritano le curó las heridas y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. No conforme con eso le pagó al dueño del alojamiento para que siguiera cuidando de ese pobre hombre (vv. 33-35). ¡Todas esas inconveniencias le causó el detenerse a ayudar al hombre!

¡Qué lección para los judíos escuchar a Jesús hablando de esa manera tan positiva de un samaritano! Recordemos que los judíos consideraban a los samaritanos como judíos de segunda clase, herejes, la escoria de la sociedad. ¡Qué vergonzoso debió haber sido para los israelitas escuchar que el samaritano fue el único que mostró compasión y amor hacia ese desconocido!

Jesús terminó la parábola preguntándole al experto en la ley: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?” (v. 36). Al experto en la ley no le quedó de otra más que aceptar que el samaritano, la escoria de la sociedad, fue el único que demostró ser el prójimo del hombre herido. Una de las muchas cosas que Jesús nos enseña por medio de esta parábola es que la pregunta que debemos hacernos no es “¿quién es mi prójimo?” sino “¿estoy yo comportándome como el prójimo de otras personas?” Pero la mayoría de las personas que nos llamamos conocedoras de la Palabra de Dios caminamos por el camino de la vida seleccionando, escogiendo a las personas que consideramos dignos de ser nuestro prójimo, y a las demás personas, las vemos, nos desviamos, y les pasamos de largo.

¿Quién era el hombre tirado en el camino gravemente herido?

No sabemos nada del hombre que estaba herido. ¿Qué clase de vida llevó ese hombre antes de caer en las manos de esos ladrones? ¿Sería una persona “buena”? ¿Sería una persona “mala” que merecía haber sufrido lo que sufrió? Si Jesús no proporcionó más información sobre el hombre malherido en el camino de Jerusalén a Jericó es porque no hay nada más que se necesite saber. Lo único que los religiosos y nosotros necesitamos saber es que ese hombre, esa creación de Dios, estaba en necesidad de amor y misericordia. Lo único que necesitamos saber para ayudar a una persona en necesidad es que esa persona es creación de Dios. Nada debe impedir que actuemos con amor y misericordia cuando vemos a la creación de Dios sufriendo.


Notes:

1. El shemá original, en Deuteronomio 6:4, no tiene la frase “con toda tu mente,” pero esta adición aparece aquí en la respuesta de este experto y también cuando Jesús recita el shemá en Mateo 22:37 y Marcos 12:30.

2. Comentario Bíblico Internacional (España: Verbo Divino, 1999), 1278.

3. Klyne R. Snodgrass, Stories with Intent: A Comprehensive Guide to the Parables of Jesus (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 2008), 355.